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Las negrillas y sangrías son para efectos de estudio.
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Las negrillas y sangrías son para efectos de estudio.
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"Los únicos interesados en cambiar el mundo somos los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay". José Saramago.
LA “AUSTERIDAD” DEL ESTADO SIRVE AL GRAN CAPITAL.
Óscar A. Fernández O.
En un desplante clásicamente esnobista, las derechas defienden que la cultura de laissez-faire es hoy lo que mueve a las sociedades “libres”. Constantemente nos bombardean con la propaganda de que para ser parte del -¿?- nuevo orden internacional, debe apoyarse el “libre mercado”, la “libre competencia” y la “desregulación”. Lo cierto es que el Estado sigue presente en la economía y juega un papel primordial para apoyar al gran capital y lograr que se eleven sus beneficios.
Analizar la actualidad, requiere una visión previa de nuestra existencia, de nuestros modos de actuar, de nuestros compases, voluntades y retos; básicamente de la subjetividad que nos constituye. Requiere por tanto, la capacidad de poder descifrar el modelo dominante o pensamiento único que se oculta detrás de lo que vemos como algo natural y dado: la sociedad a la que pertenecemos, la realidad que se nos impone. Pero a su vez, es esa develación del ''misterio capitalista'', lo que nos lleva a ser objetivo otra vez de nuevas prácticas socializantes que se superponen a las antiguas técnicas de explotación ya descubiertas. (Martin: 2012).
El capitalismo es así una jugada al escondite, que busca mejores lugares para ocultarse (o infiltrarse) cada vez que alguien le encuentra en alguna parte. Es básicamente un embrollo de caminos cada vez más entrecruzados, que traen como resultado una aumentada confusión a escala social. Pero mientras todos queramos seguir jugando o estemos obligados a jugar, ese laberinto no dejará de existir. Debemos percatarnos que cuando criticamos el modo de explotación capitalista actual, estamos siendo explotados al mismo tiempo por una nueva modalidad que pretende implantarse en el futuro cercano.
Examinar nuestra realidad, entonces, precisa de una aproximación subjetiva que logre comprender o traer, a nuestros límites intelectuales ese ambiente ''objetivo'' en el que estamos inmersos a diario. Toda práctica social que en él se incluye posee una substancia ideológica imperceptible a los ojos de las personas.
La ideología que sustenta un mundo de símbolos, se oculta cuando se vuelve acción cotidiana. Para el común de la gente, vivimos sin ideología que nos dirija u ordene, porque de hecho la misma se pierde de vista al concretarse en prácticas puntuales. Cuando la idea llega a la materia, se disipa en el aire como si no existiese, por ello creemos ser libres cuando de hecho nuestra subjetividad está siendo abrazada por aquella ideología invisible o sublimada. Incluso, aceptar su presencia implica ir contra nuestra propia libertad de pensamiento. Es así como pretendemos ser materialmente libres, en un mundo donde somos esclavos ideológicamente. Es así como llegamos a afirmar que han “muerto” las ideologías.
Así, “Libre mercado” significa debilitamiento, postergación y aún abandono de la política social, a la par de la eliminación de miles de fuentes de trabajo para optimizar las ganancias privadas y cumplir con regímenes de “austeridad” de los gobiernos. La mayor parte de los empleos es inestable, de tiempo parcial, mal retribuido y objeto de una subcontratación que entraña mayor explotación para los trabajadores y mayor libertad y menores costos laborales para los grandes capitalistas monopolistas. Con esos propósitos, una de las principales políticas es proscribir el sindicalismo, forma natural de defensa de los trabajadores.
Para los gurúes del “neocapitalismo” (e incluso para algunas pseudo-izquierdas oportunistas) en el nuevo orden se hace imposible o irrelevante la organización y lucha de los trabajadores, además de que se abandona el problema de la pobreza creyendo que la famosa mano oculta del mercado, compensaría de alguna forma esa brutal fosa entre los más ricos y los más pobres, en los momentos en que los primeros disminuían en número y aumentaban en riqueza, y los segundos simplemente se expandían y profundizaban como nunca antes, en todo el globo terráqueo.
Su tesis y (utopía) básica, propia del pensamiento económico neoclásico, es que el mercado conforma el mejor instrumento, el más eficaz para la asignación de recursos y la satisfacción de necesidades. Un mecanismo de autorregulación que conduciría al óptimo social y que por tanto, resultaría intrínsecamente superior.
Con esto, el neoliberalismo apuntaló un concepto de desarrollo específico propio del capitalismo y la modernidad. Una noción, que se maneja como verdad religiosa, de que el crecimiento económico y el progreso tecnológico, actúan en pro de la “humanización” de la vida, cuando los hechos demuestran lo contrario. (F. Hinkelhammert: 1993) Sin duda obviaron el hecho demostrado por Marx, que el capitalismo en cualquiera de sus formas, contiene como una tara de nacimiento, las contradicciones que lo hacen inviable para el desarrollo de la humanidad.
El llamado “aggiornamento” neoliberal impulsa una reasignación, sí, pero no en el mercado de trabajo dónde se verifica una transferencia en sentido inverso, regresiva. Por eso la redistribución queda limitada a la acción “pública estatal”, y en especial ciertas prestaciones sociales como educación y salud. Se trata pues de un régimen neoliberal de políticas sociales, diseñado por el Banco Mundial y dominado por un patrón distributivo súper restringido. (Ezcurra: 1998).
Así, la pobreza es calculada como una cuestión de primacía en esta fase de recomposición neoliberal, como un asunto prioritario en tanto, se perciben riesgos para la “sustentabilidad” (sic!) política del programa neoliberal. En otras palabras se teme pérdida del consenso social, tan necesario para que los pueblos acepten “como inevitable” esta forma de organización social y dominación. En especial se refiere a los problemas electorales, reduciendo en ello el problema de la democracia efectiva. También se desconfía de una generalización de conflictos por la distribución, que lleven a la violencia, lo cual ha sido en realidad el sello en sistemas como el nuestro; y por último se pretende prever la aparición de movimientos anti-reforma y de retrocesos en las democracias como ellos las conciben (Burki: 1996)
Frente a todos estos efectos catastróficos del neoliberalismo, se prevé en definitiva un problema de la legitimidad de los modelos de democracia impuestos y de viabilidad política, lo cual ya se verifica en esta fase de la crisis global.
Sebastián Edwards, quién en los años 90 fuera economista en jefe para América Latina y El Caribe del Banco Mundial, sostenía en su libro Crisis y Reforma, que “Encarar las necesidades de los estratos más pobres de la sociedad es más que todo un asunto político. Solamente en que la pobreza sea disminuida y mejoradas algunas condiciones de vida de los pobres, serán sostenibles las reformas estructurales implementadas durante la última década (…) El Fracaso de una acción agresiva en el área exacerbará los conflictos de la distribución y probablemente impulsará el descontento. Es más en algunos, casos puede incluso crear las bases para el retorno de (lo que estos ideólogos llaman) el populismo, del dirigismo y eventualmente del caos” (léase levantamientos populares y revoluciones) (Ezcurra: 1998).
Cómo recordarán algunos de nuestros lectores, tales afirmaciones fueron igualmente manejadas en las viejas estrategias de contrainsurgencia de los Manuales de la CIA, en los años 60’s y 70´s y en otras maniobras norteamericanas como “Alianza para El Progreso”.
En definitiva, el ideario neoliberal exalta la reconstrucción de una “nueva y saludable desigualdad” aprehendida como un valor positivo para dinamizar el enriquecimiento de unos pocos “privados” que han de “empujar” el crecimiento económico. Por ello se juzgó quebrar cualquier resistencia popular organizada como el movimiento obrero, con sus presiones igualitarias sobre los salarios y el Estado.
En varios de nuestros países latinoamericanos, crece la oposición e incluso la búsqueda de alternativas al modelo de sociedad dominante: el neoliberal. Sin embargo, la noción y algunos rasgos distintivos de este modelo permanecen un tanto difusos en los idearios de muchas fuerzas progresistas.
Esto plantea una problemática teórica y, a la vez, política estratégica; implica un obstáculo para definir y comprender qué tipo de proyecto configura efectivamente una alternativa o un cambio estructural.
Este dilema aún no resuelto, debe ser ya el motor de nuestro debate.
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