Usualmente negrillas y subrayados son nuestros.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Marxismo y Educación

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Las negrillas son para efectos de estudio.
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MARX PARA UNA EDUCACIÓN EMANCIPADORA
Oscar A. Fernández O.

“Aquellos que tiene el privilegio de saber, tienen la obligación de actuar.”
Albert Einstein

¡Volver a Marx! Viejo grito de denuncia, rechazo y hastío. Periódicamente retoma el centro de la escena cuando el conformismo, la mansedumbre, la mediocridad, la apología y la legitimación entusiasta del orden establecido amenazan desdibujar el sentido crítico de las ciencias sociales. (N. Kohan: 2005)

El trabajo intelectual de Marx ha sido leído de distintas formas. En él se incluyen obras de teoría y crítica económica, polémicas filosóficas, manifiestos de organizaciones políticas, cuadernos manuscritos de trabajo y artículos periodísticos sobre la actualidad del siglo XIX. Muchas de sus obras las escribió junto con Engels. Los principales temas sobre los que trabajó Marx fueron la crítica filosófica, la crítica política y la crítica de la economía política.

El marxismo surgió en los años 40 del siglo XIX. Las necesidades de un progreso social que había puesto al desnudo los vicios radicales del régimen capitalista, de todo el sistema de explotación, el despertar del proletariado a las luchas políticas, los grandes descubrimientos en las ciencias naturales y el nivel de las investigaciones históricas y sociales plantearon ante el pensamiento social la tarea de elaborar una teoría nueva, científica, que pudiese responder a las cuestiones suscitadas por la vida.

Entenderemos por “marxismo” a la teoría científica que expresa los intereses históricos revolucionarios del proletariado como clase social. Su producción va a estar condicionada por la existencia de esta clase cuyos intereses históricos van a pasar por la supresión de toda forma de explotación. Será el punto de vista proletario de Carlos Marx y Federico Engels, el que les permitirá producir esta teoría apoyándose, pero a la vez rompiendo con ellos, en los logros del pensamiento iluminista (Rousseau, Montesquieu, Locke, Hume) la economía política clásica (Smith, Ricardo y John Stuart Mill) la filosofía alemana (Kant, Hegel, Nietzsche y Heidegger) y el socialismo francés (Fourier, Proudhon y Saint-Simón)

Si el liberalismo había removido las bases del mundo medieval que agonizó durante la Edad Moderna, el nacimiento del marxismo sacudió hasta sus más profundas raíces el pensamiento liberal burgués del siglo XIX. Como dicen Marx y Engels en sus primeras palabras del Manifiesto Comunista: “Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”. Nada mejor que esa frase para comprender lo que significó y sigue significando el marxismo para los intereses económicos poderosos. El poeta no se equivocaba cuando afirmaba que la vida es sueño: en efecto, desde su aparición, el marxismo ha sido la sempiterna pesadilla de quienes todavía creen en la “justicia” del capitalismo.

La aportación marxista a la educación comprende, por un lado, la conformación de una nueva teoría de la educación y, por otro, la crítica a la escuela entendida como instrumento que mantiene y sustenta las diferencias sociales. La educación se analiza dentro del contexto más amplio de la sociedad y de la política. Por tanto, las críticas principales no están referidas a cuestiones metodológicas, sino al papel que cumple la escuela más allá del aula, es decir, al contexto de las relaciones sociales. Para Marx y Engels, la escuela en el capitalismo reproduce la fábrica, ambas producen y reproducen la división social del trabajo y la división entre el trabajo físico y el intelectual. Mientras que para Max Weber, seguidor de Marx, la escuela es alienante en tanto reproduce, estructural y funcionalmente, la religión y legitima las formas de dominación de la burguesía.

Las teorías marxistas surgen en tomo a la concepción de una educación politécnica organizada junto al trabajo productivo para superar la alineación de los hombres. Marx y Engels, para elaborar su teoría, parten de la crítica a la educación unilateral o capitalista (donde hay escuelas para pobres y escuelas para ricos) a la que contraponen la formación omnilateral del hombre en igualdad de circunstancias. El hombre creador es analizado por Marx no como un ente abstracto, aislado y dotado de propiedades innatas, sino como individuo concreto, que encuentra la medida y el grado de realización de su esencia en el carácter del régimen socioeconómico en que vive y se desenvuelve.

Las concepciones educativas de Marx y Engels, al igual que las económicas, utilizan como instrumento práctico el método materialista dialéctico e histórico, realista y crítico, que parte de lo concreto, estudia los hechos y sus contradicciones y plantea la transformación de la realidad. Para lograr esta omnilateralidad del ser humano, Marx y Engels defienden que la educación ha de abarcar tres ámbitos: la educación intelectual, la educación física y la educación politécnica, mediante la cual el alumno se instruirá en los principios generales del proceso de producción y por la que entrará en contacto con los instrumentos de la industria. Hoy tendríamos que agregar la educación tecnológica, que familiariza al alumno con el uso de la informática, la telemática y la robótica, usadas por la hoy llamada globalización económica, para dirigir y controlar este sistema mundial.

Marx y Engels separan el Estado y el gobierno. De este modo, la enseñanza puede ser estatal sin estar bajo el control del gobierno. Es estatal en tanto debe ser el Estado el que legisle disposiciones generales como las referentes a la formación de los maestros, controle el cumplimiento de estas normativas y distribuya el sostenimiento de estas escuelas; pero para lo demás puede depender de autoridades locales representativas. 

Siendo la educación la reproducción y el reflejo de un determinado grado de desarrollo material de la sociedad, de las formas de propiedad existentes y de la manera cómo se relacionan los hombres para producir, resulta una actitud subjetiva el tratar de diseñar modelos educativos que nada tienen que ver con la realidad concreta, obedeciendo sólo a esquemas mentales que pueden ser aspiraciones legítimas pero ajenas a las leyes del desarrollo social. Esta manera de plantear las cosas cae en la utopía voluntarista y es preciso comprender que las sociedades no se comportan según el buen deseo de los hombres, sino de acuerdo a leyes objetivas que rigen el curso de su desarrollo, aunque la influencia de los ciudadanos es importante.

El proyecto educativo emancipador salvadoreño deberá plantear una educación "revolucionaria y transformadora", dentro de una sociedad clasista donde impera la opresión y la exclusión social, que han convertido nuestro país en un nido de violencia incontrolable; donde la clase dominante, precisamente por ser la poseedora de la gran propiedad privada de los medios de producción y acaparadora de la riqueza que produce la nación, explota, discrimina y somete a las clases oprimidas, aunque la administración del Estado –como en el caso presente- esté en manos de corrientes progresistas y de alguna influencia revolucionaria, que no termina de cuajar.

Según Paolo Freire (1921-1997) filósofo y pedagogo, humanista cristiano, es suficiente cambiar la conciencia de los hombres para terminar cambiando materialmente la sociedad. Sin duda toca un punto importante y por demás capital en la lucha contra el dominio burgués. Pero la naturaleza y complejidad del problema indica que es preciso cambiar primero la estructura económica de la sociedad --a esto se llama "cambio estructural"-- que, en nuestro caso, consiste en un proceso para consolidar la propiedad social de los medios de producción, y volver a la posesión de las empresas públicas que fueron privatizadas.

Es cierto que, en determinado momento del desarrollo social, cuando se han cerrado todas las puertas para un ulterior crecimiento de las fuerzas productivas de la sociedad, las expresiones súper-estructurales y entre ellas la educación, se rebelan contra la estructura económica caduca para transformarla radicalmente, en última instancia en esto consiste la revolución social. Este desarrollo desde la perspectiva liberal burguesa sin embargo, no tiene nada que ver con el planteamiento educativo que apunta a la transformación de un nuevo modelo educativo liberador, sino que se trata de un intento más de maquillar un capitalismo salvaje que está arrastrando al conjunto de la humanidad a la barbarie, aún y cuando insistan en apropiarse de las banderas de la libertad y la justicia, el nuevo discurso enclenque y oportunista de la oligarquía burguesa.

Creemos, por el contrario, que la tarea de transformación nos corresponde a quienes fungimos de transmisores del conocimiento. Es a nosotros que cabe pedir –y acaso exigir- una analítica crítica (histórica y socialmente situada) de la educación que derive en la verdadera emancipación humana, como diría Marx, o en la verdadera utopía liberadora, como diría Freire.
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Rebeldía por Convicción

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Las negrillas son para efectos de estudio-
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LA IZQUIERDA HOY: VIGORIZAR EL PROGRAMA Y SUS OBJETIVOS
Oscar A. Fernández O.

"La justicia, la igualdad del mérito, el trato respetuoso del ser humano, la igualdad plena del derecho: eso es la revolución". José Martí

La izquierda como todos sabemos, es desde siempre la contraposición a la derecha, pero para la mayoría los límites entre ambas son muy vagos y el espectro ideológico que abarcan, es igualmente vasto en las dos. Ser de izquierdas supone una determinada concepción más que del mundo, que es problema de la filosofía y las religiones, de los humanos, sus derechos y sus deberes. Por tanto, existe una relación directa entre la revolución y la izquierda. Los compromisos de la izquierda han sido distintos a través de la historia política: izquierda y anarquismo; izquierda y cristianismo, izquierda y cultura e izquierda y democracia. 

Algunos insisten en que la izquierda actual se ha mantenido a la sombra de las derechas, empujada por la caída del sistema soviético y el embate de las ideas escépticas y pragmáticas que caracterizan esta fase de la era moderna. Otros sostienen, que se ha quedado sin argumentos frente a un mundo que mira la extensión de sus sociedades, basada en la economía de los grandes países capitalistas y de manera especial en los Estados Unidos, cabeza y alma del imperio global. Sin embargo, por muy lastimada que pudiera estar la izquierda, todavía le quedan fuerzas para clamar contra la injusticia de esos pueblos que mantienen el 30 por ciento o más por debajo de los límites de la miseria o de un mundo en que el 80 por ciento mueren de hambre, mientras el otro 20%, hace dietas para adelgazar. 

Pero esta superficialidad que algunas izquierdas evidencian hoy, le han acarreado cruentos e incruentos ataques desde todos los ángulos del panorama político, que escudándose en lo económico y lo moral, intentan no sólo desprestigiarla, sino envilecerla y desautorizarla.

El marxismo no ha dejado de ser un referente intelectual, sin embargo la izquierda debe reconocer que éste ya no tiene la misma influencia política de antes, aunque sus planteamiento han vuelto a la palestra, aún entre los intelectuales del capitalismo. A Marx no le alcanzó la vida para definir el mecanismo eficaz que produciría el cambio de la realidad y el destino del capitalismo: el empobrecimiento de grandes masas de población y la proletarización de las capas medias. Pero nadie ha sido capaz, hasta hoy, de continuar esa construcción ideológica equiparable en fuerza, contundencia, seducción intelectual y penetración. Aunque comienzan a surgir algunos intentos en las escuelas marxistas contemporáneas. 

Sin embargo, para los izquierdistas revolucionarios, el marxismo realiza una explicación muy completa de los orígenes del capitalismo, de las leyes de su funcionamiento y de la manera para poder revocarlo. Es una teoría de cómo las ricas naciones capitalistas podrían utilizar sus inmensos recursos para lograr la justicia y la prosperidad de sus pueblos. De ahí, el inmenso atractivo que ha ejercido tanto en muchos intelectuales, como en grandes masas de los pueblos del mundo. El contraste no puede ser mayor si lo comparamos con la ideología neoliberal, que va en dirección contraria.

Las derechas por su parte, también han sufrido una particular mutación. El conservadurismo clásico, poseedor de un bagaje de principios y concepciones del mundo con gran influencia religiosa, ha sido sucedido por un neoliberalismo sin contenido moral, que tiene capacidad de impulso político a pesar de todo, a través del consumismo.

La izquierda hoy necesita un proyecto político, el cuál no es sólo un conjunto de ideas y medidas, aunque sean brillantes. Un proyecto político, como decimos en un artículo anterior, tiene al menos cinco componentes políticos esenciales, sin los que es muy difícil lograr el apoyo social.

1. La dimensión ideológica que aporta los objetivos morales, éticos, de valores, su filosofía y su sentido más humano. 

2. Un programa, que establece los objetivos políticos del proyecto, es decir, los elementos más concretos y vinculados a cada realidad, lugar y personas que son objeto y sujeto de él. 

3. Una base social, que por la pretensión democrática del proyecto requiere una serie de personas, grupos y clases, cuya perspectiva de vida e interés puedan ser unidos detrás de unos objetivos políticos y morales.

4. Los instrumentos para la acción política operativa, que son básicamente los partidos políticos y el Estado. Los partidos políticos son los encargados de convertir las necesidades y demandas del pueblo o de otros sectores que representen, en decisiones políticas o a planteamientos programáticos. Sin embargo los partidos de izquierda hoy, deben entender y asumir que su actuación es en última instancia, con la institucionalidad del Estado, electa de forma democrática y legitimada, para imponer, si es necesario, una decisión. 

5. Finalmente, la estrategia que es la que ordena la ideología, el programa, la base social y los instrumentos políticos de acción en un tiempo determinado, con aliados específicos y con una idea de la oportunidad y el momento apropiado para conseguir una hegemonía política.

Sin estos elementos funcionando al unísono, es difícil decir que una fuerza política o un conjunto de ellas, tienen un diseño de intervención social económica y cultural de cambio. Esto da una legítima pretensión de convocar a las mayorías para alcanzar objetivos a mediano y largo plazo. Si falta alguno de estos elementos, la acción política es débil y puede decirse que no hay proyecto. 

Buena parte de la izquierda está lastimada por la pérdida de referentes morales y de su utopía, como dice Habermas. Estas expresiones de la izquierda hoy, no han definido objetivos políticos claros, a pesar de que el “modelo” neoliberal ha caído en descrédito y de haber logrado ciertas cosas importantes como retomar el Estado y propiciar el fin de las dictaduras militares, lograr las libertades básicas, etc. La izquierda ha perdido aquella base social fiel y decididamente identificable, lo que ha producido una fractura que conduce a que las clases medias y otras, sean seducidas por los cantos de sirena de las derechas a través de un mercado, que solo como espejismo, está al alcance de todos.

La izquierda debe recobrar un proyecto propio y no sólo contestatario, manteniendo la continuidad con tradiciones que no deben abandonarse, defendiendo la democracia radical, la igualdad de oportunidades, la justicia y la solidaridad, asuntos que han costado tanta sangre a través de tantos años. Esta es una labor muy difícil que demanda tiempo, reflexiones profundas y grandes dosis de imaginación que exigen amplitud, diálogo y debate, triunfos y derrotas, pero que deben comenzar ya con algunas orientaciones oportunas. 

El resurgimiento de la izquierda en nuestros días, tan necesario, no podrá producirse sin el rearme ideológico y estratégico. Hay que aprender de los errores cometidos. Hay que adaptar la estrategia al espacio y al tiempo, al país y al momento histórico. Pero hay ciertas líneas generales que pueden aplicarse globalmente. La izquierda debe diferenciarse de la derecha no sólo en sus objetivos sino también en sus métodos para alcanzarlos. 

Nunca debemos olvidar que para cambiar el sistema no bastan las buenas intenciones ni tener la razón de nuestra parte. Las ideas son necesarias pero no son suficientes. Hay que luchar contra las minorías dominantes que controlan la sociedad, minorías que harán todo lo posible por evitar los cambios o desvirtuarlos. Aquellos que controlan especialmente la maquinaría ideológica, desde dónde se producen y reproducen las ideas que siembran como verdades inobjetables y que los pueblos generalmente aceptan sin resistencia. La clave entonces es la batalla ideológica. Donde sea y como sea, un verdadero militante de izquierda debe ser un luchador de ideas incansable, aun cuando esté en aparente desventaja. Un rebelde por convicción.
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Cambio de Rumbo

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GUIAR EL TIMÓN Y CAMBIAR EL RUMBO
Óscar A. Fernández O.

A la memoria de nuestro hermano y camarada Jorge Sol Pérez, incansable combatiente de las ideas marxistas revolucionarias, que falleció soñando con un mundo mejor. ¡Hasta la victoria siempre!

Partamos de un hecho indubitado y demostrado en la práctica, con el neoliberalismo no termina la historia como quieren hacernos creer, el reto y la posibilidad del cambio para mejorar oportuna y dinámicamente, está en el esfuerzo y la inteligencia del pueblo que es quién determina su futuro, en compañía de sus liderazgos más capaces, eficientes y probos.

La izquierda revolucionaria en el gobierno no deberá cometer el usual error de creer que cambiando la forma de gobernar ya no quedará nada más que hacer que administrar lo hecho. No debe apuntarse a ningún “estado permanente”, ni tampoco a un equilibrio alguno que pueda ser temporal, pues con seguridad éste será interrumpido por la energía y la dinámica que caracteriza a la historia de los pueblos. Por lo tanto, el término “sostenibilidad” debe ser rechazado en el sentido de permanencia, lo mismo que cualquier majadería acerca del “fin de la historia”. 

Para que la sociedad salvadoreña cambie, a pesar de haberse convertido en una sociedad autodestructiva, inducida por una oligarquía neofascista y sus testaferros políticos, aprendices de brujo mal educados, es necesario hacer cambios radicales de realidades y valores profundamente arraigados, como son los hábitos conformistas y obedientes que aceptan y creen necesitar el poder de las clases dominantes como una consecuencia natural del orden establecido. La experiencia de los campos de exterminio nazis durante la Segunda Guerra Mundial lo demostró. La melancolía por los dictadores y las manos duras para “portarnos bien”, también confirma la simpatía hacia la necesidad de que existan verdugos.

Estos son ejemplos relativamente simples del gran conjunto de rasgos y patrones que tienen que ser modificados, diseñando y practicando nuevas y eficaces formas de liderazgo y gobierno, que constituyan elementos importantes del proceso de liberación de nuestro pueblo, si la izquierda socialista desea aumentar las posibilidades y las probabilidades de liderar la construcción a corto, mediano y largo plazo, de un Estado que sustente el progreso, revisando desde luego la idea misma de “progreso”.

El rediseño de la gobernación no es más que una medida transitoria, mientras no se produzca el salto cualitativo en nuestra sociedad. Pero mejores potenciales de gobierno pueden reducir las causas y los efectos de la tragedia de nuestro pueblo, perfeccionando la raison d’humanite (la razón humana del Estado) que ha de ser la lógica en una nueva visión, de modo que en una primera instancia se evite la catástrofe hacia la que nos lleva un modelo económico que ya no funciona más y que por terquedad y arrogancia, siguen imponiendo improvisadamente los delegados del poder fáctico. Hasta dónde sea posible, debemos impulsar continuamente el desarrollo del pueblo y no primordialmente el del mercado, sin menospreciar la importancia y el rol de este último con objetiva ponderación. 

Adelantos significativos en la capacidad de gobernar han tenido lugar en la historia de la humanidad, como sucedió en la Grecia clásica, con la idea de que la política es un dominio reconocido de la vida humana, susceptible a ser deliberadamente definido y sometido por los poderes. “Bien puede argumentarse que la teoría política nace y renace en tiempos de crisis culturales; que su razón de ser es la reconstrucción del discurso político y de la vida” sostiene J. Peter Euben (1994) 

La cultura política salvadoreña y su dinámica, personificada claramente en la mayoría de los liderazgos políticos tradicionales, sin duda plantean a cualquiera, serios problemas en la capacidad de gobernar. Tales problemas suelen ser descritos en términos de “gobernabilidad” –por lo general en la forma negativa de “ingobernabilidad”- cuyo uso y abuso se ha extendido, y en la mayoría de veces, tales términos son empleados para esconder la discapacidad de gobernar. La legitimidad del Estado y la autoridad pública son aceptadas a regañadientes y la autoridad es minada por la desmitificación y por el creciente cinismo y desconfianza con que se mira a los políticos. En tanto, los medios de comunicación de masas se han convertido en poderosas empresas privadas que generan gran impacto y convierten cada vez más la política en un circo, en una oscura campaña de despolitización de las masas.

En nuestro ámbito, ya la política se basa cada menos en la ideología y la mayoría de partidos proponen políticas similares en la mayor parte de los asuntos e incluso cuando la competencia electoral lleva a los candidatos a enfatizar diferencias de opinión, la falta de opciones conocidas y realistas en numerosas cuestiones ha apagado el fuego del debate ideológico político serio y profundo, que en realidad establece la diferencia fundamental de la política y la forma de gobernar. La política ha sido “despolitizada”, como producto de la implantación de la ideología posmoderna y el pensamiento único, que niega todos los valores y preceptos del iluminismo y decreta que ya no hay historia.

El FMLN debe definirse claramente frente al modelo económico rampante que muestra, a pesar de su fracaso, claros dogmas de fe incuestionables, con los cual los derechistas neoliberales imponen su poder antidemocrático creando valores consumistas y nihilistas, que derivan en el fanatismo autoritario y la fractura de la sociedad. En este contexto negativo debe entenderse que los cambios oportunos que marquen la diferencia sustancial, el despertar de las organizaciones populares, los avances en la educación y la concienciación política de las masas, los nuevos tipos de valores humanistas, no violentos y solidarios, son de urgente necesidad. 

Todo ello sólo puede ser factible en tanto se construye a mediano y largo plazo un país diferente con derechos igualitarios, libertades y necesidades elementales subsanadas. No hay garantía de que esto camine sobre rieles, al contrario, el horizonte anuncia tormentas y por eso lo más decisivo es la calidad de las elites que gobiernan, puesto que son éstas las que toman la mayor parte de las decisiones que afectan la vida de los salvadoreños.

Debemos empeñar todos nuestros esfuerzos a fortalecer la organización de las masas, mientras nos dedicamos al aprendizaje y a la reflexión seria, rodeándonos de los mejores hombres y mujeres, los más calificados, animándolos a luchar junto a nosotros. Son necesarias con urgencia, ideas innovadoras de rediseño que sustentadas en la seriedad, la responsabilidad y la probidad, perfeccionen la capacidad crítica para gobernar. Pero, lo que más se necesita son cerebros creativos de alto nivel, todo lo cual en definitiva es lo que llamo el pluralismo social-cultural, junto al compromiso con la construcción y perfeccionamiento de un Estado fuerte y democrático, fundamentado en los derechos del pueblo.

Facultar a las personas es esencial para reforzar las capacidades democráticas de gobierno, pero si no se incrementa la comprensión popular de los complejos temas públicos y su relación con la solidaridad humana, la democracia se tornará una ficción o fracasará estrepitosamente en sus cometidos.

No se puede depender de la sociedad de la información para la creación automática de un público ilustrado -hay indicios para pensar todo lo contrario-, por lo que habrá que esforzarse en educar a la gente y promover una mayor identificación con la humanidad en su conjunto. Entre otras cosas, esto significa que los políticos deberían intentar explicar los grandes temas legislativos y admitir que en muchas ocasiones no saben qué medidas adoptar. Habría que incitar a los canales de televisión para que presentaran temas complejos y controvertidos de un modo comprensible e interesante. Las escuelas y universidades tendrían que incluir en sus planes de estudio cursos que abarcaran el debate nacional y las perspectivas integrales.

Debemos lograr la coherencia política, barriendo los personalismos y los protagonismos, procurando una nueva confluencia con las masas, para crear una convergencia popular que aspira a un contexto de mayor democracia y defiendan en masa codo con codo, la construcción de un contrapoder hegemónico, que necesitamos para levantar un nuevo Proceso Constituyente.
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Oligarquía y Medios de Comunicación

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Los subrayados son para efectos de estudio.
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LA OLIGARQUÍA DE LOS MEDIOS Y SU “LIBERTAD DE EXPRESIÓN”
Oscar A. Fernández O.

“Tengo sed, tengo apetito de la luz, 
y sólo trago sombra”, 
Pablo Neruda

Al respecto del papel de los grandes medios de comunicación en El Salvador, dos cuestiones son objetivamente demostrables: uno, que han pasado de ser conductos de información para convertirse en instrumentos de propaganda y contra-propaganda del poder capitalista y dos, que su ideología es claramente militante es decir, con un astuto pensamiento neoconservador y fascista. Su ataque permanente al actual gobierno del FMLN que trata de corregir las descomunales fallas heredadas de la crisis capitalista, es la mejor prueba de ello.

La prohibición del debate verdaderamente público de cuestiones relativas a la democratización de las comunicaciones por los grandes grupos dominantes de los medios, funciona como una censura disfrazada. Este es el “efecto silenciador” que el discurso de los grandes medios provoca exactamente en relación a la libertad de expresión que simulan defender.

Su estrategia ideológico-propagandista hoy reforzada con los adelantos tecnológicos de la llamada mass media, sostiene un discurso de justificación de la concentración de la riqueza, claramente a favor de la clase dominante a la cual pertenecen sus dueños y accionistas mayoritarios. Con la misma intensidad con que satura la opinión de los salvadoreños acerca de un pretendido fracaso en las políticas sociales recientemente impulsadas (por primera vez en la historia) y clama por la consolidación del poderío del mercado, arremete contra cualquier manifestación de cambio, incluso progresista.

Desde la firma de los Acuerdos de Paz que propician la participación política legal del FMLN, la gran empresa de los medios escritos, radiados y televisivos ha mostrado una marcada tendencia a desacreditar la acción propositiva del gobierno actual, ligándole a la violencia, a la desestabilización nacional y hoy, al fracaso de un devastado modelo económico. La tendencia a distorsionar la realidad obedece a una estrategia política del poder económico, elaborada por los costosos equipos de mercadotecnia política de ARENA, en asociación con los llamados “expertos” en guerra sucia, intoxicadores, rumorólogos (sic!) y toda suerte de “plumas fáciles” que se ofrecen al mejor postor. Los grandes medios de comunicación de la oligarquía, utilizan para esto la información desfigurada, la falsa información o la información con una clara tendencia conspirativa. 

En este contexto, es oportuna y apropiada la lectura de “La ironía de la Libertad de Expresión”, revelador libro escrito por Owen Fiss, uno de los más importantes y reconocidos especialistas en la “Primera Enmienda” de los Estados Unidos. (Lima: 2010)

Fiss introduce el concepto de “efecto silenciador” cuando discute que, al contrario de lo que pregonan la gran prensa capitalista, el Estado no es un enemigo natural de la libertad. El Estado puede ser una fuente de libertad, por ejemplo, cuando promueve “la robustez del debate público en circunstancias en las que los poderes fuera del Estado están inhibiendo el discurso. Puede tener que asignar recursos públicos - distribuir megáfonos, conceder frecuencias de radio, TV – para aquellos cuyas voces no serían escuchadas en la plaza pública de otra manera. Puede incluso tener que silenciar las voces de algunos para que se oigan las voces de los otros. Algunas veces no hay otra forma” (Lima, V.: 2010)

Fiss usa como ejemplo los discursos de incitación al odio, los discursos de miedo, la pornografía y los gastos ilimitados en las campañas electoralesl. Las víctimas del odio tienen su autoestima destrozada; la mayoría de las personas viven con temor, las mujeres se transforman en objetos sexuales y los “menos poderosos” quedan en desventaja en la arena política. 

En todos esos casos, “el efecto silenciador viene del propio discurso”, esto es, “la representación que amenaza el discurso no es el Estado. Corresponde, por tanto, al Estado promover y garantizar el debate abierto e integral y asegurar que el público oiga a todos los que debería oír, o más aún, garantice la democracia exigiendo “que el discurso de los poderosos no entierre o comprometa el discurso de los no poderosos”. (Fiss: 2005)

Específicamente en el caso de la libertad de expresión, existen situaciones en las que la “medicina” liberal clásica de más discursos, al contrario que la regulación del Estado, simplemente no funciona. Los que supuestamente podrían responder al discurso dominante no tienen acceso a las formas de hacerlo.

La campaña de mentira e intoxicación propagandística que mantienen los grandes medios contra el gobierno del FMLN, consiste en presentar un panorama ficticio de la realidad social, económica y política, pretendiendo efectos sicológicos y no materiales. Así, para lograr votos se presenta una realidad engañosa, propagandizando hechos deformados y culpando a la izquierda de una “caótica” situación económica y social.

La libertad de expresión tiene como fin asegurar un debate público democrático en donde todas las voces sean oídas. Al usar como estrategia de oposición política la repetición de la amenaza constante de volver a la censura y de que corre riesgo la libertad de expresión, los grandes grupos de los medios transforman la libertad de expresión en un fin en sí mismo. 

Como verdaderos agentes del libre mercado, los grandes medios están creando valores y normas que aumentan y alimentan falsas expectativas de un modo irreal especialmente en los pobres y marginados, contribuyendo a la frustración de millones y por consiguiente a la agresión y a la violencia que pueden derivarse de ello. Desigualdad, marginación y frustración, son elementos constitutivos de la violencia.

Cuando los medios condenan la violencia, lo hacen selectivamente. No se condenan todas las formas de violencia ni todas las conductas violentas. Los grandes medios adoptan un enfoque negativo y punitivo frente a otros problemas sociales y a todas las formas de protesta social. Son partidarios de la pena de muerte, de los castigos corporales, del disciplinamiento social y las “manos súper duras”. En general, expresan su ideología fascista; se oponen a un derecho penal civilizado, evidencian opiniones racistas y se muestran contrarios a una sociedad de iguales.

La situación actual, reforzada por la gran empresa de medios de comunicación, se caracteriza por un extraño hiato: se exige la “calidad” académica supeditada al mercado, se proclama la “organización racional” de las empresas y la “austeridad” del Estado, pero de lado del consumo, se explota la irracionalidad e irreflexión del “consumidor”.

La mentira y la propaganda negra de los medios, están al servicio de la destrucción de cualquiera que se oponga a su ideología ultra-conservadora. El problema moral de esta actitud es que una mentira es mucho menos tolerable cuando se le emplea para un fin peor. 

Nos encontramos ante un nuevo reto, buscar el método para que los ciudadanos hagan valer su derecho a la información mediante un Estado al que debemos exigir que cumpla con su obligación de garantizarlo. A ese Estado los ciudadanos debemos darle poder y el Estado a los ciudadanos, darles control. Esa es la verdadera libertad de prensa en una democracia.
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sábado, 15 de noviembre de 2014

Izquierda, Programa y Objetivos

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LA IZQUIERDA HOY: VIGORIZAR EL PROGRAMA Y SUS OBJETIVOS

Oscar A. Fernández O.

"La justicia, la igualdad del mérito, el trato respetuoso del ser humano, la igualdad plena del derecho: eso es la revolución". José Martí.

La izquierda como todos sabemos, es desde siempre la contraposición a la derecha, pero para la mayoría los límites entre ambas son muy vagos y el espectro ideológico que abarcan, es igualmente vasto en las dos. Ser de izquierdas supone una determinada concepción más que del mundo, que es problema de la filosofía y las religiones, de los humanos, sus derechos y sus deberes. Por tanto, existe una relación directa entre la revolución y la izquierda. Los compromisos de la izquierda han sido distintos a través de la historia política: izquierda y anarquismo; izquierda y cristianismo, izquierda y cultura e izquierda y democracia. 

Algunos insisten en que la izquierda actual se ha mantenido a la sombra de las derechas, empujada por la caída del sistema soviético y el embate de las ideas escépticas y pragmáticas que caracterizan esta fase de la era moderna. Otros sostienen, que se ha quedado sin argumentos frente a un mundo que mira la extensión de sus sociedades, basada en la economía de los grandes países capitalistas y de manera especial en los Estados Unidos, cabeza y alma del imperio global. Sin embargo, por muy lastimada que pudiera estar la izquierda, todavía le quedan fuerzas para clamar contra la injusticia de esos pueblos que mantienen el 30 por ciento o más por debajo de los límites de la miseria o de un mundo en que el 80 por ciento mueren de hambre, mientras el otro 20%, hace dietas para adelgazar. 

Pero esta superficialidad que algunas izquierdas evidencian hoy, le han acarreado cruentos e incruentos ataques desde todos los ángulos del panorama político, que escudándose en lo económico y lo moral, intentan no sólo desprestigiarla, sino envilecerla y desautorizarla.

El marxismo dejado no ha de ser un referente intelectual, sin embargo la izquierda debe reconocer que éste ya no tiene la misma influencia política de antes, aunque sus planteamientos han vuelto a la palestra, aún entre los intelectuales del capitalismo. A Marx no le alcanzó la vida para definir el mecanismo eficaz que produciría el cambio de la realidad y el destino del capitalismo: el empobrecimiento de grandes masas de población y la proletarización de las capas medias. Pero nadie ha sido capaz, hasta hoy, de continuar esa construcción ideológica equiparable en fuerza, contundencia, seducción intelectual y penetración. Aunque comienzan a surgir algunos intentos en las escuelas marxistas contemporáneas. 

Sin embargo, para los izquierdistas revolucionarios, el marxismo realiza una explicación muy completa de los orígenes del capitalismo, de las leyes de su funcionamiento y de la manera para poder revocarlo. Es una teoría de cómo las ricas naciones capitalistas podrían utilizar sus inmensos recursos para lograr la justicia y la prosperidad de sus pueblos. De ahí, el inmenso atractivo que ha ejercido tanto en muchos intelectuales, como en grandes masas de los pueblos del mundo. El contraste no puede ser mayor si lo comparamos con la ideología neoliberal, que va en dirección contraria.

Las derechas por su parte, también han sufrido una particular mutación. El conservadurismo clásico, poseedor de un bagaje de principios y concepciones del mundo con gran influencia religiosa, ha sido sucedido por un neoliberalismo sin contenido moral que tiene capacidad de impulso político a pesar de todo, a través del consumismo.

La izquierda hoy necesita un proyecto político, el cuál no es sólo un conjunto de ideas y medidas, aunque sean brillantes. Un proyecto político, como decimos en un artículo anterior, tiene al menos cinco componentes políticos esenciales, sin los que es muy difícil lograr el apoyo social.

La dimensión ideológica que aporta los objetivos morales, éticos, de valores, su filosofía y su sentido más humano. Un programa, que establece los objetivos políticos del proyecto, es decir, los elementos más concretos y vinculados a cada realidad, lugar y personas que son objeto y sujeto de él. Una base social, que por la pretensión democrática del proyecto requiere una serie de personas, grupos y clases, cuya perspectiva de vida e interés puedan ser unidos detrás de unos objetivos políticos y morales.

Los instrumentos para la acción política operativa, que son básicamente los partidos políticos y el Estado. Los partidos políticos son los encargados de convertir las necesidades y demandas del pueblo o de otros sectores que representen, en decisiones políticas o a planteamientos programáticos. Sin embargo los partidos de izquierda hoy, deben entender y asumir que su actuación es en última instancia, con la institucionalidad del Estado, electa de forma democrática y legitimada, para imponer, si es necesario, una decisión. Finalmente, la estrategia que es la que ordena la ideología, el programa, la base social y los instrumentos políticos de acción en un tiempo determinado, con aliados específicos y con una idea de la oportunidad y el momento apropiado para conseguir una hegemonía política.

Sin estos elementos funcionando al unísono, es difícil decir que una fuerza política o un conjunto de ellas, tienen un diseño de intervención social económica y cultural de cambio. Esto da una legítima pretensión de convocar a las mayorías para alcanzar objetivos a mediano y largo plazo. Si falta alguno de estos elementos, la acción política es débil y puede decirse que no hay proyecto. 

Buena parte de la izquierda está lastimada por la pérdida de referentes morales y de su utopía, como dice Habermas. Estas expresiones de la izquierda hoy, no han definido objetivos políticos claros, a pesar de que el “modelo” neoliberal ha caído en descrédito y de haber logrado ciertas cosas importantes como retomar el Estado y propiciar el fin de las dictaduras militares, lograr las libertades básicas, etc. La izquierda ha perdido aquella base social fiel y decididamente identificable, lo que ha producido una fractura que conduce a que las clases medias y otras, sean seducidas por los cantos de sirena de las derechas a través de un mercado, que solo como espejismo, está al alcance de todos.

La izquierda debe recobrar un proyecto propio y no sólo contestatario, manteniendo la continuidad con tradiciones que no deben abandonarse, defendiendo la democracia radical, la igualdad de oportunidades, la justicia y la solidaridad, asuntos que han costado tanta sangre a través de tantos años. Esta es una labor muy difícil que demanda tiempo, reflexiones profundas y grandes dosis de imaginación que exigen amplitud, diálogo y debate, triunfos y derrotas, pero que deben comenzar ya con algunas orientaciones oportunas. 

El resurgimiento de la izquierda en nuestros días, tan necesario, no podrá producirse sin el rearme ideológico y estratégico. Hay que aprender de los errores cometidos. Hay que adaptar la estrategia al espacio y al tiempo, al país y al momento histórico. Pero hay ciertas líneas generales que pueden aplicarse globalmente. La izquierda debe diferenciarse de la derecha no sólo en sus objetivos sino también en sus métodos para alcanzarlos. 

Nunca debemos olvidar que para cambiar el sistema no bastan las buenas intenciones ni tener la razón de nuestra parte. Las ideas son necesarias pero no son suficientes. Hay que luchar contra las minorías dominantes que controlan la sociedad, minorías que harán todo lo posible por evitar los cambios o desvirtuarlos. Aquellos que controlan especialmente la maquinaría ideológica, desde dónde se producen y reproducen las ideas que siembran como verdades inobjetables y que los pueblos generalmente aceptan sin resistencia. La clave entonces es la batalla ideológica. Donde sea y como sea, un verdadero militante de izquierda debe ser un luchador de ideas incansable, aun cuando esté en aparente desventaja. Un rebelde por convicción.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Sobre la Demagogia Penal

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LA DEMAGOGIA PENALISTA EN EL SALVADOR.
Oscar A. Fernández O.

“Esa relación estable y normal llamada autoridad no descansa nunca en la fuerza...” José Ortega y Gasset

En el campo del régimen legal, nuestro pensamiento se limita a confirmar una ideología del statu quo que respalda el orden social y económico vigente. Mientras no se comprenda la naturaleza del derecho en la sociedad capitalista neoliberal, seguiremos sujetos a una realidad opresiva. De lo señalado diremos entonces, que, se necesita una filosofía crítica-marxista del orden legal imperante, que permita encarar y procurar el logro de una nueva realidad

La aparente contradicción prevención - represión, no es el fracaso del sistema penal que confía más en la represión, sino en las groseras contradicciones y desigualdades que presenta nuestro proceso social, exacerbadas por una estrategia neoliberal extremista que descarta el bienestar social, debilita el Estado, aumenta la exclusión y potencia la concentración de la riqueza. En este mismo sentido, podemos decir, que la policía, el brazo de la fuerza del estado para imponer la ley, no es un hecho metafísico, sino que político; no es una institución simplemente del Estado, sino siempre de un determinado Estado. 

La problemática de la criminalidad es un asunto complejo, que debe ser abordado de manera sistemática y multifactorial, hemos insistido en ello. Aun así, es una fantasía pretender erradicar la delincuencia, porque ésta es consustancial al conglomerado social. Sin embargo, es factible aspirar a una reducción importante de sus cifras. El cumplimiento de este objetivo está condicionado a la sensatez de las soluciones propuestas desde la política criminal del actual gobierno. Si se opta por soluciones inadecuadas, el problema, lejos de disminuir, sin duda aumentará pasando de formas simples a formas mucho más complejas, pues sus efectos se acumulan y se convierten en causas.

El triángulo policía – justicia penal – cárcel se ha demostrado hasta hoy, impotente. Tenemos la Policía con el mejor grado de formación profesional y académica quizás mejor de Centro América, pero la delincuencia continua sin presentar una reducción alentadora. A la Fiscalía se le ha otorgado el monopolio en la investigación criminal y sin embargo su fracaso es manifiesto. Por su parte, el problema de los reclusorios y centros de detención es ya impresentable.

Para ser efectivos contra el delito no necesitamos transformar a la Policía en un supra-poder justiciero o en un súper ejército armado hasta los dientes, o sacar al ejército a “hacer la guerra contra los ciudadanos”, ni convertir el país en un gigantesco campo de detención, dónde todos seremos culpables hasta que no probemos lo contrario. Lo que la Policía debe hacer es depurarse, especializarse, prepararse y reorganizarse en el territorio, en función de una mayor exigencia para enfrentar adecuadamente nuevas y mucho más complejas modalidades del crimen callejero y del gran crimen organizado, que ha sido tratado superficialmente por mucho tiempo. 

El debate no ha perdido actualidad. Todo lo contrario. Todos los días seguimos encontrándonos con sectores del poder político que pretenden echar mano al derecho penal para “solucionar” conflictos. Por otro lado, seguimos encontrando justificaciones doctrinarias de esas prácticas. 

Asimismo, en la posición contraria seguimos escuchando, cada vez con mayor ahínco teórico, afirmaciones provenientes de grandes exponentes de la sociología y la criminología que pugnan por deslegitimar la expansión normativa llevando las cosas a estadios exorbitantes. De ahí la insistencia por nuestra parte de seguir investigando, acerca de los verdaderos límites del poder punitivo del Estado. Límites estos, que se intentarán buscar en los dos sentidos posibles, es decir, investigando el mínimo de conductas que deben estar previstas por las leyes penales como así también los límites sobre lo máximo que pueda penarse de acuerdo a las exigencias de justicia. En otros términos, intentaremos buscar los límites de un derecho penal justo, que sancione aquello que por lógica debe ser sancionado, pero deslegitimando aquella intervención del poder que, so pretexto de “necesidades político-criminales”, configure un arbitrario ejercicio del ius puniendi. (Schonfeld: 2003)

Es lamentable que pretendidas políticas civilizatorias y digamos modernas, en materia de seguridad pública, presentadas por el gobierno actual, sean víctimas de un cuestionamiento superfluo e ideologista de los conservadores, y terminen siendo orientadas a la utilización del derecho represivo frente a la ocurrencia de los múltiples conflictos sociales. El Estado y sobretodo los legisladores no deben continuar concibiendo la función policial como exclusivamente represora del crimen y a la policía como una agencia estatal destinada sólo a la ejecución de la norma penal. 

La respuesta está en una visión simplista de las causas del delito y en la falta de capacidad para reconducir a la policía, la cual evidencia ya un deterioro grave y acelerado. Es posible que hace quince años hayamos pensado, consciente o inconscientemente, en una policía para controlar delitos manifiestos contra los bienes y el mantenimiento del orden público, pero ahora, frente a nuevas formas de criminalidad, debe adoptarse otro modelo psicológico de selección policial y sin duda, de profesionalización y organización. 

Si la nueva realidad nos demanda construir un Estado democrático dónde el Derecho no sólo sea norma sino un límite del poder y la característica sea humanismo y sabiduría para gobernar respetando las libertades, no nos escudemos culpando al Derecho de nuestra incapacidad de entender la democracia, por que en el principio de este mito se encuentra la mentira que legitima a los tiranos.

La maquinaria punitiva del Estado se ha visto incrementada cuantitativa y cualitativamente desde hace ya tiempo, creo que el actual gobierno ha reparado ya en ello y pretende darle otro viso. Esta incrementación se produce, obviamente, en el plano de lo que la doctrina más popular denomina “criminalización primaria”. Pero en el plano de la criminalización secundaria la situación es la inversa. Nos encontramos con la imposibilidad física de canalizar todo aquello que se “criminaliza” primariamente. Las razones por las cuales estas agencias de criminalización secundaria se ven imposibilitadas de acarrear con aquél aumento desmedido de la incriminación legislativa, pueden obedecer, según creo, a dos factores. 

Por un lado, existe una “intrínseca ineptitud operacional” para concretizar la amenaza de pena concebida teóricamente de modo abstracto. Es decir, las agencias secundarias no tienen el “poder” para detectar ciertos delitos entre los que se encuentran los más relevantes en el contexto actual latinoamericano. Vale poner como ejemplo, la enorme cantidad de delitos económicos y de corrupción, cuya investigación prácticamente se obvia o se encarga a ciertas instituciones secundarias que por la propia génesis del sistema político se ven imposibilitadas para detectarlos. Por otro lado, generalmente nos encontramos frente a una criminalización primaria tan ilusa, simplista y demagógica, que echa mano al Código Penal para solucionar problemas que deben ser resueltos en otro plano.
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viernes, 17 de octubre de 2014

Universidad y Pensamiento Político

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LA TIRANIA DE LOS MEDIOS Y EL PENSAMIENTO ÚNICO

Oscar A. Fernández O.

"El discurso único está poblado de hipótesis que se auto-validan y que, repetidas incesante y monopolísticamente, se tornan en definiciones hipnóticas o dictados." H. Marcuse.

El triunfo ideológico del neoliberalismo es el de una concepción holista de la sociedad, de su naturaleza, de sus leyes de movimiento -explicadas desde las antípodas de las que postula el marxismo- y de un modelo normativo de organización social. Así como Marx en algún momento dijo que la economía era la ciencia de la sociedad burguesa -por supuesto refiriéndose a la economía política clásica y a los grandes fundadores de esta disciplina, básicamente Adam Smith y David Ricardo, hoy podríamos decir que el neoliberalismo es la corriente teórica específica del capitalismo en su fase actual. Esta perspectiva ha tenido una gravitación extraordinaria en América Latina y ha ejercido una profunda influencia en el vacilante discurso de muchas expresiones de izquierda, que parecen haberse plegado.

La cultura mundial de los medios de comunicación uniformiza y reduce el planeta. Los diseñadores y promotores de esta cultura dedican cantidades ingentes de energías y dinero al estudio de la influencia y condicionamiento de las conciencias a través de los medios. El análisis de esta actividad revela que a través de ella se pretende crear el tipo de ser humano más conveniente para el sistema capitalista de producción y consumo. El objetivo ha sido convertirnos a todos en apéndices del mercado. Es lógico, por tanto, que la "publicidad comercial", constituya uno de los componentes fundamentales de la cultura actual (Romano: 1993).

Entre el orden cultural y el económico existe una relación de interdependencia. Así, y por limitarnos solamente a los orígenes más recientes, durante el siglo XIX, a medida que la industria atraía a un sector cada vez mayor de la población a su esfera de influencia, a su modo de producción y de consumo, los capitanes de la industria se preocuparon cada vez más de que la vida cultural coincidiese con sus objetivos económicos y políticos. Para ello no sólo trataban de imponer y administrar la disciplina laboral de la fábrica, sino de inculcar también las actitudes, lealtades y comportamientos adecuados a esos objetivos. Se dieron cuenta que era más barato conculcar las mentes que mantener un costoso cuerpo de represión. A éste se recurre únicamente en caso de necesidad, cuando falla el otro. Cuando una clase depende de las bayonetas para preservar su poder es que no está segura.

La historia enseña que la clase pudiente nunca está sola. Se arropa con la bandera de la religión, el patriotismo y el bienestar público. Pues sólo reconoce y proclama como bueno para todos lo que es bueno para ella. Tras el Estado existe todo un entramado de doctrinas, valores, mitos, instituciones, etc., que sirven consciente o inconscientemente a sus intereses. John Locke decía ya en 1690 que "el gobierno fue creado para protección de la propiedad". Y casi un siglo más tarde, en 1776, Adam Smith afirmaba que "la autoridad civil se instituyó en realidad para defensa de los ricos contra los pobres, o de los que tienen alguna propiedad contra los que no tienen ninguna."

Las instituciones políticas, religiosas y educativas contribuyen a crear la ideología que transforma el interés de la clase capitalista dominante en interés general, justificando las relaciones de clase existentes como las únicas que son naturales y, por tanto, perpetuas e inalterables. Todas ellas se conjuntan para crear una conciencia uniforme, para dar unidad al pensamiento.

La mediación efectuada por el pensamiento único re­duce las contradicciones hasta el punto de eliminarlas. Su misión es la unificación de lo que se presenta dividido, dis­gregado. El pensamiento diferenciado, crítico, se realiza, sin em­bargo, como toma de conciencia de la realidad plural y con­tradictoria. Este tipo de conocimiento exige el esfuerzo constante de los seres humanos por aplicar el instrumento de la razón al dominio de su entorno.

Al mismo tiempo, cuando se comunica algo, ese algo adquiere un significado y una re­levancia que no son los que tiene de por sí, sino el que se le dé. Como se sabe, toda información es selectiva e intere­sada. Puede decirse entonces que cuanto más corta y estereo­tipada sea la comunicación, tanto mayor será la violencia simbólica y el poder mágico de los medios, y tanto menor el significado que puede utilizar para sí mismo el sujeto recep­tor. (Romano: 2009)

Nuestra Universidad por ejemplo, siempre fue un foco de progreso y vanguardia que facilitaba las alternativas entre las distintas fases y oscilaciones del capitalismo. El pensamiento fluía, se gestaban las grandes teorías y ciencia aplicada que luego servirían para potenciar la lucha por el bienestar de los pueblos, además de lograr la introducción de nuevos agentes de crecimiento económico, la mejora de la calidad de vida y la búsqueda de la equidad social.

Sin embargo, algo ha cambiado en los últimos tiempos y la Universidad, aunque no en todos los casos, ha dejado de ser un referente de vanguardia, para convertirse en un nido de mediocridad, endogamia y seguidismo del poder establecido. Paradójicamente este repliegue se produce cuando florecen las tecnologías de la comunicación, como en su día fue la imprenta, que permitiría la difusión del conocimiento fuera de las fronteras universitarias.

El problema es que nuestra universidad se ha escondido del mundo, seguramente por comodidad, pero también por cobardía e inseguridad, y asiste impasible al devenir de la realidad sin apenas participar y aportar su saber, forjando un sentimiento anti intelectual que raya en lo patético. Es llamativo, a este respecto, la escasa aportación universitaria a los conflictos políticos actuales, incluidas las crisis sociales o las guerras. En dirección contraria, el universitario ha asumido su papel secundario, haciendo dejación de su obligación de crear, pensar y razonar. El resultado es un ser abúlico, siempre con excepciones, que permiten albergar cierta esperanza. Dicho de manera severa: el humanista ha sido aniquilado por el burócrata. El pensamiento crítico ha sido sustituido por el pensamiento encadenado.

Los líderes políticos no pelean entre sí para tener poder, sino para realizar la gestión que se espera de ese poder, puesto que éste se ha desplazado desde el público al mundo de la economía y, especialmente, de las finanzas. Este poder es posible gracias al pensamiento único: “la traducción en términos ideológicos de pretensión universal de los intereses de un conjunto de fuerzas económicas, especialmente los del capital internacional”, sostiene enfático I. Ramonet (2009) 

La caída del muro de Berlín en 1989 fue saludada por los pensadores más conservadores como el inicio del «fin de la historia», que suponía la hegemonía global del capitalismo, de la economía de mercado, y de las democracias liberales en la gran mayoría de los países del mundo (todas ellas sometidas al dominio indiscutible de los EEUU y a la supervisión militar de la OTAN). Aparentemente, esta ha sido la situación en el periodo de la globalización neoliberal hasta el estallido de la crisis financiera de 2008, que ha puesto de relevancia la vigencia de las contradicciones del capitalismo.

Tras la borrachera de la sociedad de consumo, la nueva Gran Depresión parece estar suscitando cierta renovada curiosidad por un pensamiento crítico menos domesticado, lo que incluye un nuevo interés en las ideas del marxismo. ¿Resurgiremos como el ave Fénix?
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miércoles, 10 de septiembre de 2014

Policía y Comunidad

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Las negrillas son para efectos de estudio.
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LA POLICÍA CON LA COMUNIDAD: UN EJE DE DEMOCRACIA

“No habrán suficientes cárceles, jueces ni policías para hacer cumplir leyes que el pueblo no respalda”

Oscar A. Fernández O.

La temática policial merece un adecuado tratamiento habida cuenta de la notable liviandad, banalidad e improbidad con que se viene abordando, preponderantemente desgastada por quienes conocen poco o directamente no conocen nada, o en el mejor de los casos asocian sus diferentes disciplinas para abordarla, como ejemplo, los militares.

Para entender este enfoque novedoso en estos lares, debemos considerar e incorporar necesariamente, el problema del Estado y sus relaciones con ambas: la gente y la institución policial. Esto conforma una trilogía donde históricamente la agencia policial fue deliberadamente obligada a ocupar un lugar nada conveniente y de intermediaria, con dedicación casi exclusiva en la regulación social, desvirtuando sistemáticamente su misión institucional. Hoy, bajo la conducción del FMLN, el Estado ha alcanzado mayores niveles de democracia efectiva, por tanto la policía pasa a ser uno de los importantes instrumentos garante de que ésta se desarrolle.

Después de una exhaustiva evaluación de la actividad policial orientada hacia su íntima relación con los ciudadanos, se llega a la conclusión de que la institución policial no existe aislada de la sociedad, como algunas mentes conservadoras, que intentaron militarizar a la policía, pretenden.

Las acciones que llevan a cabo sus miembros, el servicio que brindan y las estrategias implementadas para enfrentar a la delincuencia, sugieren que la comunidad necesita formar parte de sus esfuerzos. Sin embargo, cualquiera puede decir fácilmente, que la policía siempre ha estado cerca de la comunidad, pues después de todos los policías saben que la comunidad les ha dado la potestad para actuar en su nombre y aplicar la ley.

Pero en la larga historia de las relaciones de la policía con los ciudadanos y tomando en cuenta el carácter de éstas en los prolongados años de Dictadura padecidos hasta no hace mucho, las expresiones e imágenes de esta correspondencia, más bien nos constatan una separación tajante entre el papel y carácter de la policía, con la comunidad.

Durante décadas y décadas, la policía se desarrolló como un instrumento de represión por excelencia, en el esquema autoritario de las Dictaduras, que defendía exclusivamente los privilegios de los poderosos. La policía ha sido una “sociedad cerrada” y secreta cuyos miembros exigen la lealtad incondicional de “los suyos” y rechazan de manera vigorosa “la interferencia del exterior”, entiéndase de los ciudadanos comunes, en los asuntos de la policía. Esta cultura policial ha sufrido cambios importantes desde que se definió el carácter civil y democrático de la nueva policía, definida en los Acuerdos de Paz, aún y cuando persisten muchos de estos enfoques absolutos.

La Policía Nacional Civil, vista desde otro ángulo, realiza sin duda una tarea decisiva, pero precaria, de impedir que una comunidad degenere en un caos social y en una guerra hobbesiana de todos contra todos.

Además algunos sostienen, que el uso de tecnología sofisticada y los mismos auto patrullas, contribuyen a separar a los policías de la comunidad. En ello también ha influido, según algunos estudiosos, la tendencia moderna de definir la misión de la policía, en forma casi exclusiva, como la lucha contra la delincuencia, restándole importancia a su misión de contribuir a mantener la tranquilidad, de solucionar problemas, conflictos menores y otras funciones de servicio a las personas. Se ha comprobado en muchos estudios realizados al respecto, que la policía atiende muchos más problemas de índole variada en la comunidad, que lo que invierte en enfrentar el crimen.

Sin duda parte de la tensión entre la policía y la comunidad es inherente al papel de ella misma, pues no olvidemos que representa el instrumento de fuerza para garantizar la aplicación de la ley. En esta dirección, también hay que decir que son muy pocos los ciudadanos que entienden las dificultades y los peligros a que se exponen los policías en su trabajo; o por qué usan tal o cual táctica de arresto. Muchas veces los ciudadanos acusan de exceso de fuerza a la policía cuando esta efectúa un operativo.

El modelo que hoy se ejecuta tiene origen sajón y adaptado a la realidad e idiosincrasia de nuestro país. En pocas palabras se trata de un modelo de fuerte participación de la comunidad basada en la confianza y sobre todo en el deber y sentir de compartir, los éxitos y los fracasos de la tarea emprendida y en la necesaria rendición de cuentas de las labores realizadas como las no realizadas, con su correspondiente explicación.

De esta forma cada sociedad transmite a través de sus fuerzas de seguridad, rasgos definidos que tienden a representar de manera homogénea, la idiosincrasia del cuerpo social al cual pertenecen, definiendo posturas, modos de acción y de estilos que se tornan propias de cada sociedad

A partir de los años 60, la modernización y el avance tecnológico en los países del primer mundo, fueron reduciendo el contacto entre la población y su Policía, aumentando la sensación de inseguridad de la comunidad y de alguna manera también poniendo en alza los índices de criminalidad. Es así que la redefinición y la reducción del Estado que se inicia a partir de los 80 con la descentralización y la privatización, ejes del modelo neoliberal, provoco la ausencia y la carestía de servicios del Estado en muchos lugares. La reducción de la presencia policial en los territorios parecía muy costosa desde la óptica neoliberal y se le tildó de burocracia despilfarradora.

Para ahorrar gastos, desde la óptica tecnocrática predominante, la única opción de solución que apareció fue, adquirir tecnología de altos costos y optimizar sus servicios; por ello la Policía se vio frente al reto de maximizar su eficiencia económica, administrarse en forma similar a la empresa privada, tratando los requerimientos ciudadanos como “demandas de un cliente”.

A pesar de haberse demostrado que en el capitalismo moderno, que produce sociedades cada vez más complejas y conflictivas, por la tajante diferenciación clasista y marginadora, la limitada comprensión política y sociológica del problema, no terminaba de entender que la interrelación entre los factores sociales demográficos y económicos y la prevalencia del crimen exigen también respuestas complejas y sofisticadas.

Habiéndose experimentado sistemas represivos por excelencia, la opción realista de un servicio innovador de Policía, resultó después del rotundo fracaso de estas políticas tradicionalistas, tener que reconocer que por su propio interés se debe trabajar en estrecha relación con la comunidad y sus estructuras.

La Policía, importa por su propia naturaleza una aproximación efectiva, por su cometido específico, para proteger a la sociedad del crimen y así resguardar la tranquilidad, la identificación y las responsabilidades de otras organizaciones que ayuden a prevenir el delito y actuar sobre quien o quienes cometen actos criminales. Existirán siempre comunidades que sean hostiles hacia la Policía, y en la medida en que estas situaciones de hostilidad no puedan ser revertidas, se creará un círculo vicioso de mayor criminalidad y por ende mayor represión por parte de las Fuerzas Policiales, siendo criticadas por no poder controlar estos problemas sociales, aunque estos no sean de su exclusiva responsabilidad.

Desde el momento en que los integrantes de una comunidad visualicen las oportunidades para mejorar su calidad de vida y reducir el crimen, se encontrarán de alguna forma más motivados a comprometerse en proyectos de apoyo a la Policía.

La Policía Comunitaria es una filosofía y no una estrategia específica, es una filosofía de trabajo y de vida, es un concepto proactivo y descentralizado desde el cual el Policía Comunitario realiza las acciones comunitarias en conjunto con su comunidad lo que desarrolla el sentimiento de confianza en los ciudadanos suficiente para colaborar con la Policía proporcionándole información y cooperación. Se trata de un sistema de trabajo capaz de mantener una visión actualizada de las grandes y pequeñas situaciones de conflicto, y esto es posible mediante el conocimiento y seguimiento de los problemas que cotidianamente suceden en el vecindario. La acción de tratar a la población como un organismo vivo y en constante y dinámica actividad nos demuestra que en los pequeños conflictos vecinales es donde se presentan los más grandes problemas con toda la carga de agresividad y tensión que generan sociedades tan desiguales y por ende, con tendencia a la anomia, como las nuestras. 
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jueves, 4 de septiembre de 2014

Puntos de Saint Simon

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1. Tres etapas en la sociedad: Teológica, Metafísica y Científica.

2. La Sociedad debe fundarse con la industria y la ciencia.

3. Clase social productiva: los industriales y los científicos.

4. Clase social improductiva: los funcionarios gubernamentales.

5. La nueva sociedad es la sociedad industrial y científica es un nuevo cristianismo.

6. Se lucha contra el parasitismo económico y religioso por medio del industrialismo científico.

7. Se necesita una nueva ciencia: la fisiología social. Esta se convierte en la Sociología, posteriormente.
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Referencias:

jueves, 21 de agosto de 2014

Sobre Estados Fallidos

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ESTADOS FALLIDOS”: UN CONSTRUCTO IDEOLÓGICO-POLÍTICO
Oscar A. Fernández O.
La reflexión en torno a los "Estados Fallidos" (Failure Sates) surgió en el ámbito político académico y de inteligencia estadounidense y europea, muy vinculada al caso de África, en el marco regional del proceso de descolonización y en el contexto más amplio de la bipolaridad Este-Oeste. Aquel incipiente tratamiento durante los setenta, de lo que constituía el fracaso de los estados recientemente independizados, estuvo limitado por varios condicionantes intelectuales y políticos del momento.
En efecto, en términos profesionales el análisis del "Estado fallido" resultaba frustrante, por un lado, e irrelevante, por el otro. La frustración provenía del hecho de que se observaba y evaluaba el fracaso estatal africano a partir de la noción de Estado predominante en Occidente. En ese sentido, la evolución de la "estatalidad" africana no cumplía con los parámetros del estilo de los países avanzados del Atlántico Norte.
Por su parte, la irrelevancia se originaba en el poco interés de los investigadores por fenómenos regresivos como el desplome parcial o completo de un Estado; lo que prevalecía en la comunidad de estudiosos sobre la periferia era la idea de transición hacia formas superiores que conducirían, eventualmente, a su modernización. (Tokatlian: 2008)
En términos ideológicos, la competencia integral entre Estados Unidos y la Unión Soviética llevaba a que la mayoría de los fenómenos socio-políticos-desde los cambios de gobierno hasta las guerras domésticas-fueran interpretadas en clave de Guerra Fría; con lo que el desplome estatal (su alcance institucional, su nexo con la economía política internacional, su relación con pugnas étnicas o religiosas, su vínculo con la seguridad regional) no fue objeto de un enfoque más detallado, matizado y particular (Antoniadis, A: 2003)
A su vez, la contención guiaba la política exterior y de defensa de Washington y, en consecuencia, la limitación al poder de la Unión Soviética y el freno a la expansión del comunismo eran las piedras angulares de dicha estrategia. Ello tuvo para los países periféricos sus efectos. Primero, independientemente del tamaño, ubicación y recursos de cada país, todas las naciones resultaban importantes por su valor e impacto respecto al conflicto bipolar (Dun, J.: 1978). En este caso, la naturaleza del régimen importaba poco.
Segundo, si bien era evidente una alta inestabilidad en el eje Este-Oeste la nota elocuente de aquel período fue la alta confrontación Norte-Sur. La conjetura acerca de una eventual guerra nuclear entre los principales antagonistas producía la sensación de un holocausto devastador. La realidad de intervenciones, invasiones, conflictos de baja intensidad, operaciones armadas quirúrgicas, maniobras militares encubiertas y disputas irregulares prolongadas, entre otras, se concretizó en la periferia con la participación abierta o clandestina de las grandes potencias. En ese caso, el grado de unidad o fragmentación de una sociedad periférica resultaba un dato menor. En resumen, bajo la lógica de la contención el statu quo era preferible a la transformación, era fácil convivir con el autoritarismo sin alentar mucho a la democracia y el valor instrumental de cada país era superior a su valoración intrínseca. Por ello países como El Salvador, con Dictaduras militares mantenidas desde Washington y Oligarquías ultraderechistas, tuvieron un valor táctico relevante, para la estrategia de “contención”. Ni siquiera en plena guerra los Estados Unidos, La Iglesia derechista y la Oligarquía, consideraron por un momento al “Estado Fallido”. Esto era un mensaje claro.
El Consejo Nacional de Inteligencia Norteamericano (NIC en inglés) con sede en Washington, en su informe “Tendencias Globales” (Diciembre de 2012) “predice” que 15 países de África, Asia y Medio Oriente, se convertirán en “Estados fallidos” (Failure States) hacia el año 2030 debido a su “conflictividad potencial y los problemas medioambientales”. En su anterior informe de 2005, publicado en el comienzo del segundo mandato de G. Bush h., el NIC predijo que Pakistán se convertiría en un “Estado Fallido” hacia el año 2015 “al verse afectado por la guerra civil, la completa talibanización y lucha por el control de las armas nucleares”. Cosa que no sucedió.
Caso contrario sucede en Irak, pues el desmembramiento de la sociedad en comunidades religiosas y raciales se ha producido a raíz de la brutal ocupación de los norteamericanos a ese país, que significó la destrucción del Estado y el asesinato de su Presidente Saddam Hussein, y de cientos de miles de personas más. La pregunta es entonces ¿Quién provoca “Estados fallidos”?
En dicho informe se compara Pakistán con Yugoeslavia, país éste que fue dividido en siete estados luego de una década de guerras civiles auspiciadas por USA y la OTAN.
En el último informe del NIC, mientras se asegura que los estados fallidos “sirven como refugio para grupos extremistas políticos y religiosos” (p. 143), el informe no reconoce el hecho de que desde la década de 1970 los EE.UU. y sus aliados proporcionaron apoyo encubierto a organizaciones extremistas religiosas como una vía para desestabilizar los estados nación soberanos y seculares, tal como lo eran Pakistán  y Afganistán en la década en ese entonces.
Los “Estados fallidos” al estilo yugoslavo o somalí, no son el resultado de divisiones sociales internas. Convertir los estados soberanos en estados fallidos es un objetivo estratégico implementado a través de operaciones encubiertas y acciones militares.
Esta idea de “Estado fallido” es una noción que implica mucho riesgo en términos ideológicos, dado que conlleva una carga despectiva. Es, en todo caso, antojadiza, discutible, poco seria en cuanto “formulación” de ciencias sociales, asimilable, en todo caso, a los listados de “transparencia y corrupción” con que Washington evalúa al resto del mundo. O las igualmente discutibles mediciones de cumplimiento de derechos humanos, o la certificación o descertificación en el combate al narcotráfico. ¿Alguien se puede tomar en serio, con criterio académico real, esas elucubraciones? ¿O se hace demasiado evidente que lo que está en juego es una manipulación tendenciosa, absolutamente ideológica?
Esto de los “Estados fallidos” es una caracterización retomada recientemente por los llamados “tanques de pensamiento” neoconservadores de los Estados Unidos y de la cual se empezó a hacer mayor uso a partir de los atentados del 11 de septiembre del 2001. Si hacemos un recorrido a lo largo de la historia política moderna vemos que se han acuñado diferentes acepciones para calificar a algunos Estados contrarios a las políticas de la Casa Blanca, y así justificar el uso de la fuerza –léase invasión, sin darle mucha vuelta–
Durante la década de los años 70 del pasado siglo el término de moda era “Estados comunistas; con este pretexto Washington justificaba el mantenimiento de la Guerra Fría, y por ende el de los conflictos armados internos que se desarrollaban en buena parte de los países del por ese entonces llamado Tercer Mundo (especialmente en África, Medio Oriente y América Latina), donde realmente medían fuerzas las dos grandes potencias de aquel período.
¿Será este el llamado que hay detrás de las aseveraciones del vocero de la Iglesia Católica, hoy más conservadora que nunca? ¿Por qué casi de inmediato que el clérigo asegura que estamos perdidos por completo, salen otras voces blasfemas a secundarlo, pontificando como suelen hacerlo en los shows de televisión, sobre “Estados fallidos y otros demonios”? ¿Sabrán de qué hablan? El concepto de Estado fallido ha sido cuestionado en la literatura académica por ser considerado epistemológicamente impreciso, con incapacidad de ser útil para generar política pública, además de ser propagandístico y políticamente motivado.
El término “Estado fallido”, sin negar que los Estados a los que se le aplica presentan insufribles carencias, no es una conceptualización de carácter científico con argumentos y fundamentos bien elaborados que pretende incidir positivamente para cambiarles ese curso; el concepto de “Estado fallido” no es más que una nueva “doctrina” del gobierno estadounidense para seguir apropiándose de los recursos (naturales y humanos) de América Latina, África y Medio Oriente.
Con esta prédica constante que el neoliberalismo ya transformó en ley en relación a que el Estado no funciona (el Estado es intrínsecamente corrupto, ineficiente, inservible, etc., etc.), se persiguen varios objetivos: la privatización de los servicios de estos Estados a favor de capitales privados, en muchos casos transnacionales, y que en buena medida son de origen estadounidense; invasiones militares a supuestos “Estados fallidos” que, según esa lógica en juego, atentan contra la seguridad o la democracia en el mundo, tras lo cual se oculta el negocio de las armas (uno de los principales ingresos del país norteamericano); y luego de la destrucción, la reconstrucción de estos Estados por compañías de capitales norteamericanos principalmente.
Designar a un Estado como supuestamente “fallido” implicaría que “alguien” acuda a su salvación –obviamente una fuerza externa bien preparada y dispuesta a “ayudar”– o que regresen al poder los trasnochados adalides de la democracia mafiosa del siglo pasado, tal y como han hecho en Honduras e intentaron en Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Ecuador, entre otros. Esto nos llevaría a preguntar: si un Estado es “fallido” ¿cómo salvarlo? ¿Privatizándolo? ¿Por medio de la intervención militar de una fuerza extranjera que sea “capaz” de hacerse cargo de él? ¿Dando un golpe de Estado? Obviamente no va por allí la salvación.
No hay “Estados fallidos”, así como no los hay “Estados forajidos”, ni “Estados terroristas” ni “Estados narcotraficantes”; en todo caso son Estados débiles y mal aprovisionados que reflejan las relaciones de la sociedad de acuerdo al sistema socio-económico y político impuesto por las oligarquías. El Salvador con los dos últimos gobiernos ha comenzado a zafarse de esta vorágine destructora de sociedades y Estados, llamado neoliberalismo y de la tutela absoluta de Estados Unidos. Los cambios han comenzado, esto sin duda desvela a no pocos reaccionarios y despabila a un enjambre de viejos y oscuros conspiradores que ya se plantean volver a la palestra.
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