Usualmente negrillas y subrayados son nuestros.

jueves, 27 de marzo de 2008

¿Por qué seguir siendo socialista?

Una explicación de porqué se mantienen vigentes los postulados socialistas. A nuestro parecer, bien razonada y fundamentada en algunas partes, pero que necesita sustentarse con el desarrollo de puntos como los siguientes:

1. Lo que fué la realidad en el socialismo de la Unión Soviética, transgredió el principio socialista de la organización social. "A cada quien según su trabajo y a cada cual según su capacidad". En el socialismo existen diferencias sociales solamente que están basadas no en la explotación del trabajo, sino en la diferenciación, calificación y cuantificación del trabajo. Vive mejor el que mejor trabaja y el que más trabaja; en el contexto de que toda la sociedad tiene históricamente condiciones básicas de existencia aseguradas. La pertenencia al Partido, es un adjetivo no un sustantivo para obtener un status social. Lo sustantivo es el trabajo productivo; desde los clásicos de la economía sabemos que el trabajo político es improductivo desde el punto de vista económico. Sin entender el papel de la política en el desarrollo de las fuerzas productivas en el socialismo, no se puede visualizar la luz, el camino.

2. El principio socialista de organización del trabajo no es algo que DEBE SER. Es necesario luchar porque sea algo que ES. Y eso empieza por la lucha contra la degradación del principio del trabajo en la estructura política que encarnará el nuevo principio "a cada quien según su trabajo a cada cual según su capacidad". Es la única forma de prevenir la aparición de formas humanamente degradadas de conducción en la construcción de la nueva sociedad. Y esa es la lucha teórica y la lucha práctica.

3. Todo sistema económico para consolidarse ha tenido avances y retrocesos, desde el punto de vista histórico. Ni el esclavismo, ni el feudalismo, ni el capitalismo nacieron de golpe. Fueron producto de revoluciones y contrarevoluciones. Así pasa con el Socialismo. Y ante el capitalismo el socialismo sigue siendo opción de justicia humana, precisamente porque sostiene el ordenamiento social en base al principio del trabajo, que repetimos consiste en la diferenciación social en base no a la explotación sino a la cualificación y cuantificación del trabajo desplegado.

A continuación el artículo, que recibimos en nuestro correo electrónico:

¿Por qué seguir siendo socialista?

Por: Marcelo Colussi (especial para ARGENPRESS.info)
Fecha publicación: 12/03/2008

Desde una posición triunfalista, casi con desdén, el discurso de la derecha puede mirar socarronamente a la izquierda mostrando su 'fracaso' en el siglo XX. Por cierto que hoy, luego de lo sucedido en las recientes décadas, elementos no le faltan para hacer el señalamiento. Los primeros experimentos de socialismos reales del pasado siglo no terminaron muy bien, y después de la caída del muro de Berlín y todo el campo soviético, más los elementos de restauración capitalista en China, el discurso hegemónico de la derecha se siente imbatible. Aunque la historia, por cierto, no ha terminado.

Como dijo el brasileño Frei Betto: 'El escándalo de la Inquisición no hizo que los cristianos abandonaran los valores y las propuestas del Evangelio. Del mismo modo, el fracaso del socialismo en el este europeo no debe inducir a descartar el socialismo del horizonte de la historia humana'.

Ahora bien: ser socialista, seguir abrazando el ideario socialista, seguir esperanzado en un mundo con mayores cuotas de justicia, no es una cuestión de pura fe, de creencia dogmática, ciega, irreflexiva. A una religión se la puede seguir por una pura cuestión de convicción, exclusivamente pasional, ilógica si se quiere. Más allá del análisis, incluso, se puede seguir una creencia dejándose arrastrar por la corriente. Pero seguir firme en el ideal socialista es otra cosa. Por cierto, mucho más que dejarse llevar por la corriente, ser socialista sigue siendo una decisión sopesada, una decisión en la que hasta nos puede ir la vida incluso, pero que se alimenta de un profundo principismo, de una ética firme. Optar por el socialismo es seguir teniendo sensibilidad social, preocupación y respeto por la dignidad humana. Es seguir creyendo firmemente en la justicia, en que lo más importante para un ser humano es otro ser humano.

Seguir optando por el socialismo no es hacer una apología del amor al prójimo. La experiencia milenaria de la vida y las modernas ciencias sociales nos enseñan que el amor incondicional, el amor por el amor mismo no existe (los dioses omnipotentes podrán amar en forma absoluta. Los humanos de a pie, más modestamente, amamos en forma parcial, fragmentaria, con cuentagotas) .

Pero sí existe el respeto -y hay que forjar una cultura que se base en él; eso es el socialismo en definitiva-. Aunque no amemos incondicionalmente al otro (¿podríamos amar de verdad a todo el mundo?, ¿no tiene algo de mesiánico eso?), podemos y debemos respetarlo. Y la injusticia, en cualquiera de sus formas (explotación económica, subordinación de género, discriminació n étnica) es una forma de irrespeto.

La otra opción que tenemos frente al socialismo, el capitalismo, la sociedad asentada en la explotación de una clase social por otra, ya hemos visto hacia dónde puede llevarnos: sólo hacia un holocausto como especie. El afán de poderío, la búsqueda interminable por la supremacía -cosas que pudiéramos estar tentados de tomar como naturales, como factor espontáneo de nuestra humana condición, pero que finalmente se descubren como construcciones culturales, históricas- no pueden ser el norte de la vida. Si lo son, ello depende de una historia que no nos da otra salida, que nos lleva a valorar un teléfono celular o una botella de whisky por sobre otro ser humano. Y ahí radica justamente el trabajo revolucionario, el ser socialista: se trata de cambiar ese mundo, esa historia, esa conciencia. Si se quiere: de ir contra esa corriente.

El capitalismo, la sociedad basada sólo en el lucro personal, olvida el respeto. Si el motor último de la vida es 'la ganancia', amén de ser una vida muy pobre en términos de valores humanos, como construcción social eso es una bomba de tiempo. En nombre de su búsqueda se puede sacrificar la naturaleza completa (la actual catástrofe medioambiental) , se generan contradicciones tan profundas que ya no tienen marcha atrás y se vuelven luego inmanejables (sectores sociales 'respetables' que viven defendiéndose de los 'excluidos' que reclaman su lugar en el mundo, Norte rico 'invadido' por pobres que escapan del Sur excluido), todo lo cual genera una bomba de tiempo que por algún lado estalla. O, peor aún, en nombre de defender las ganancias obtenidas, se producen guerras tan mortíferas que ponen en riesgo la habitabilidad misma del planeta. De liberarse toda la energía nuclear contenida en las armas atómicas de que dispone la humanidad hoy día, se produciría una explosión tan monumental cuya onda expansiva llegaría a la órbita de Plutón… Pero ello no impide que cada siete segundos muera de hambre una persona en el mundo, siendo el hambre -¡el hambre y no la guerra!- la principal causa de muerte de nuestra especie. ¿Triste? ¿Indigno? ¿Tremendamente pobre? Eso y no otra cosa es el capitalismo.

La derecha podrá mostrar -con razón en muchos casos- que los experimentos socialistas tuvieron innumerables errores: verticalismo, abuso de poder, falta de libertades públicas, nepotismo, ineficiencia, burocratismo, culto a la personalidad de los líderes y una interminable lista de lacras y mezquindades vergonzantes. También la izquierda lo dice en una visión autocrítica de esas experiencias.

Ahora bien: de la derecha ya nada se puede esperar, sino más de lo mismo: explotación, saqueo, injusticia, consumismo voraz…. Y el abuso de poder no es un invento del socialismo.

Por tanto, el único camino que brinda aún esperanzas sigue siendo el socialismo. Con sus errores, defectos y mezquindades. Pero con esperanza al final del camino.

Las sociedades basadas en la explotación de clase no ofrecen salidas y son, inexorablemente, una afrenta a la equidad entre humanos.

Con un horizonte socialista, sabiendo de los errores que cometemos y sabiendo que hay que enfrentarlos, queda al menos la esperanza respecto a que se busca la justicia, que vamos más allá de pobreza de la 'salvación' personal.

La vida es demasiado indigna si se mide por la cantidad de dinero que tenemos depositada en la cuenta bancaria, por el automóvil que usamos o por la ropa que llevamos. Pues como dijo el poeta canario Víctor Ramírez, 'aunque no haya motivos para la esperanza, siempre tendremos razones para la dignidad'.

Y el socialismo es dignidad.

martes, 25 de marzo de 2008

La "Nueva Derecha" en El Salvador

EL DEBATE DE IDEAS SE IMPONE
(¿Qué hay detrás de una pretendida “Nueva Derecha” en El Salvador?)

“Cuando la humanidad creyó que su destino
era la libertad, en la entrada de los campos
de esclavitud y extermino nazis, fueron escritas
con diabólica adulteración, las siguientes palabras:
el trabajo libera”

N. Bobbio

Oscar A. Fernández O.
F
rente a lo que parece ser un intento (no estoy seguro si pragmáticamente coherente) de crear una nueva visión para el continuismo de la camarilla “arenera” en el poder, cuando ya parecen irremediablemente agotados los discursos de pacotilla, populistas in extremis y mediáticos, para vender la idea del supuesto éxito del modelo neoliberal cuya realidad demuestra todo lo contrario, en boca del nuevo candidato derechista se han colocado palabras como nueva derecha y valores, buscando que éstas basten por sí mismas para generar nuevos encantos.
Sin embargo, considero importante, al margen de sí los “nuevos areneros” saben o no de que están hablando, destacar que se nos presenta una oportunidad sin precedentes de plantear un debate profundo de ideas bien concebidas y planteadas, que deberán servir para que además de educar políticamente a nuestro pueblo, se establezca más claramente la diferencia entre izquierda y derecha, que según varios “pensadores de pacotilla” ya no tiene ningún valor pues hemos arribado al “fin de la historia”. Hoy más que nunca, la diferencia entre izquierdas y derechas en El Salvador, se pone de manifiesto no sólo en sus principios y visión del mundo, sino en sus programas de cómo y con qué gobernarán para construir un país civilizado que dé oportunidades a todos de vivir dignamente, sin utopías exageradas ni valores hiper-moralistas histéricos. Por eso es necesario establecer la diferencia, ya que en ella estará sentada la decisión del pueblo.
La derrota del fascismo en 1945 supuso el descrédito sin paliativos de esa ideología e implicó la desaparición del clima socio-político que había favorecido el surgimiento de movimientos de ultra-nacionalismo racista en todo el continente europeo.
Un rasgo sobresaliente de aquellos movimientos fascistas triunfantes, que cualquier nacional-revolucionario estaba dispuesto a imitar, era su capacidad para constituir una fuerza política novedosa que combinaba cuatro elementos fundamentales: tanto el Fascismo como el Nazismo eran al mismo tiempo un partido electoral, una organización para-militar, un movimiento de masas y un vigoroso discurso, cuya clave se encontraba en el líder carismático, Mesías de la regeneración nacional. El ambiente de posguerra no resultaba, sin embargo, nada benigno para una tal combinación: las organizaciones fascistas y nacional-socialistas fueron declaradas ilegales tanto en Italia como en Alemania, mientras que las poblaciones estaban agotadas por los desastres de la guerra. El resultado fue la fragmentación, la clandestinidad y el terrorismo, y el surgimiento de una producción ideológica relativamente autónoma e indirectamente vinculada con los grupúsculos y cuerpos paramilitares que se reclamaban herederos de los fascismos históricos. Los teóricos del fascismo –o al menos, su sector más flexible e inteligente- se vieron obligados a adaptarse a las nuevas circunstancias, y tomaron una doble vía estratégica: la internacionalización y la meta-politización.
La Nueva Derecha en Francia, de Alain de Benoist y sus seguidores adoptan, desde el principio, la teoría gramsciana del poder cultural en cuanto territorio en el que se desarrollan las luchas políticas fundamentales, al tiempo que tratan de superar el nacionalismo estrecho de sus orígenes en el sentido de un nacionalismo europeísta de nuevo cuño.
Es, en efecto, a comienzos de los años 60 cuando algunos intelectuales y activistas de la extrema derecha francesa devienen conscientes del fracaso de su proyecto político. El fracaso es, en primer lugar, ideológico o doctrinal: la extrema derecha de posguerra no parece capaz de ofrecer novedad alguna en el terreno de las ideas. A esta situación de crisis se trata de responder por medio de la autocrítica y a través de un cambio radical en los proyectos y tácticas políticas. Establecen a finales de 1962 los que habrán de ser principios básicos de esta transformación: “Una nueva elaboración doctrinal del nacionalismo y el intenso combate de las ideas y la astucia más que la fuerza”. Toda la estrategia de lo que en la segunda mitad de los años 70 se conocerá por Nueva Derecha se haya ya recogida en esta escueta propuesta.
En su sentido más estricto, por Nueva Derecha habrá que entender, pues, el conjunto de enfoques (con Alain de Benoist al frente), de pequeños círculos culturales, de revistas y de empresas editoriales que se encuentran directamente vinculados a grupos de poder económicos, y a los textos producidos a lo largo de más de 20 años por esta sociedad de pensamiento de “vocación puramente intelectual”, según sus propios promotores.
La ND, siguiendo las directrices establecidas por los clásicos, que no estoy seguro que conozcan los ideólogos del candidato arenero, se debería dedicar, por consiguiente, a la lucha en el campo cultural o meta-político, tratando –conforme a su punto de vista- de promover la regeneración del sistema de dominación, afianzando el aparato estatal y a las elites económicas con quién hoy por hoy parece estar distanciado, pero, sobre todo, mediante la sustitución de la hegemonía ideológica y cultural de la izquierda que gana terreno, por la de un pensamiento derechista renovado y radicalizado. Curiosamente, en toda esta visión habrá contribuido sin quererlo la obra de un pensador y político de su bando enemigo: el camarada Antonio Gramsci.
De Gramsci procede precisamente el concepto de hegemonía ideológica. Un Estado, afirmaba el comunista sardo, no puede mantener su hegemonía en una sociedad compleja, diferenciada y dinámica por la simple coerción; más bien al contrario, aquél refuerza su hegemonía en la sociedad civil en tanto en cuanto en ella se generan los refuerzos de su legitimación; es decir, en la sociedad civil se producen los consensos sociales, se promueve la educación de masas y se forma una verdadera voluntad colectiva. De ahí que el programa de emancipación comunista en este tipo de sociedades deba centrarse en una lucha por fundar una hegemonía alternativa a través de lo que Gramsci llama “guerra de posición”, y que no consiste sino en una estrategia específica dirigida principalmente a la ocupación progresiva y gradual de la sociedad civil. (Marcos Roittman. La Nueva Derecha y el Fascismo. Rebelión)
Los verdaderos teóricos neo-derechistas se sirven del discurso gramsciano para combatir la que, en su opinión, es la ideología dominante del momento, la ideología de izquierdas, o mejor: la cultura igualitaria, que ha penetrado en todos y cada uno de los poros del medio social. Se trata de una lectura a todas luces perversa del texto gramsciano: lo que en Gramsci era el objetivo de un proceso de constitución de un sujeto político colectivo en pugna por su emancipación (lo que, empleando un término de Paulo Freire, podríamos llamar concienciación) se convierte en los teóricos de la Nueva Derecha en un simple recurso táctico tendente a la apropiación de los aparatos ideológicos en tanto que productores de los “mitos sociales culturales”.
Los principales contenidos teóricos de la N. D. van tomando su forma característica entre los años 1968 y 1978. Ya desde su origen, el pensamiento neo-derechista francés se presenta como un “cuerpo doctrinal de terrible coherencia” dotado de una ontología y animado, por un proyecto meta-político que otorga cohesión a todos estos elementos: la reagrupación de las ideas fascistas o, lo que es lo mismo, el restablecimiento del orden de valores y de funciones tal como existían en el mundo pagano. La ND de los noventa se define a sí misma, en palabras de Charles Champentier, como comunitaria, radical-democrática y pagana.
Pues bien, si como hemos señalado más arriba el eje de coordenadas de la renovación neofascista estaba constituido por la reagrupación doctrinal y la meta-politización (entendida ésta como un desplazamiento desde lo propiamente político hacia el terreno cultural) de los discursos y la acción política, no es difícil reparar en las oportunidades de difusión y penetración ideológica que en un medio como el nuestro podía ofrecer a un sector notablemente afectado por la fragmentación y condenado, hasta hace muy poco tiempo, a evolucionar al margen de la política.
De ahora en adelante, la campaña de Rodrigo Ávila se convertirá en un medio de propagación de “ideologemas” o especies de “spot publicitarios” sin contexto debidamente mutados de una nueva (extrema) derecha que pugna por su continuidad en la arena política y además se puede convertir en un medio (por lo rápido, veloz y envolvente de las comunicaciones) para permitir el reclutamiento de grupúsculos fascistas aislados, que se sentirán tocados por estos cantos de las “nuevas sirenas”. La Propaganda de ARENA se convierte así en un apoyo fundamental en la construcción de lo que, sin exageración, podría considerarse un movimiento neofascista, y, al propio tiempo, en una metáfora mediática privilegiada de la estructura fundamental que la extrema derecha adopta para defender su modelo económico. ¿Sabrá Rodrigo Ávila de que está hablando? ¿Debemos esperar más propaganda e ideología que planteamientos políticos serios?