Usualmente negrillas y subrayados son nuestros.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Marxismo y Educación

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Las negrillas son para efectos de estudio.
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MARX PARA UNA EDUCACIÓN EMANCIPADORA
Oscar A. Fernández O.

“Aquellos que tiene el privilegio de saber, tienen la obligación de actuar.”
Albert Einstein

¡Volver a Marx! Viejo grito de denuncia, rechazo y hastío. Periódicamente retoma el centro de la escena cuando el conformismo, la mansedumbre, la mediocridad, la apología y la legitimación entusiasta del orden establecido amenazan desdibujar el sentido crítico de las ciencias sociales. (N. Kohan: 2005)

El trabajo intelectual de Marx ha sido leído de distintas formas. En él se incluyen obras de teoría y crítica económica, polémicas filosóficas, manifiestos de organizaciones políticas, cuadernos manuscritos de trabajo y artículos periodísticos sobre la actualidad del siglo XIX. Muchas de sus obras las escribió junto con Engels. Los principales temas sobre los que trabajó Marx fueron la crítica filosófica, la crítica política y la crítica de la economía política.

El marxismo surgió en los años 40 del siglo XIX. Las necesidades de un progreso social que había puesto al desnudo los vicios radicales del régimen capitalista, de todo el sistema de explotación, el despertar del proletariado a las luchas políticas, los grandes descubrimientos en las ciencias naturales y el nivel de las investigaciones históricas y sociales plantearon ante el pensamiento social la tarea de elaborar una teoría nueva, científica, que pudiese responder a las cuestiones suscitadas por la vida.

Entenderemos por “marxismo” a la teoría científica que expresa los intereses históricos revolucionarios del proletariado como clase social. Su producción va a estar condicionada por la existencia de esta clase cuyos intereses históricos van a pasar por la supresión de toda forma de explotación. Será el punto de vista proletario de Carlos Marx y Federico Engels, el que les permitirá producir esta teoría apoyándose, pero a la vez rompiendo con ellos, en los logros del pensamiento iluminista (Rousseau, Montesquieu, Locke, Hume) la economía política clásica (Smith, Ricardo y John Stuart Mill) la filosofía alemana (Kant, Hegel, Nietzsche y Heidegger) y el socialismo francés (Fourier, Proudhon y Saint-Simón)

Si el liberalismo había removido las bases del mundo medieval que agonizó durante la Edad Moderna, el nacimiento del marxismo sacudió hasta sus más profundas raíces el pensamiento liberal burgués del siglo XIX. Como dicen Marx y Engels en sus primeras palabras del Manifiesto Comunista: “Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”. Nada mejor que esa frase para comprender lo que significó y sigue significando el marxismo para los intereses económicos poderosos. El poeta no se equivocaba cuando afirmaba que la vida es sueño: en efecto, desde su aparición, el marxismo ha sido la sempiterna pesadilla de quienes todavía creen en la “justicia” del capitalismo.

La aportación marxista a la educación comprende, por un lado, la conformación de una nueva teoría de la educación y, por otro, la crítica a la escuela entendida como instrumento que mantiene y sustenta las diferencias sociales. La educación se analiza dentro del contexto más amplio de la sociedad y de la política. Por tanto, las críticas principales no están referidas a cuestiones metodológicas, sino al papel que cumple la escuela más allá del aula, es decir, al contexto de las relaciones sociales. Para Marx y Engels, la escuela en el capitalismo reproduce la fábrica, ambas producen y reproducen la división social del trabajo y la división entre el trabajo físico y el intelectual. Mientras que para Max Weber, seguidor de Marx, la escuela es alienante en tanto reproduce, estructural y funcionalmente, la religión y legitima las formas de dominación de la burguesía.

Las teorías marxistas surgen en tomo a la concepción de una educación politécnica organizada junto al trabajo productivo para superar la alineación de los hombres. Marx y Engels, para elaborar su teoría, parten de la crítica a la educación unilateral o capitalista (donde hay escuelas para pobres y escuelas para ricos) a la que contraponen la formación omnilateral del hombre en igualdad de circunstancias. El hombre creador es analizado por Marx no como un ente abstracto, aislado y dotado de propiedades innatas, sino como individuo concreto, que encuentra la medida y el grado de realización de su esencia en el carácter del régimen socioeconómico en que vive y se desenvuelve.

Las concepciones educativas de Marx y Engels, al igual que las económicas, utilizan como instrumento práctico el método materialista dialéctico e histórico, realista y crítico, que parte de lo concreto, estudia los hechos y sus contradicciones y plantea la transformación de la realidad. Para lograr esta omnilateralidad del ser humano, Marx y Engels defienden que la educación ha de abarcar tres ámbitos: la educación intelectual, la educación física y la educación politécnica, mediante la cual el alumno se instruirá en los principios generales del proceso de producción y por la que entrará en contacto con los instrumentos de la industria. Hoy tendríamos que agregar la educación tecnológica, que familiariza al alumno con el uso de la informática, la telemática y la robótica, usadas por la hoy llamada globalización económica, para dirigir y controlar este sistema mundial.

Marx y Engels separan el Estado y el gobierno. De este modo, la enseñanza puede ser estatal sin estar bajo el control del gobierno. Es estatal en tanto debe ser el Estado el que legisle disposiciones generales como las referentes a la formación de los maestros, controle el cumplimiento de estas normativas y distribuya el sostenimiento de estas escuelas; pero para lo demás puede depender de autoridades locales representativas. 

Siendo la educación la reproducción y el reflejo de un determinado grado de desarrollo material de la sociedad, de las formas de propiedad existentes y de la manera cómo se relacionan los hombres para producir, resulta una actitud subjetiva el tratar de diseñar modelos educativos que nada tienen que ver con la realidad concreta, obedeciendo sólo a esquemas mentales que pueden ser aspiraciones legítimas pero ajenas a las leyes del desarrollo social. Esta manera de plantear las cosas cae en la utopía voluntarista y es preciso comprender que las sociedades no se comportan según el buen deseo de los hombres, sino de acuerdo a leyes objetivas que rigen el curso de su desarrollo, aunque la influencia de los ciudadanos es importante.

El proyecto educativo emancipador salvadoreño deberá plantear una educación "revolucionaria y transformadora", dentro de una sociedad clasista donde impera la opresión y la exclusión social, que han convertido nuestro país en un nido de violencia incontrolable; donde la clase dominante, precisamente por ser la poseedora de la gran propiedad privada de los medios de producción y acaparadora de la riqueza que produce la nación, explota, discrimina y somete a las clases oprimidas, aunque la administración del Estado –como en el caso presente- esté en manos de corrientes progresistas y de alguna influencia revolucionaria, que no termina de cuajar.

Según Paolo Freire (1921-1997) filósofo y pedagogo, humanista cristiano, es suficiente cambiar la conciencia de los hombres para terminar cambiando materialmente la sociedad. Sin duda toca un punto importante y por demás capital en la lucha contra el dominio burgués. Pero la naturaleza y complejidad del problema indica que es preciso cambiar primero la estructura económica de la sociedad --a esto se llama "cambio estructural"-- que, en nuestro caso, consiste en un proceso para consolidar la propiedad social de los medios de producción, y volver a la posesión de las empresas públicas que fueron privatizadas.

Es cierto que, en determinado momento del desarrollo social, cuando se han cerrado todas las puertas para un ulterior crecimiento de las fuerzas productivas de la sociedad, las expresiones súper-estructurales y entre ellas la educación, se rebelan contra la estructura económica caduca para transformarla radicalmente, en última instancia en esto consiste la revolución social. Este desarrollo desde la perspectiva liberal burguesa sin embargo, no tiene nada que ver con el planteamiento educativo que apunta a la transformación de un nuevo modelo educativo liberador, sino que se trata de un intento más de maquillar un capitalismo salvaje que está arrastrando al conjunto de la humanidad a la barbarie, aún y cuando insistan en apropiarse de las banderas de la libertad y la justicia, el nuevo discurso enclenque y oportunista de la oligarquía burguesa.

Creemos, por el contrario, que la tarea de transformación nos corresponde a quienes fungimos de transmisores del conocimiento. Es a nosotros que cabe pedir –y acaso exigir- una analítica crítica (histórica y socialmente situada) de la educación que derive en la verdadera emancipación humana, como diría Marx, o en la verdadera utopía liberadora, como diría Freire.
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Rebeldía por Convicción

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Las negrillas son para efectos de estudio-
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LA IZQUIERDA HOY: VIGORIZAR EL PROGRAMA Y SUS OBJETIVOS
Oscar A. Fernández O.

"La justicia, la igualdad del mérito, el trato respetuoso del ser humano, la igualdad plena del derecho: eso es la revolución". José Martí

La izquierda como todos sabemos, es desde siempre la contraposición a la derecha, pero para la mayoría los límites entre ambas son muy vagos y el espectro ideológico que abarcan, es igualmente vasto en las dos. Ser de izquierdas supone una determinada concepción más que del mundo, que es problema de la filosofía y las religiones, de los humanos, sus derechos y sus deberes. Por tanto, existe una relación directa entre la revolución y la izquierda. Los compromisos de la izquierda han sido distintos a través de la historia política: izquierda y anarquismo; izquierda y cristianismo, izquierda y cultura e izquierda y democracia. 

Algunos insisten en que la izquierda actual se ha mantenido a la sombra de las derechas, empujada por la caída del sistema soviético y el embate de las ideas escépticas y pragmáticas que caracterizan esta fase de la era moderna. Otros sostienen, que se ha quedado sin argumentos frente a un mundo que mira la extensión de sus sociedades, basada en la economía de los grandes países capitalistas y de manera especial en los Estados Unidos, cabeza y alma del imperio global. Sin embargo, por muy lastimada que pudiera estar la izquierda, todavía le quedan fuerzas para clamar contra la injusticia de esos pueblos que mantienen el 30 por ciento o más por debajo de los límites de la miseria o de un mundo en que el 80 por ciento mueren de hambre, mientras el otro 20%, hace dietas para adelgazar. 

Pero esta superficialidad que algunas izquierdas evidencian hoy, le han acarreado cruentos e incruentos ataques desde todos los ángulos del panorama político, que escudándose en lo económico y lo moral, intentan no sólo desprestigiarla, sino envilecerla y desautorizarla.

El marxismo no ha dejado de ser un referente intelectual, sin embargo la izquierda debe reconocer que éste ya no tiene la misma influencia política de antes, aunque sus planteamiento han vuelto a la palestra, aún entre los intelectuales del capitalismo. A Marx no le alcanzó la vida para definir el mecanismo eficaz que produciría el cambio de la realidad y el destino del capitalismo: el empobrecimiento de grandes masas de población y la proletarización de las capas medias. Pero nadie ha sido capaz, hasta hoy, de continuar esa construcción ideológica equiparable en fuerza, contundencia, seducción intelectual y penetración. Aunque comienzan a surgir algunos intentos en las escuelas marxistas contemporáneas. 

Sin embargo, para los izquierdistas revolucionarios, el marxismo realiza una explicación muy completa de los orígenes del capitalismo, de las leyes de su funcionamiento y de la manera para poder revocarlo. Es una teoría de cómo las ricas naciones capitalistas podrían utilizar sus inmensos recursos para lograr la justicia y la prosperidad de sus pueblos. De ahí, el inmenso atractivo que ha ejercido tanto en muchos intelectuales, como en grandes masas de los pueblos del mundo. El contraste no puede ser mayor si lo comparamos con la ideología neoliberal, que va en dirección contraria.

Las derechas por su parte, también han sufrido una particular mutación. El conservadurismo clásico, poseedor de un bagaje de principios y concepciones del mundo con gran influencia religiosa, ha sido sucedido por un neoliberalismo sin contenido moral, que tiene capacidad de impulso político a pesar de todo, a través del consumismo.

La izquierda hoy necesita un proyecto político, el cuál no es sólo un conjunto de ideas y medidas, aunque sean brillantes. Un proyecto político, como decimos en un artículo anterior, tiene al menos cinco componentes políticos esenciales, sin los que es muy difícil lograr el apoyo social.

1. La dimensión ideológica que aporta los objetivos morales, éticos, de valores, su filosofía y su sentido más humano. 

2. Un programa, que establece los objetivos políticos del proyecto, es decir, los elementos más concretos y vinculados a cada realidad, lugar y personas que son objeto y sujeto de él. 

3. Una base social, que por la pretensión democrática del proyecto requiere una serie de personas, grupos y clases, cuya perspectiva de vida e interés puedan ser unidos detrás de unos objetivos políticos y morales.

4. Los instrumentos para la acción política operativa, que son básicamente los partidos políticos y el Estado. Los partidos políticos son los encargados de convertir las necesidades y demandas del pueblo o de otros sectores que representen, en decisiones políticas o a planteamientos programáticos. Sin embargo los partidos de izquierda hoy, deben entender y asumir que su actuación es en última instancia, con la institucionalidad del Estado, electa de forma democrática y legitimada, para imponer, si es necesario, una decisión. 

5. Finalmente, la estrategia que es la que ordena la ideología, el programa, la base social y los instrumentos políticos de acción en un tiempo determinado, con aliados específicos y con una idea de la oportunidad y el momento apropiado para conseguir una hegemonía política.

Sin estos elementos funcionando al unísono, es difícil decir que una fuerza política o un conjunto de ellas, tienen un diseño de intervención social económica y cultural de cambio. Esto da una legítima pretensión de convocar a las mayorías para alcanzar objetivos a mediano y largo plazo. Si falta alguno de estos elementos, la acción política es débil y puede decirse que no hay proyecto. 

Buena parte de la izquierda está lastimada por la pérdida de referentes morales y de su utopía, como dice Habermas. Estas expresiones de la izquierda hoy, no han definido objetivos políticos claros, a pesar de que el “modelo” neoliberal ha caído en descrédito y de haber logrado ciertas cosas importantes como retomar el Estado y propiciar el fin de las dictaduras militares, lograr las libertades básicas, etc. La izquierda ha perdido aquella base social fiel y decididamente identificable, lo que ha producido una fractura que conduce a que las clases medias y otras, sean seducidas por los cantos de sirena de las derechas a través de un mercado, que solo como espejismo, está al alcance de todos.

La izquierda debe recobrar un proyecto propio y no sólo contestatario, manteniendo la continuidad con tradiciones que no deben abandonarse, defendiendo la democracia radical, la igualdad de oportunidades, la justicia y la solidaridad, asuntos que han costado tanta sangre a través de tantos años. Esta es una labor muy difícil que demanda tiempo, reflexiones profundas y grandes dosis de imaginación que exigen amplitud, diálogo y debate, triunfos y derrotas, pero que deben comenzar ya con algunas orientaciones oportunas. 

El resurgimiento de la izquierda en nuestros días, tan necesario, no podrá producirse sin el rearme ideológico y estratégico. Hay que aprender de los errores cometidos. Hay que adaptar la estrategia al espacio y al tiempo, al país y al momento histórico. Pero hay ciertas líneas generales que pueden aplicarse globalmente. La izquierda debe diferenciarse de la derecha no sólo en sus objetivos sino también en sus métodos para alcanzarlos. 

Nunca debemos olvidar que para cambiar el sistema no bastan las buenas intenciones ni tener la razón de nuestra parte. Las ideas son necesarias pero no son suficientes. Hay que luchar contra las minorías dominantes que controlan la sociedad, minorías que harán todo lo posible por evitar los cambios o desvirtuarlos. Aquellos que controlan especialmente la maquinaría ideológica, desde dónde se producen y reproducen las ideas que siembran como verdades inobjetables y que los pueblos generalmente aceptan sin resistencia. La clave entonces es la batalla ideológica. Donde sea y como sea, un verdadero militante de izquierda debe ser un luchador de ideas incansable, aun cuando esté en aparente desventaja. Un rebelde por convicción.
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Cambio de Rumbo

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GUIAR EL TIMÓN Y CAMBIAR EL RUMBO
Óscar A. Fernández O.

A la memoria de nuestro hermano y camarada Jorge Sol Pérez, incansable combatiente de las ideas marxistas revolucionarias, que falleció soñando con un mundo mejor. ¡Hasta la victoria siempre!

Partamos de un hecho indubitado y demostrado en la práctica, con el neoliberalismo no termina la historia como quieren hacernos creer, el reto y la posibilidad del cambio para mejorar oportuna y dinámicamente, está en el esfuerzo y la inteligencia del pueblo que es quién determina su futuro, en compañía de sus liderazgos más capaces, eficientes y probos.

La izquierda revolucionaria en el gobierno no deberá cometer el usual error de creer que cambiando la forma de gobernar ya no quedará nada más que hacer que administrar lo hecho. No debe apuntarse a ningún “estado permanente”, ni tampoco a un equilibrio alguno que pueda ser temporal, pues con seguridad éste será interrumpido por la energía y la dinámica que caracteriza a la historia de los pueblos. Por lo tanto, el término “sostenibilidad” debe ser rechazado en el sentido de permanencia, lo mismo que cualquier majadería acerca del “fin de la historia”. 

Para que la sociedad salvadoreña cambie, a pesar de haberse convertido en una sociedad autodestructiva, inducida por una oligarquía neofascista y sus testaferros políticos, aprendices de brujo mal educados, es necesario hacer cambios radicales de realidades y valores profundamente arraigados, como son los hábitos conformistas y obedientes que aceptan y creen necesitar el poder de las clases dominantes como una consecuencia natural del orden establecido. La experiencia de los campos de exterminio nazis durante la Segunda Guerra Mundial lo demostró. La melancolía por los dictadores y las manos duras para “portarnos bien”, también confirma la simpatía hacia la necesidad de que existan verdugos.

Estos son ejemplos relativamente simples del gran conjunto de rasgos y patrones que tienen que ser modificados, diseñando y practicando nuevas y eficaces formas de liderazgo y gobierno, que constituyan elementos importantes del proceso de liberación de nuestro pueblo, si la izquierda socialista desea aumentar las posibilidades y las probabilidades de liderar la construcción a corto, mediano y largo plazo, de un Estado que sustente el progreso, revisando desde luego la idea misma de “progreso”.

El rediseño de la gobernación no es más que una medida transitoria, mientras no se produzca el salto cualitativo en nuestra sociedad. Pero mejores potenciales de gobierno pueden reducir las causas y los efectos de la tragedia de nuestro pueblo, perfeccionando la raison d’humanite (la razón humana del Estado) que ha de ser la lógica en una nueva visión, de modo que en una primera instancia se evite la catástrofe hacia la que nos lleva un modelo económico que ya no funciona más y que por terquedad y arrogancia, siguen imponiendo improvisadamente los delegados del poder fáctico. Hasta dónde sea posible, debemos impulsar continuamente el desarrollo del pueblo y no primordialmente el del mercado, sin menospreciar la importancia y el rol de este último con objetiva ponderación. 

Adelantos significativos en la capacidad de gobernar han tenido lugar en la historia de la humanidad, como sucedió en la Grecia clásica, con la idea de que la política es un dominio reconocido de la vida humana, susceptible a ser deliberadamente definido y sometido por los poderes. “Bien puede argumentarse que la teoría política nace y renace en tiempos de crisis culturales; que su razón de ser es la reconstrucción del discurso político y de la vida” sostiene J. Peter Euben (1994) 

La cultura política salvadoreña y su dinámica, personificada claramente en la mayoría de los liderazgos políticos tradicionales, sin duda plantean a cualquiera, serios problemas en la capacidad de gobernar. Tales problemas suelen ser descritos en términos de “gobernabilidad” –por lo general en la forma negativa de “ingobernabilidad”- cuyo uso y abuso se ha extendido, y en la mayoría de veces, tales términos son empleados para esconder la discapacidad de gobernar. La legitimidad del Estado y la autoridad pública son aceptadas a regañadientes y la autoridad es minada por la desmitificación y por el creciente cinismo y desconfianza con que se mira a los políticos. En tanto, los medios de comunicación de masas se han convertido en poderosas empresas privadas que generan gran impacto y convierten cada vez más la política en un circo, en una oscura campaña de despolitización de las masas.

En nuestro ámbito, ya la política se basa cada menos en la ideología y la mayoría de partidos proponen políticas similares en la mayor parte de los asuntos e incluso cuando la competencia electoral lleva a los candidatos a enfatizar diferencias de opinión, la falta de opciones conocidas y realistas en numerosas cuestiones ha apagado el fuego del debate ideológico político serio y profundo, que en realidad establece la diferencia fundamental de la política y la forma de gobernar. La política ha sido “despolitizada”, como producto de la implantación de la ideología posmoderna y el pensamiento único, que niega todos los valores y preceptos del iluminismo y decreta que ya no hay historia.

El FMLN debe definirse claramente frente al modelo económico rampante que muestra, a pesar de su fracaso, claros dogmas de fe incuestionables, con los cual los derechistas neoliberales imponen su poder antidemocrático creando valores consumistas y nihilistas, que derivan en el fanatismo autoritario y la fractura de la sociedad. En este contexto negativo debe entenderse que los cambios oportunos que marquen la diferencia sustancial, el despertar de las organizaciones populares, los avances en la educación y la concienciación política de las masas, los nuevos tipos de valores humanistas, no violentos y solidarios, son de urgente necesidad. 

Todo ello sólo puede ser factible en tanto se construye a mediano y largo plazo un país diferente con derechos igualitarios, libertades y necesidades elementales subsanadas. No hay garantía de que esto camine sobre rieles, al contrario, el horizonte anuncia tormentas y por eso lo más decisivo es la calidad de las elites que gobiernan, puesto que son éstas las que toman la mayor parte de las decisiones que afectan la vida de los salvadoreños.

Debemos empeñar todos nuestros esfuerzos a fortalecer la organización de las masas, mientras nos dedicamos al aprendizaje y a la reflexión seria, rodeándonos de los mejores hombres y mujeres, los más calificados, animándolos a luchar junto a nosotros. Son necesarias con urgencia, ideas innovadoras de rediseño que sustentadas en la seriedad, la responsabilidad y la probidad, perfeccionen la capacidad crítica para gobernar. Pero, lo que más se necesita son cerebros creativos de alto nivel, todo lo cual en definitiva es lo que llamo el pluralismo social-cultural, junto al compromiso con la construcción y perfeccionamiento de un Estado fuerte y democrático, fundamentado en los derechos del pueblo.

Facultar a las personas es esencial para reforzar las capacidades democráticas de gobierno, pero si no se incrementa la comprensión popular de los complejos temas públicos y su relación con la solidaridad humana, la democracia se tornará una ficción o fracasará estrepitosamente en sus cometidos.

No se puede depender de la sociedad de la información para la creación automática de un público ilustrado -hay indicios para pensar todo lo contrario-, por lo que habrá que esforzarse en educar a la gente y promover una mayor identificación con la humanidad en su conjunto. Entre otras cosas, esto significa que los políticos deberían intentar explicar los grandes temas legislativos y admitir que en muchas ocasiones no saben qué medidas adoptar. Habría que incitar a los canales de televisión para que presentaran temas complejos y controvertidos de un modo comprensible e interesante. Las escuelas y universidades tendrían que incluir en sus planes de estudio cursos que abarcaran el debate nacional y las perspectivas integrales.

Debemos lograr la coherencia política, barriendo los personalismos y los protagonismos, procurando una nueva confluencia con las masas, para crear una convergencia popular que aspira a un contexto de mayor democracia y defiendan en masa codo con codo, la construcción de un contrapoder hegemónico, que necesitamos para levantar un nuevo Proceso Constituyente.
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Oligarquía y Medios de Comunicación

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Los subrayados son para efectos de estudio.
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LA OLIGARQUÍA DE LOS MEDIOS Y SU “LIBERTAD DE EXPRESIÓN”
Oscar A. Fernández O.

“Tengo sed, tengo apetito de la luz, 
y sólo trago sombra”, 
Pablo Neruda

Al respecto del papel de los grandes medios de comunicación en El Salvador, dos cuestiones son objetivamente demostrables: uno, que han pasado de ser conductos de información para convertirse en instrumentos de propaganda y contra-propaganda del poder capitalista y dos, que su ideología es claramente militante es decir, con un astuto pensamiento neoconservador y fascista. Su ataque permanente al actual gobierno del FMLN que trata de corregir las descomunales fallas heredadas de la crisis capitalista, es la mejor prueba de ello.

La prohibición del debate verdaderamente público de cuestiones relativas a la democratización de las comunicaciones por los grandes grupos dominantes de los medios, funciona como una censura disfrazada. Este es el “efecto silenciador” que el discurso de los grandes medios provoca exactamente en relación a la libertad de expresión que simulan defender.

Su estrategia ideológico-propagandista hoy reforzada con los adelantos tecnológicos de la llamada mass media, sostiene un discurso de justificación de la concentración de la riqueza, claramente a favor de la clase dominante a la cual pertenecen sus dueños y accionistas mayoritarios. Con la misma intensidad con que satura la opinión de los salvadoreños acerca de un pretendido fracaso en las políticas sociales recientemente impulsadas (por primera vez en la historia) y clama por la consolidación del poderío del mercado, arremete contra cualquier manifestación de cambio, incluso progresista.

Desde la firma de los Acuerdos de Paz que propician la participación política legal del FMLN, la gran empresa de los medios escritos, radiados y televisivos ha mostrado una marcada tendencia a desacreditar la acción propositiva del gobierno actual, ligándole a la violencia, a la desestabilización nacional y hoy, al fracaso de un devastado modelo económico. La tendencia a distorsionar la realidad obedece a una estrategia política del poder económico, elaborada por los costosos equipos de mercadotecnia política de ARENA, en asociación con los llamados “expertos” en guerra sucia, intoxicadores, rumorólogos (sic!) y toda suerte de “plumas fáciles” que se ofrecen al mejor postor. Los grandes medios de comunicación de la oligarquía, utilizan para esto la información desfigurada, la falsa información o la información con una clara tendencia conspirativa. 

En este contexto, es oportuna y apropiada la lectura de “La ironía de la Libertad de Expresión”, revelador libro escrito por Owen Fiss, uno de los más importantes y reconocidos especialistas en la “Primera Enmienda” de los Estados Unidos. (Lima: 2010)

Fiss introduce el concepto de “efecto silenciador” cuando discute que, al contrario de lo que pregonan la gran prensa capitalista, el Estado no es un enemigo natural de la libertad. El Estado puede ser una fuente de libertad, por ejemplo, cuando promueve “la robustez del debate público en circunstancias en las que los poderes fuera del Estado están inhibiendo el discurso. Puede tener que asignar recursos públicos - distribuir megáfonos, conceder frecuencias de radio, TV – para aquellos cuyas voces no serían escuchadas en la plaza pública de otra manera. Puede incluso tener que silenciar las voces de algunos para que se oigan las voces de los otros. Algunas veces no hay otra forma” (Lima, V.: 2010)

Fiss usa como ejemplo los discursos de incitación al odio, los discursos de miedo, la pornografía y los gastos ilimitados en las campañas electoralesl. Las víctimas del odio tienen su autoestima destrozada; la mayoría de las personas viven con temor, las mujeres se transforman en objetos sexuales y los “menos poderosos” quedan en desventaja en la arena política. 

En todos esos casos, “el efecto silenciador viene del propio discurso”, esto es, “la representación que amenaza el discurso no es el Estado. Corresponde, por tanto, al Estado promover y garantizar el debate abierto e integral y asegurar que el público oiga a todos los que debería oír, o más aún, garantice la democracia exigiendo “que el discurso de los poderosos no entierre o comprometa el discurso de los no poderosos”. (Fiss: 2005)

Específicamente en el caso de la libertad de expresión, existen situaciones en las que la “medicina” liberal clásica de más discursos, al contrario que la regulación del Estado, simplemente no funciona. Los que supuestamente podrían responder al discurso dominante no tienen acceso a las formas de hacerlo.

La campaña de mentira e intoxicación propagandística que mantienen los grandes medios contra el gobierno del FMLN, consiste en presentar un panorama ficticio de la realidad social, económica y política, pretendiendo efectos sicológicos y no materiales. Así, para lograr votos se presenta una realidad engañosa, propagandizando hechos deformados y culpando a la izquierda de una “caótica” situación económica y social.

La libertad de expresión tiene como fin asegurar un debate público democrático en donde todas las voces sean oídas. Al usar como estrategia de oposición política la repetición de la amenaza constante de volver a la censura y de que corre riesgo la libertad de expresión, los grandes grupos de los medios transforman la libertad de expresión en un fin en sí mismo. 

Como verdaderos agentes del libre mercado, los grandes medios están creando valores y normas que aumentan y alimentan falsas expectativas de un modo irreal especialmente en los pobres y marginados, contribuyendo a la frustración de millones y por consiguiente a la agresión y a la violencia que pueden derivarse de ello. Desigualdad, marginación y frustración, son elementos constitutivos de la violencia.

Cuando los medios condenan la violencia, lo hacen selectivamente. No se condenan todas las formas de violencia ni todas las conductas violentas. Los grandes medios adoptan un enfoque negativo y punitivo frente a otros problemas sociales y a todas las formas de protesta social. Son partidarios de la pena de muerte, de los castigos corporales, del disciplinamiento social y las “manos súper duras”. En general, expresan su ideología fascista; se oponen a un derecho penal civilizado, evidencian opiniones racistas y se muestran contrarios a una sociedad de iguales.

La situación actual, reforzada por la gran empresa de medios de comunicación, se caracteriza por un extraño hiato: se exige la “calidad” académica supeditada al mercado, se proclama la “organización racional” de las empresas y la “austeridad” del Estado, pero de lado del consumo, se explota la irracionalidad e irreflexión del “consumidor”.

La mentira y la propaganda negra de los medios, están al servicio de la destrucción de cualquiera que se oponga a su ideología ultra-conservadora. El problema moral de esta actitud es que una mentira es mucho menos tolerable cuando se le emplea para un fin peor. 

Nos encontramos ante un nuevo reto, buscar el método para que los ciudadanos hagan valer su derecho a la información mediante un Estado al que debemos exigir que cumpla con su obligación de garantizarlo. A ese Estado los ciudadanos debemos darle poder y el Estado a los ciudadanos, darles control. Esa es la verdadera libertad de prensa en una democracia.
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