Usualmente negrillas y subrayados son nuestros.

lunes, 22 de abril de 2013

Argumentos sobre la falsa opinión pública

*
Las negrillas son para efectos de estudio.
*
DEMOCRACIA, INFORMACIÓN Y OPINIÓN PÚBLICA
Oscar A. Fernández O. 

El concepto de opinión publica, aparece históricamente en Francia en el siglo XVIII, en el periodo de la Ilustración. El concepto de opinión publica, tiene que ver con la secularización de la cultura occidental, en la cual el pueblo se convierte en soberano, es decir, se trata de un proceso de socialización. 

Por su parte, la democracia, por esencia es participativa, no existe democracia sin participación, es lo que la define y caracteriza, por ello mientras mayores son las posibilidades reales de participación y protagonismo del pueblo, más democrático es el Estado. El concepto de democracia ha evolucionado sobre la base de dos dimensiones clásicas: los procesos que conducen a la toma de decisión y, la relación entre quienes toman las decisiones y aquellos sobre quienes recaen. 

Entendiendo esto, resulta que unas elecciones “libres” con una opinión fabricada y destilada por la maquinaria propagandística de la oligarquía, son solo un entretenimiento. Nuestro pueblo en general, carece de una educación política reflexiva y propia; escasamente posee una instrucción básica que es más una especie de “adoctrinamiento”, por tanto es presa fácil de la engañosa divulgación que atiborra los medios de comunicación, instrumentos manejados por el poder de facto. Así, al pueblo se le culpa de que no le interesa la política, pero a todos nos interesan las cuestiones que influyen en nuestra vida, aunque sea en la más modesta cotidianeidad, sin embargo los liderazgos políticos tradicionales y el aparato de poder lo esconden. 

Las opinión pública de la gente común, es decir, las opiniones del pueblo que recogen los sondeos y difunden los medios, tienen su origen en las predisposiciones de la ciudadanía, en sus valores, sus actitudes, sus formas de enfrentarse a la vida, de percibir los problemas sociales, etc. En el ámbito teórico de la opinión pública es comúnmente aceptado que, aunque las opiniones sean manipulables, las predisposiciones son más estables y difíciles de modificar, ya que son producto de procesos de socialización durante toda la vida del individuo. Pero, si la mayoría de los factores que influyen es la formación de nuestros valores y actitudes son controlados por el poder, ¿cómo podemos saber que no hemos sido manipulados para pensar y actuar de una determinada manera?

En las sociedades capitalistas la ciudadanía ha sido aleccionada para servir a los intereses de las grandes corporaciones y de los mercados financieros (consecuencia del sistema capitalista), intereses apoyados por los Estados a su servicio. Esto lo consiguen mediante la institucionalización de todos los factores y procesos que conforman las creencias, valores, cultura y formas de pensar de la gente común. Ellos diseñan el régimen político y así controlan prácticamente, todos los aspectos de nuestra vida, la religión, la educación, la economía, la política, los medios, la alimentación, la energía, la sanidad, etc. 

Las opiniones no son innatas ni surgen de la nada, la mayoría son fabricadas e inducidas por los aparatos ideológicos de la clase dominante. Los contenidos y prácticas escolares, por ejemplo, no sólo ocultan a los estudiantes las relaciones sociales impidiéndoles conocer las condiciones reales de vida, sino que, además los conducen hacia un “destino” de clase, cualificándolos de forma diferenciada. 

Schiller (1987) comienza haciendo referencia a la exaltación del individualismo, bajo cuyos preceptos se fomenta la propiedad privada como culminación del bienestar humano. Ello, sin embargo, requerirá de un contexto adecuado, imperturbable, que permita asumir esta realidad sin que aparezcan dudas. Es así como aparece el segundo mito, la supuesta neutralidad, a la que ya nos hemos antes, cuando en otro artículo hablamos de la apariencia de un sistema ideal que niega la manipulación como forma de control social. Es decir, el individuo puede vivir tranquilo acumulando bienes como el resto de sus semejantes y con la seguridad de estar protegido por un modelo de estado neutral en todas sus ramificaciones. Precisamente, en este contexto cobra sentido otro de los mitos, el del pluralismo de los medios, garantes de la conformación de una opinión pública bien formada. (Aurora Labio: 2005) 

A estos mitos se le unen dos más, opuestos y complementarios a la vez: el que se refiere a la ausencia de análisis sobre los conflictos sociales y el que apela a las emociones humanas que justifican la demanda de un tipo concreto de mensajes. De esta forma, se evitara poner el acento en profundizar sobre las desigualdades existentes. 

La creencia de que la cantidad de canales y la abundancia de información aseguran la diversidad y el pensamiento alternativo, se configura como uno de los ejes más determinantes de la manipulación. Los ciudadanos confían en los medios, a los que tradicional y teóricamente, se les han otorgado los valores sobre los que se asientan las democracias actuales. La discrepancia otorga además el valor definitivo de pluralidad, aunque se trate sólo del disfraz de un verdadero elemento herético. Si este último apareciera, el sistema realmente terminaría por expulsarlo o devorarlo. (González: 2011) 

En nombre de los imperativos categóricos del planeta tecno-financiero, paradigma de las redes liberadas de las fronteras históricas y de las culturas diferentes, la utopía neoliberal le ha fijado al devenir del globo un horizonte insuperable, de que ha sido proscrito el ideal de igualdad y justicia, donde la matriz utopía se ha inspirado durante mucho tiempo. 

Nada de grandes temas, grandes conflictos, sino soluciones técnicas, siendo “eficaces”, una “gestión gerencial tecnócrata, desembarazada de preocupaciones de hegemonía política”, según el vocabulario impuesto por el neoliberalismo. Nada de grandes relatos de liberación, sino fragmentos tecno-utópicos de mirada miope. Con la desaparición de la guerra fría y del equilibrio del terror, las sociedades humanas habrían alcanzado el `punto final de la evolución ideológica del hombre’. (Mattelart: 2000) 

Por consiguiente, ninguna necesidad para los ciudadanos ascendidos a consumidores/públicos soberanos de resistir al orden establecido, sino la obligación neo darwiniana de adaptarse al nuevo entorno competidor del librecambismo mundial (somos triunfadores –winners- o perdedores -loosers) 

En la actualidad, el panorama mediático nos muestra una maraña de empresas de la comunicación al servicio de un mismo interés: el sistema de economía de mercado. Por eso, aunque podamos descubrir propensiones políticas en muchos medios de comunicación, mantenemos la tesis de que la verdadera ideología dominante en dichos medios, se alinea con las bases que sostienen al capitalismo. 

Si entendemos esto en sentido práctico, sólo detengámonos en la observación de la realidad periodística diaria. Nos referimos, de manera concreta, a la cantidad de información que presentan los medios y que constituyen la mejor prueba de las complejas relaciones que se establecen en la organización informativa. Descubrimos así la imposibilidad de entender los medios como empresas aisladas que asumen una función pública como tarea prioritaria. Más allá de esto, los intereses y las relaciones entre las grandes corporaciones del sector, y de otras industrias, se nos revelan como elementos claves para comprender el sometimiento informativo a la ideología neoliberal. 

No resulta así inocente, la difusión de unos mensajes informativos por parte de varios medios de comunicación que han perdido (si es que alguna vez lo tuvieron) su carácter independiente, para pasar a formar parte de corporaciones conectadas directamente con intereses económicos y políticos. De esta forma, la globalización, en términos informativos, nos hace que hablemos del poder mediático, entendido éste como una ramificación más del poder político-económico en el mundo. 

La “opinión pública”, entonces, es decir, la diseminada entre el público por el aparato ideológico del poder, no es una opinión que emana del público y por tanto, no es una opinión que el público se ha formado por sí mismo. Estas opiniones prefabricadas arriba y diseminadas en la base social, son propias de las hegemonías, que están encima de las sociedades. Rescatemos la calidad e independencia informativas y mejoraremos la democracia.
*