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martes, 25 de marzo de 2008

La "Nueva Derecha" en El Salvador

EL DEBATE DE IDEAS SE IMPONE
(¿Qué hay detrás de una pretendida “Nueva Derecha” en El Salvador?)

“Cuando la humanidad creyó que su destino
era la libertad, en la entrada de los campos
de esclavitud y extermino nazis, fueron escritas
con diabólica adulteración, las siguientes palabras:
el trabajo libera”

N. Bobbio

Oscar A. Fernández O.
F
rente a lo que parece ser un intento (no estoy seguro si pragmáticamente coherente) de crear una nueva visión para el continuismo de la camarilla “arenera” en el poder, cuando ya parecen irremediablemente agotados los discursos de pacotilla, populistas in extremis y mediáticos, para vender la idea del supuesto éxito del modelo neoliberal cuya realidad demuestra todo lo contrario, en boca del nuevo candidato derechista se han colocado palabras como nueva derecha y valores, buscando que éstas basten por sí mismas para generar nuevos encantos.
Sin embargo, considero importante, al margen de sí los “nuevos areneros” saben o no de que están hablando, destacar que se nos presenta una oportunidad sin precedentes de plantear un debate profundo de ideas bien concebidas y planteadas, que deberán servir para que además de educar políticamente a nuestro pueblo, se establezca más claramente la diferencia entre izquierda y derecha, que según varios “pensadores de pacotilla” ya no tiene ningún valor pues hemos arribado al “fin de la historia”. Hoy más que nunca, la diferencia entre izquierdas y derechas en El Salvador, se pone de manifiesto no sólo en sus principios y visión del mundo, sino en sus programas de cómo y con qué gobernarán para construir un país civilizado que dé oportunidades a todos de vivir dignamente, sin utopías exageradas ni valores hiper-moralistas histéricos. Por eso es necesario establecer la diferencia, ya que en ella estará sentada la decisión del pueblo.
La derrota del fascismo en 1945 supuso el descrédito sin paliativos de esa ideología e implicó la desaparición del clima socio-político que había favorecido el surgimiento de movimientos de ultra-nacionalismo racista en todo el continente europeo.
Un rasgo sobresaliente de aquellos movimientos fascistas triunfantes, que cualquier nacional-revolucionario estaba dispuesto a imitar, era su capacidad para constituir una fuerza política novedosa que combinaba cuatro elementos fundamentales: tanto el Fascismo como el Nazismo eran al mismo tiempo un partido electoral, una organización para-militar, un movimiento de masas y un vigoroso discurso, cuya clave se encontraba en el líder carismático, Mesías de la regeneración nacional. El ambiente de posguerra no resultaba, sin embargo, nada benigno para una tal combinación: las organizaciones fascistas y nacional-socialistas fueron declaradas ilegales tanto en Italia como en Alemania, mientras que las poblaciones estaban agotadas por los desastres de la guerra. El resultado fue la fragmentación, la clandestinidad y el terrorismo, y el surgimiento de una producción ideológica relativamente autónoma e indirectamente vinculada con los grupúsculos y cuerpos paramilitares que se reclamaban herederos de los fascismos históricos. Los teóricos del fascismo –o al menos, su sector más flexible e inteligente- se vieron obligados a adaptarse a las nuevas circunstancias, y tomaron una doble vía estratégica: la internacionalización y la meta-politización.
La Nueva Derecha en Francia, de Alain de Benoist y sus seguidores adoptan, desde el principio, la teoría gramsciana del poder cultural en cuanto territorio en el que se desarrollan las luchas políticas fundamentales, al tiempo que tratan de superar el nacionalismo estrecho de sus orígenes en el sentido de un nacionalismo europeísta de nuevo cuño.
Es, en efecto, a comienzos de los años 60 cuando algunos intelectuales y activistas de la extrema derecha francesa devienen conscientes del fracaso de su proyecto político. El fracaso es, en primer lugar, ideológico o doctrinal: la extrema derecha de posguerra no parece capaz de ofrecer novedad alguna en el terreno de las ideas. A esta situación de crisis se trata de responder por medio de la autocrítica y a través de un cambio radical en los proyectos y tácticas políticas. Establecen a finales de 1962 los que habrán de ser principios básicos de esta transformación: “Una nueva elaboración doctrinal del nacionalismo y el intenso combate de las ideas y la astucia más que la fuerza”. Toda la estrategia de lo que en la segunda mitad de los años 70 se conocerá por Nueva Derecha se haya ya recogida en esta escueta propuesta.
En su sentido más estricto, por Nueva Derecha habrá que entender, pues, el conjunto de enfoques (con Alain de Benoist al frente), de pequeños círculos culturales, de revistas y de empresas editoriales que se encuentran directamente vinculados a grupos de poder económicos, y a los textos producidos a lo largo de más de 20 años por esta sociedad de pensamiento de “vocación puramente intelectual”, según sus propios promotores.
La ND, siguiendo las directrices establecidas por los clásicos, que no estoy seguro que conozcan los ideólogos del candidato arenero, se debería dedicar, por consiguiente, a la lucha en el campo cultural o meta-político, tratando –conforme a su punto de vista- de promover la regeneración del sistema de dominación, afianzando el aparato estatal y a las elites económicas con quién hoy por hoy parece estar distanciado, pero, sobre todo, mediante la sustitución de la hegemonía ideológica y cultural de la izquierda que gana terreno, por la de un pensamiento derechista renovado y radicalizado. Curiosamente, en toda esta visión habrá contribuido sin quererlo la obra de un pensador y político de su bando enemigo: el camarada Antonio Gramsci.
De Gramsci procede precisamente el concepto de hegemonía ideológica. Un Estado, afirmaba el comunista sardo, no puede mantener su hegemonía en una sociedad compleja, diferenciada y dinámica por la simple coerción; más bien al contrario, aquél refuerza su hegemonía en la sociedad civil en tanto en cuanto en ella se generan los refuerzos de su legitimación; es decir, en la sociedad civil se producen los consensos sociales, se promueve la educación de masas y se forma una verdadera voluntad colectiva. De ahí que el programa de emancipación comunista en este tipo de sociedades deba centrarse en una lucha por fundar una hegemonía alternativa a través de lo que Gramsci llama “guerra de posición”, y que no consiste sino en una estrategia específica dirigida principalmente a la ocupación progresiva y gradual de la sociedad civil. (Marcos Roittman. La Nueva Derecha y el Fascismo. Rebelión)
Los verdaderos teóricos neo-derechistas se sirven del discurso gramsciano para combatir la que, en su opinión, es la ideología dominante del momento, la ideología de izquierdas, o mejor: la cultura igualitaria, que ha penetrado en todos y cada uno de los poros del medio social. Se trata de una lectura a todas luces perversa del texto gramsciano: lo que en Gramsci era el objetivo de un proceso de constitución de un sujeto político colectivo en pugna por su emancipación (lo que, empleando un término de Paulo Freire, podríamos llamar concienciación) se convierte en los teóricos de la Nueva Derecha en un simple recurso táctico tendente a la apropiación de los aparatos ideológicos en tanto que productores de los “mitos sociales culturales”.
Los principales contenidos teóricos de la N. D. van tomando su forma característica entre los años 1968 y 1978. Ya desde su origen, el pensamiento neo-derechista francés se presenta como un “cuerpo doctrinal de terrible coherencia” dotado de una ontología y animado, por un proyecto meta-político que otorga cohesión a todos estos elementos: la reagrupación de las ideas fascistas o, lo que es lo mismo, el restablecimiento del orden de valores y de funciones tal como existían en el mundo pagano. La ND de los noventa se define a sí misma, en palabras de Charles Champentier, como comunitaria, radical-democrática y pagana.
Pues bien, si como hemos señalado más arriba el eje de coordenadas de la renovación neofascista estaba constituido por la reagrupación doctrinal y la meta-politización (entendida ésta como un desplazamiento desde lo propiamente político hacia el terreno cultural) de los discursos y la acción política, no es difícil reparar en las oportunidades de difusión y penetración ideológica que en un medio como el nuestro podía ofrecer a un sector notablemente afectado por la fragmentación y condenado, hasta hace muy poco tiempo, a evolucionar al margen de la política.
De ahora en adelante, la campaña de Rodrigo Ávila se convertirá en un medio de propagación de “ideologemas” o especies de “spot publicitarios” sin contexto debidamente mutados de una nueva (extrema) derecha que pugna por su continuidad en la arena política y además se puede convertir en un medio (por lo rápido, veloz y envolvente de las comunicaciones) para permitir el reclutamiento de grupúsculos fascistas aislados, que se sentirán tocados por estos cantos de las “nuevas sirenas”. La Propaganda de ARENA se convierte así en un apoyo fundamental en la construcción de lo que, sin exageración, podría considerarse un movimiento neofascista, y, al propio tiempo, en una metáfora mediática privilegiada de la estructura fundamental que la extrema derecha adopta para defender su modelo económico. ¿Sabrá Rodrigo Ávila de que está hablando? ¿Debemos esperar más propaganda e ideología que planteamientos políticos serios?

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