Usualmente negrillas y subrayados son nuestros.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Estado Austero y Neoliberalismo

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Las negrillas y sangrías son para efectos de estudio.
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"Los únicos interesados en cambiar el mundo somos los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay". José Saramago.

LA “AUSTERIDAD” DEL ESTADO SIRVE AL GRAN CAPITAL.
 
Óscar A. Fernández O.
 
En un desplante clásicamente esnobista, las derechas defienden que la cultura de laissez-faire es hoy lo que mueve a las sociedades “libres”. Constantemente nos bombardean con la propaganda de que para ser parte del -¿?- nuevo orden internacional, debe apoyarse el “libre mercado”, la “libre competencia” y la “desregulación”. Lo cierto es que el Estado sigue presente en la economía y juega un papel primordial para apoyar al gran capital y lograr que se eleven sus beneficios. 
 
Analizar la actualidad, requiere una visión previa de nuestra existencia, de nuestros modos de actuar, de nuestros compases, voluntades y retos; básicamente de la subjetividad que nos constituye. Requiere por tanto, la capacidad de poder descifrar el modelo dominante o pensamiento único que se oculta detrás de lo que vemos como algo natural y dado: la sociedad a la que pertenecemos, la realidad que se nos impone. Pero a su vez, es esa develación del ''misterio capitalista'', lo que nos lleva a ser objetivo otra vez de nuevas prácticas socializantes que se superponen a las antiguas técnicas de explotación ya descubiertas. (Martin: 2012).
 
El capitalismo es así una jugada al escondite, que busca mejores lugares para ocultarse (o infiltrarse) cada vez que alguien le encuentra en alguna parte. Es básicamente un embrollo de caminos cada vez más entrecruzados, que traen como resultado una aumentada confusión a escala social. Pero mientras todos queramos seguir jugando o estemos obligados a jugar, ese laberinto no dejará de existir. Debemos percatarnos que cuando criticamos el modo de explotación capitalista actual, estamos siendo explotados al mismo tiempo por una nueva modalidad que pretende implantarse en el futuro cercano.
 
Examinar nuestra realidad, entonces, precisa de una aproximación subjetiva que logre comprender o traer, a nuestros límites intelectuales ese ambiente ''objetivo'' en el que estamos inmersos a diario. Toda práctica social que en él se incluye posee una substancia ideológica imperceptible a los ojos de las personas.
 
La ideología que sustenta un mundo de símbolos, se oculta cuando se vuelve acción cotidiana. Para el común de la gente, vivimos sin ideología que nos dirija u ordene, porque de hecho la misma se pierde de vista al concretarse en prácticas puntuales. Cuando la idea llega a la materia, se disipa en el aire como si no existiese, por ello creemos ser libres cuando de hecho nuestra subjetividad está siendo abrazada por aquella ideología invisible o sublimada. Incluso, aceptar su presencia implica ir contra nuestra propia libertad de pensamiento. Es así como pretendemos ser materialmente libres, en un mundo donde somos esclavos ideológicamente. Es así como llegamos a afirmar que han “muerto” las ideologías.
 
Así, “Libre mercado” significa debilitamiento, postergación y aún abandono de la política social, a la par de la eliminación de miles de fuentes de trabajo para optimizar las ganancias privadas y cumplir con regímenes de “austeridad” de los gobiernos. La mayor parte de los empleos es inestable, de tiempo parcial, mal retribuido y objeto de una subcontratación que entraña mayor explotación para los trabajadores y mayor libertad y menores costos laborales para los grandes capitalistas monopolistas. Con esos propósitos, una de las principales políticas es proscribir el sindicalismo, forma natural de defensa de los trabajadores.

Para los gurúes del “neocapitalismo” (e incluso para algunas pseudo-izquierdas oportunistas) en el nuevo orden se hace imposible o irrelevante la organización y lucha de los trabajadores, además de que se abandona el problema de la pobreza creyendo que la famosa mano oculta del mercado, compensaría de alguna forma esa brutal fosa entre los más ricos y los más pobres, en los momentos en que los primeros disminuían en número y aumentaban en riqueza, y los segundos simplemente se expandían y profundizaban como nunca antes, en todo el globo terráqueo.
Su tesis y (utopía) básica, propia del pensamiento económico neoclásico, es que el mercado conforma el mejor instrumento, el más eficaz para la asignación de recursos y la satisfacción de necesidades. Un mecanismo de autorregulación que conduciría al óptimo social y que por tanto, resultaría intrínsecamente superior. 
 
Con esto, el neoliberalismo apuntaló un concepto de desarrollo específico propio del capitalismo y la modernidad. Una noción, que se maneja como verdad religiosa, de que el crecimiento económico y el progreso tecnológico, actúan en pro de la “humanización” de la vida, cuando los hechos demuestran lo contrario. (F. Hinkelhammert: 1993) Sin duda obviaron el hecho demostrado por Marx, que el capitalismo en cualquiera de sus formas, contiene como una tara de nacimiento, las contradicciones que lo hacen inviable para el desarrollo de la humanidad. 
 
El llamado “aggiornamento” neoliberal impulsa una reasignación, sí, pero no en el mercado de trabajo dónde se verifica una transferencia en sentido inverso, regresiva. Por eso la redistribución queda limitada a la acción “pública estatal”, y en especial ciertas prestaciones sociales como educación y salud. Se trata pues de un régimen neoliberal de políticas sociales, diseñado por el Banco Mundial y dominado por un patrón distributivo súper restringido. (Ezcurra: 1998).
 
Así, la pobreza es calculada como una cuestión de primacía en esta fase de recomposición neoliberal, como un asunto prioritario en tanto, se perciben riesgos para la “sustentabilidad” (sic!) política del programa neoliberal. En otras palabras se teme pérdida del consenso social, tan necesario para que los pueblos acepten “como inevitable” esta forma de organización social y dominación. En especial se refiere a los problemas electorales, reduciendo en ello el problema de la democracia efectiva. También se desconfía de una generalización de conflictos por la distribución, que lleven a la violencia, lo cual ha sido en realidad el sello en sistemas como el nuestro; y por último se pretende prever la aparición de movimientos anti-reforma y de retrocesos en las democracias como ellos las conciben (Burki: 1996)
 
Frente a todos estos efectos catastróficos del neoliberalismo, se prevé en definitiva un problema de la legitimidad de los modelos de democracia impuestos y de viabilidad política, lo cual ya se verifica en esta fase de la crisis global.
 
Sebastián Edwards, quién en los años 90 fuera economista en jefe para América Latina y El Caribe del Banco Mundial, sostenía en su libro Crisis y Reforma, que “Encarar las necesidades de los estratos más pobres de la sociedad es más que todo un asunto político. Solamente en que la pobreza sea disminuida y mejoradas algunas condiciones de vida de los pobres, serán sostenibles las reformas estructurales implementadas durante la última década (…) El Fracaso de una acción agresiva en el área exacerbará los conflictos de la distribución y probablemente impulsará el descontento. Es más en algunos, casos puede incluso crear las bases para el retorno de (lo que estos ideólogos llaman) el populismo, del dirigismo y eventualmente del caos” (léase levantamientos populares y revoluciones) (Ezcurra: 1998).
 
Cómo recordarán algunos de nuestros lectores, tales afirmaciones fueron igualmente manejadas en las viejas estrategias de contrainsurgencia de los Manuales de la CIA, en los años 60’s y 70´s y en otras maniobras norteamericanas como “Alianza para El Progreso”.
 
En definitiva, el ideario neoliberal exalta la reconstrucción de una “nueva y saludable desigualdad” aprehendida como un valor positivo para dinamizar el enriquecimiento de unos pocos “privados” que han de “empujar” el crecimiento económico. Por ello se juzgó quebrar cualquier resistencia popular organizada como el movimiento obrero, con sus presiones igualitarias sobre los salarios y el Estado.
 
En varios de nuestros países latinoamericanos, crece la oposición e incluso la búsqueda de alternativas al modelo de sociedad dominante: el neoliberal. Sin embargo, la noción y algunos rasgos distintivos de este modelo permanecen un tanto difusos en los idearios de muchas fuerzas progresistas.
Esto plantea una problemática teórica y, a la vez, política estratégica; implica un obstáculo para definir y comprender qué tipo de proyecto configura efectivamente una alternativa o un cambio estructural.
Este dilema aún no resuelto, debe ser ya el motor de nuestro debate.
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miércoles, 14 de noviembre de 2012

Neoliberalismo y Revolución

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Las negrillas, sangrías y separación de algunos párrafos son para efectos de estudio.
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"Moderado es la palabra que utilizan los burgueses para definir  a quienes se pliegan a sus exigencias."  Ernesto "Che" Guevara

REESTRUCTURACIÓN NEOLIBERAL VS. PROYECTO REVOLUCIONARIO

Oscar A. Fernández O.

Pese a la arrogancia y prepotencia de la que hace gala el capitalismo global y su expresión más sanguinaria, el imperialismo, que mantiene al mundo bajo su dominación, éste ve con espanto que en su seno emergen procesos de incertidumbre y caos, en lo económico, en lo social, en lo ideológico y en lo político, generando un potencial explosivo cada vez mayor, producto de la descomposición de su último modelo llamado neoliberalismo, el cual se hunde frente a nuestros ojos.

El Banco Mundial, asumiendo un rol de liderazgo frente al derrumbe de la ortodoxia capitalista global y el aumento exponencial de la pobreza y la marginación social en la mayoría de países del mundo, publicó su famoso Informe sobre el Desarrollo Mundial y La Pobreza. En él postula, que la reducción de la pobreza en el orbe es la máxima prioridad. Así, este propósito se catalogó como su objetivo fundamental, para el cual se lanzó un programa asistencialista. A esta estrategia se le ha dado en llamar “el aggionarmento (actualización) del modelo neoliberal”, cuyos indicadores veinte años después, demuestran que ha sido un total fracaso. Ha quedado en evidencia que el neoliberalismo es una matriz móvil que conserva principios constantes.
 
Estas breves líneas que hoy publicamos, tienen la modesta pretensión de provocar el debate sobre las causas de la crisis del capitalismo contemporáneo y develar las perspectivas reales de un proyecto histórico alternativo. La crisis orgánica del capitalismo representa la declinación del proyecto de reestructuración y expansión capitalista global, encabezado por las instancias imperialistas y lleva a la humanidad entera a una encrucijada segura: el capital o la existencia. Ante la respuesta tentativa de esta insaciable forma de acaparamiento, que persiste en la súper explotación laboral, la devastación ambiental y la acumulación centralizada, se postula la necesidad de generar alternativas de desarrollo post neoliberal o post capitalista, a fin de generar mejores condiciones de vida y trabajo para la mayoría de la población y así, poner en el centro la necesidad de garantizar la reproducción de la vida humana en el planeta.
 
Muy a pesar de sus anunciadas pretensiones e innovaciones, que harían de las sociedades parajes de prosperidad nunca vista, el modelo neoliberal se ha traducido en una polarización social sin precedentes a nivel global.
 
En el siglo XX, férreas luchas sociales y de clase en todo el planeta pudieron imponer un cierto control social sobre el capital. Las clases populares, en diverso grado, lograron obligar al sistema a vincular lo que llamamos la reproducción social a la acumulación de capital. El movimiento revolucionario salvadoreño se sumó con éxito a esta lucha mundial y hoy se cosechan frutos de una innegable acumulación histórica exitosa, en la larga disputa por cambiar el fatídico futuro que nos tiene reservado el capitalismo.
 
Lo que ha sucedido con la globalización es una ruptura entre la lógica de acumulación y la de reproducción social, que ha repercutido en un crecimiento sin precedentes de la desigualdad social y ha intensificado las crisis de supervivencia de miles de millones de personas mundialmente. Los efectos de pauperización desatados por la globalización han generado conflictos sociales y crisis políticas que el sistema hoy encuentra cada vez más difícil contener.
 
Los problemas del desarrollo más gravosos que aquejan al sistema capitalista mundial, bajo la reestructuración neoliberal y su actual crisis orgánica, se enmarcan en el desarrollo desigual.
 
En primer término, se expresa como una diferenciación entre países desarrollados y subdesarrollados. Supeditado a la expansión capitalista neoliberal, el mecanismo por excelencia consistió en desarticular las economías periféricas y reinsertarlas en la órbita del capitalismo mundial, lo cual produjo la profundización de las desigualdades.

En 1970, los países desarrollados (según la clasificación del FMI) recibieron 68% del ingreso mundial, mientras el resto del mundo 32%. En 2000, los países desarrollados recibieron 81% del ingreso mundial, mientras el resto apenas 19%. En el mismo periodo el porcentaje de la población que residía en los países desarrollados cayó de 20 a 16%. Tres décadas de reestructuración capitalista sólo han contribuido a incrementar las asimetrías entre países y junto con ello la pobreza y desigualdad sociales. (Covarrubias: 2009)
En segundo término, se suscita el incremento de las desigualdades sociales derivadas de la concentración de capital, riqueza y poder en la élite transnacional en un contexto de crisis humanitaria: hambruna, pobreza, exclusión, marginación y vulnerabilidad. El 2% de los más adinerados en el mundo, entre los que se encuentran Warren Buffet, Carlos Slim y Bill Gates, posee más de la mitad la riqueza familiar mundial (Davies, Sandström, Shorrocks y Wolff, 2006).
 
La respuesta a la crisis por parte del gran capital está encaminada a: 1) profundizar el proceso de concentración de capital; 2) acentuar el poder político y militar imperialista, como requisito para sostener el sistema hegemónico y de dominación de los Estados Unidos; y 3) enriquecer aún más a la élite burguesa detentadora del gran capital mundial, con un saldo negativo en menoscabo de las otrora poderosas burguesías nacionales.
 
Sin base ética, sin capacidad de satisfacer las necesidades económico-sociales y sin facultad para emplear las tecnologías y conocimientos disponibles de manera racional en beneficio de la humanidad y de la naturaleza, las elites dominantes de la sociedad, se han convertido en el principal obstáculo para la construcción de un mundo mejor.
 
La necesidad de un nuevo proyecto histórico revolucionario, se deriva no de un capricho ideológico, sino de la tragedia humana que ha producido el fracaso del capitalismo global, que no logró establecer las condiciones reales de democracia real y justicia social, que fueron las pretensiones originales del liberalismo, hijo de la Ilustración. “Quedan así destrozados los valores fundamentales del Siglo de las Luces y de la Ilustración” y todos somos llamados a legitimar esta “nueva era” incluso para fundamentar legalmente la desigualdad (T. Genro: 2000).
 
Frente a este triste escenario, la tarea política más apremiante para la izquierda revolucionaria en El Salvador, en tanto alista su fuerza electoral para continuar con la transformación de la crítica realidad nacional (y contribuir a la lucha a nivel internacional), consiste en construir respuestas en consulta con los amplios sectores populares, y construirlas lo más antes posible.
 
Sin embargo, la perspectiva revolucionaria ha quedado, para las grandes masas, cuanto menos en suspenso.
Las ideas del socialismo, de la transformación radical de nuestras sociedades, del anti capitalismo, han perdido credibilidad.
 No hay convicción en las grandes masas de que sus luchas concluyan en el anti capitalismo, en una perspectiva superadora de la mediocridad actual. Por eso es que las luchas son fragmentadas, aisladas y dispersas, sin un objetivo político de conjunto que articule las diferentes iniciativas aisladas.
 
En este contexto, la tarea central de los socialistas revolucionarios en los inicios de este siglo XXI, es aportar a recuperar la credibilidad en la idea del Socialismo y sobre todo en su carácter emancipador. Pero esto no puede hacerse al margen de la intervención en la lucha de clases. Deben tomarse como punto de partida, las principales necesidades de las masas en este momento y con las especificidades de cada lugar; todo modelo alternativo a la situación actual, debe partir de esta consideración.
 
La brutal lógica capitalista, reconoce como única forma legítima del homo sapiens su grotesca caricatura mercantilista, el homo oeconomicus, y cómo único derecho de sobrevivencia, el que pueda conquistar en el mercado, lugar dónde se libra una batalla sanguinaria personificada en el llamado Darwinismo social. (H. Dieterich: 1999) Nadie ha formulado esa lógica de guerra contra los desposeídos, mejor que el cura Robert Malthus (1776-1834) cuya ideología constituye la segunda fuente de inspiración actual del neoliberalismo-imperialismo-fascismo.
 
Contrariamente, toda concepción científica dialéctica de la sociedad ha de partir de la naturaleza humana como la condición constitutiva más importante de un sistema social. Marx entendió y explicó al homo sapiens no solo como un ente histórico, sino también biológico, con determinadas estructuras no culturales. Primero es la estructura humana en general y después, la naturaleza humana modificada según cada época, apuntó en el Tomo I de El Capital (1863).
 
A nuestro planteamiento de construir un nuevo proyecto histórico de carácter revolucionario, hacia la emancipación del pueblo y la radicalización de la democracia en El Salvador, se le atacará arteramente sin duda, como suele hacer la burguesía y sus aliados imperialistas, a través de las voces insignes de la ultraderecha personificada principalmente en la Asociación de la Empresa Privada (ANEP), con su ya clásico discurso nazi-fascista, y sus testaferros políticos, el resquebrajado partido ARENA, quienes clamarán como siempre, por nuestra destrucción.
 
La función de nuestra proclama, se centra en cambiar la correspondencia de fuerzas entre los sectores reaccionarios del statu quo y las fuerzas que están por el cambio y la radicalización de la democracia popular. La profundidad de los cambios estructurales que nos conduzcan a dar el salto revolucionario, solo pueden ser factibles mediante la concienciación política y cultural, que permita construir el sujeto político histórico, es decir el pueblo organizado. Debemos ser capaces de armonizar los intereses y comportamientos disimiles de los amplios sectores sociales, para fundar la fuerza transformadora de realidad.
 
Sin este requisito no será posible, ya que la única forma de superar la crisis económica, social y política que vive El Salvador, pasa por el rompimiento con el modelo neoliberal y la definición e implementación de un modelo que abra un proceso de transición hacia la revolución, reasignándole al Estado su papel estratégico en la conducción y control de la economía (S. Arias: 2010).
 
Hoy, esta crisis global capitalista obliga a las mentes históricamente transformadoras a retomar el marxismo revolucionario, dejando al descubierto las debilidades de nuestros enemigos de clase y la emergencia de una fuerza social potencial de millones de asalariados y jóvenes que han comenzado a ponerse en movimiento. Sin embargo, este resurgimiento y avance del marxismo revolucionario no será automático, sino producto de luchas teóricas, ideológicas y políticas que permitan la construcción de fuertes partidos revolucionarios internacionalistas, con arraigo en la clase trabajadora y demás sectores marginados y excluidos.
 
Tenemos la obligación ineludible de parar este proceso de destrucción propiciado por el capitalismo, pero ello supone también que le construyamos contenido a una ética de la vida, para que vivan sobre todo aquellos que se les ha negado el derecho a vivir plenamente con decencia y dignidad.


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