Usualmente negrillas y subrayados son nuestros.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Izquierda, Programa y Objetivos

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LA IZQUIERDA HOY: VIGORIZAR EL PROGRAMA Y SUS OBJETIVOS

Oscar A. Fernández O.

"La justicia, la igualdad del mérito, el trato respetuoso del ser humano, la igualdad plena del derecho: eso es la revolución". José Martí.

La izquierda como todos sabemos, es desde siempre la contraposición a la derecha, pero para la mayoría los límites entre ambas son muy vagos y el espectro ideológico que abarcan, es igualmente vasto en las dos. Ser de izquierdas supone una determinada concepción más que del mundo, que es problema de la filosofía y las religiones, de los humanos, sus derechos y sus deberes. Por tanto, existe una relación directa entre la revolución y la izquierda. Los compromisos de la izquierda han sido distintos a través de la historia política: izquierda y anarquismo; izquierda y cristianismo, izquierda y cultura e izquierda y democracia. 

Algunos insisten en que la izquierda actual se ha mantenido a la sombra de las derechas, empujada por la caída del sistema soviético y el embate de las ideas escépticas y pragmáticas que caracterizan esta fase de la era moderna. Otros sostienen, que se ha quedado sin argumentos frente a un mundo que mira la extensión de sus sociedades, basada en la economía de los grandes países capitalistas y de manera especial en los Estados Unidos, cabeza y alma del imperio global. Sin embargo, por muy lastimada que pudiera estar la izquierda, todavía le quedan fuerzas para clamar contra la injusticia de esos pueblos que mantienen el 30 por ciento o más por debajo de los límites de la miseria o de un mundo en que el 80 por ciento mueren de hambre, mientras el otro 20%, hace dietas para adelgazar. 

Pero esta superficialidad que algunas izquierdas evidencian hoy, le han acarreado cruentos e incruentos ataques desde todos los ángulos del panorama político, que escudándose en lo económico y lo moral, intentan no sólo desprestigiarla, sino envilecerla y desautorizarla.

El marxismo dejado no ha de ser un referente intelectual, sin embargo la izquierda debe reconocer que éste ya no tiene la misma influencia política de antes, aunque sus planteamientos han vuelto a la palestra, aún entre los intelectuales del capitalismo. A Marx no le alcanzó la vida para definir el mecanismo eficaz que produciría el cambio de la realidad y el destino del capitalismo: el empobrecimiento de grandes masas de población y la proletarización de las capas medias. Pero nadie ha sido capaz, hasta hoy, de continuar esa construcción ideológica equiparable en fuerza, contundencia, seducción intelectual y penetración. Aunque comienzan a surgir algunos intentos en las escuelas marxistas contemporáneas. 

Sin embargo, para los izquierdistas revolucionarios, el marxismo realiza una explicación muy completa de los orígenes del capitalismo, de las leyes de su funcionamiento y de la manera para poder revocarlo. Es una teoría de cómo las ricas naciones capitalistas podrían utilizar sus inmensos recursos para lograr la justicia y la prosperidad de sus pueblos. De ahí, el inmenso atractivo que ha ejercido tanto en muchos intelectuales, como en grandes masas de los pueblos del mundo. El contraste no puede ser mayor si lo comparamos con la ideología neoliberal, que va en dirección contraria.

Las derechas por su parte, también han sufrido una particular mutación. El conservadurismo clásico, poseedor de un bagaje de principios y concepciones del mundo con gran influencia religiosa, ha sido sucedido por un neoliberalismo sin contenido moral que tiene capacidad de impulso político a pesar de todo, a través del consumismo.

La izquierda hoy necesita un proyecto político, el cuál no es sólo un conjunto de ideas y medidas, aunque sean brillantes. Un proyecto político, como decimos en un artículo anterior, tiene al menos cinco componentes políticos esenciales, sin los que es muy difícil lograr el apoyo social.

La dimensión ideológica que aporta los objetivos morales, éticos, de valores, su filosofía y su sentido más humano. Un programa, que establece los objetivos políticos del proyecto, es decir, los elementos más concretos y vinculados a cada realidad, lugar y personas que son objeto y sujeto de él. Una base social, que por la pretensión democrática del proyecto requiere una serie de personas, grupos y clases, cuya perspectiva de vida e interés puedan ser unidos detrás de unos objetivos políticos y morales.

Los instrumentos para la acción política operativa, que son básicamente los partidos políticos y el Estado. Los partidos políticos son los encargados de convertir las necesidades y demandas del pueblo o de otros sectores que representen, en decisiones políticas o a planteamientos programáticos. Sin embargo los partidos de izquierda hoy, deben entender y asumir que su actuación es en última instancia, con la institucionalidad del Estado, electa de forma democrática y legitimada, para imponer, si es necesario, una decisión. Finalmente, la estrategia que es la que ordena la ideología, el programa, la base social y los instrumentos políticos de acción en un tiempo determinado, con aliados específicos y con una idea de la oportunidad y el momento apropiado para conseguir una hegemonía política.

Sin estos elementos funcionando al unísono, es difícil decir que una fuerza política o un conjunto de ellas, tienen un diseño de intervención social económica y cultural de cambio. Esto da una legítima pretensión de convocar a las mayorías para alcanzar objetivos a mediano y largo plazo. Si falta alguno de estos elementos, la acción política es débil y puede decirse que no hay proyecto. 

Buena parte de la izquierda está lastimada por la pérdida de referentes morales y de su utopía, como dice Habermas. Estas expresiones de la izquierda hoy, no han definido objetivos políticos claros, a pesar de que el “modelo” neoliberal ha caído en descrédito y de haber logrado ciertas cosas importantes como retomar el Estado y propiciar el fin de las dictaduras militares, lograr las libertades básicas, etc. La izquierda ha perdido aquella base social fiel y decididamente identificable, lo que ha producido una fractura que conduce a que las clases medias y otras, sean seducidas por los cantos de sirena de las derechas a través de un mercado, que solo como espejismo, está al alcance de todos.

La izquierda debe recobrar un proyecto propio y no sólo contestatario, manteniendo la continuidad con tradiciones que no deben abandonarse, defendiendo la democracia radical, la igualdad de oportunidades, la justicia y la solidaridad, asuntos que han costado tanta sangre a través de tantos años. Esta es una labor muy difícil que demanda tiempo, reflexiones profundas y grandes dosis de imaginación que exigen amplitud, diálogo y debate, triunfos y derrotas, pero que deben comenzar ya con algunas orientaciones oportunas. 

El resurgimiento de la izquierda en nuestros días, tan necesario, no podrá producirse sin el rearme ideológico y estratégico. Hay que aprender de los errores cometidos. Hay que adaptar la estrategia al espacio y al tiempo, al país y al momento histórico. Pero hay ciertas líneas generales que pueden aplicarse globalmente. La izquierda debe diferenciarse de la derecha no sólo en sus objetivos sino también en sus métodos para alcanzarlos. 

Nunca debemos olvidar que para cambiar el sistema no bastan las buenas intenciones ni tener la razón de nuestra parte. Las ideas son necesarias pero no son suficientes. Hay que luchar contra las minorías dominantes que controlan la sociedad, minorías que harán todo lo posible por evitar los cambios o desvirtuarlos. Aquellos que controlan especialmente la maquinaría ideológica, desde dónde se producen y reproducen las ideas que siembran como verdades inobjetables y que los pueblos generalmente aceptan sin resistencia. La clave entonces es la batalla ideológica. Donde sea y como sea, un verdadero militante de izquierda debe ser un luchador de ideas incansable, aun cuando esté en aparente desventaja. Un rebelde por convicción.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Sobre la Demagogia Penal

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LA DEMAGOGIA PENALISTA EN EL SALVADOR.
Oscar A. Fernández O.

“Esa relación estable y normal llamada autoridad no descansa nunca en la fuerza...” José Ortega y Gasset

En el campo del régimen legal, nuestro pensamiento se limita a confirmar una ideología del statu quo que respalda el orden social y económico vigente. Mientras no se comprenda la naturaleza del derecho en la sociedad capitalista neoliberal, seguiremos sujetos a una realidad opresiva. De lo señalado diremos entonces, que, se necesita una filosofía crítica-marxista del orden legal imperante, que permita encarar y procurar el logro de una nueva realidad

La aparente contradicción prevención - represión, no es el fracaso del sistema penal que confía más en la represión, sino en las groseras contradicciones y desigualdades que presenta nuestro proceso social, exacerbadas por una estrategia neoliberal extremista que descarta el bienestar social, debilita el Estado, aumenta la exclusión y potencia la concentración de la riqueza. En este mismo sentido, podemos decir, que la policía, el brazo de la fuerza del estado para imponer la ley, no es un hecho metafísico, sino que político; no es una institución simplemente del Estado, sino siempre de un determinado Estado. 

La problemática de la criminalidad es un asunto complejo, que debe ser abordado de manera sistemática y multifactorial, hemos insistido en ello. Aun así, es una fantasía pretender erradicar la delincuencia, porque ésta es consustancial al conglomerado social. Sin embargo, es factible aspirar a una reducción importante de sus cifras. El cumplimiento de este objetivo está condicionado a la sensatez de las soluciones propuestas desde la política criminal del actual gobierno. Si se opta por soluciones inadecuadas, el problema, lejos de disminuir, sin duda aumentará pasando de formas simples a formas mucho más complejas, pues sus efectos se acumulan y se convierten en causas.

El triángulo policía – justicia penal – cárcel se ha demostrado hasta hoy, impotente. Tenemos la Policía con el mejor grado de formación profesional y académica quizás mejor de Centro América, pero la delincuencia continua sin presentar una reducción alentadora. A la Fiscalía se le ha otorgado el monopolio en la investigación criminal y sin embargo su fracaso es manifiesto. Por su parte, el problema de los reclusorios y centros de detención es ya impresentable.

Para ser efectivos contra el delito no necesitamos transformar a la Policía en un supra-poder justiciero o en un súper ejército armado hasta los dientes, o sacar al ejército a “hacer la guerra contra los ciudadanos”, ni convertir el país en un gigantesco campo de detención, dónde todos seremos culpables hasta que no probemos lo contrario. Lo que la Policía debe hacer es depurarse, especializarse, prepararse y reorganizarse en el territorio, en función de una mayor exigencia para enfrentar adecuadamente nuevas y mucho más complejas modalidades del crimen callejero y del gran crimen organizado, que ha sido tratado superficialmente por mucho tiempo. 

El debate no ha perdido actualidad. Todo lo contrario. Todos los días seguimos encontrándonos con sectores del poder político que pretenden echar mano al derecho penal para “solucionar” conflictos. Por otro lado, seguimos encontrando justificaciones doctrinarias de esas prácticas. 

Asimismo, en la posición contraria seguimos escuchando, cada vez con mayor ahínco teórico, afirmaciones provenientes de grandes exponentes de la sociología y la criminología que pugnan por deslegitimar la expansión normativa llevando las cosas a estadios exorbitantes. De ahí la insistencia por nuestra parte de seguir investigando, acerca de los verdaderos límites del poder punitivo del Estado. Límites estos, que se intentarán buscar en los dos sentidos posibles, es decir, investigando el mínimo de conductas que deben estar previstas por las leyes penales como así también los límites sobre lo máximo que pueda penarse de acuerdo a las exigencias de justicia. En otros términos, intentaremos buscar los límites de un derecho penal justo, que sancione aquello que por lógica debe ser sancionado, pero deslegitimando aquella intervención del poder que, so pretexto de “necesidades político-criminales”, configure un arbitrario ejercicio del ius puniendi. (Schonfeld: 2003)

Es lamentable que pretendidas políticas civilizatorias y digamos modernas, en materia de seguridad pública, presentadas por el gobierno actual, sean víctimas de un cuestionamiento superfluo e ideologista de los conservadores, y terminen siendo orientadas a la utilización del derecho represivo frente a la ocurrencia de los múltiples conflictos sociales. El Estado y sobretodo los legisladores no deben continuar concibiendo la función policial como exclusivamente represora del crimen y a la policía como una agencia estatal destinada sólo a la ejecución de la norma penal. 

La respuesta está en una visión simplista de las causas del delito y en la falta de capacidad para reconducir a la policía, la cual evidencia ya un deterioro grave y acelerado. Es posible que hace quince años hayamos pensado, consciente o inconscientemente, en una policía para controlar delitos manifiestos contra los bienes y el mantenimiento del orden público, pero ahora, frente a nuevas formas de criminalidad, debe adoptarse otro modelo psicológico de selección policial y sin duda, de profesionalización y organización. 

Si la nueva realidad nos demanda construir un Estado democrático dónde el Derecho no sólo sea norma sino un límite del poder y la característica sea humanismo y sabiduría para gobernar respetando las libertades, no nos escudemos culpando al Derecho de nuestra incapacidad de entender la democracia, por que en el principio de este mito se encuentra la mentira que legitima a los tiranos.

La maquinaria punitiva del Estado se ha visto incrementada cuantitativa y cualitativamente desde hace ya tiempo, creo que el actual gobierno ha reparado ya en ello y pretende darle otro viso. Esta incrementación se produce, obviamente, en el plano de lo que la doctrina más popular denomina “criminalización primaria”. Pero en el plano de la criminalización secundaria la situación es la inversa. Nos encontramos con la imposibilidad física de canalizar todo aquello que se “criminaliza” primariamente. Las razones por las cuales estas agencias de criminalización secundaria se ven imposibilitadas de acarrear con aquél aumento desmedido de la incriminación legislativa, pueden obedecer, según creo, a dos factores. 

Por un lado, existe una “intrínseca ineptitud operacional” para concretizar la amenaza de pena concebida teóricamente de modo abstracto. Es decir, las agencias secundarias no tienen el “poder” para detectar ciertos delitos entre los que se encuentran los más relevantes en el contexto actual latinoamericano. Vale poner como ejemplo, la enorme cantidad de delitos económicos y de corrupción, cuya investigación prácticamente se obvia o se encarga a ciertas instituciones secundarias que por la propia génesis del sistema político se ven imposibilitadas para detectarlos. Por otro lado, generalmente nos encontramos frente a una criminalización primaria tan ilusa, simplista y demagógica, que echa mano al Código Penal para solucionar problemas que deben ser resueltos en otro plano.
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