Usualmente negrillas y subrayados son nuestros.

jueves, 27 de septiembre de 2012

El Comandante Iván


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Recibido por correo electrónico. Lo publicamos en memoria del respetado compañero de lucha política y universitaria.
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De: "Jose Ramirez"
ramirezblue@gmail.com

En Memoria a José Luis Quan
El comandante Iván

José Luis Quan (Chinito), falleció este día miércoles 26 de septiembre, en horas de la mañana, por causas naturales, el velorio será en los Funerales Modernos en San Salvador.

José Luis Quan nació en Zacatecoluca el 20 de julio de 1946. Licenciado en filosofía, graduado del curso de Altos Estudios Estratégicos, en el Colegio de Altos Estudios Estratégicos el Ministerio de Defensa (1993).

Fue profesor de la Universidad de El Salvador (UES) (1970-1989). Se incorporó al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), a la lucha clandestina y armada en agosto de 1972, posteriormente se separó del grupo y fundó con otros compañeros la Resistencia Nacional (RN), de la cual integró la Comisión Política desde de 1984.

Misiones políticas a las que estuvo ligado: la organización y la formación política del movimiento de maestros de secundaria y universitarios, del movimiento obrero industrial con el Frente de Acción Popular Unificada (FAPU) (1981-1983).

En el escenario militar sus misiones fueron: organizar la milicia urbana popular en San Salvador (1977-1980) y responsable político militar en la construcción del frente de guerra del departamento de Cabañas (1984-1988). Miembro fundador del partido político Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional y de su Consejo Nacional (1992-1994), vicepresidente de la Asociación Salvadoreña para la Paz y Democracia (ASPAD) (1993-1995). Miembro fundador de la Fundación 16 de Enero (F-16) (1992).

Director del Distrito No.1 de la ciudad de San Salvador en la Administración del alcalde Héctor Silva (1988-1991), fue par evaluador de la Dirección de Educación Superior del Ministerio de Educación (1997-2002). Secretario de la Asociación de Científicos Sociales Salvadoreños (2000-2003). Miembro de la coordinadora del movimiento cívico político Iniciativa Ciudadana por El Salvador (2000-2004). Miembro del Foro de Intelectuales de El Salvador (2008-2012). Autor de los libros, Transición métodos y democracia partidista (1994) y El día menos pensado (1996).
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martes, 25 de septiembre de 2012

El concepto de gobernabilidad

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Las negrillas, sangrías, separación de algunos párrafos y publicación por partes se realiza para efectos de estudio.
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CRÍTICA AL IDEAL CAPITALISTA DE GOBERNABILIDAD.

Oscar A. Fernández O.
Columnista de Contrapunto

"El hambre, inseparable compañera de los pobres, es hija de la desigual distribución de las riquezas y de las injusticias de este mundo. Los ricos no conocen el hambre”. Fidel Castro, Cumbre de la FAO, Roma, 2006.

El concepto de gobernabilidad

El concepto de gobernabilidad, con una historia reciente en el escenario de las Ciencias Sociales, ha estado signado desde sus inicios, por una indeleble impronta conservadora, que se consigna en la actualidad política y en el discurso público.

La gobernabilidad o gobernanza (de la acepción inglesa governance), entendida como visión de política estable, trasladada totalmente al crecimiento económico, nos alerta acerca de los planteamientos conservadores e institucionalistas, que predominan en los enfoques politológicos del siglo XXI. No obstante, intentaremos replantear este concepto a la luz de una visión más crítica.

En la encrucijada del cambio global, los Estados del siglo XXI, se encuentran frente a las exigencias de la economía internacional y las demandas del capital en constante movimiento por los mercados, que requieren de un apropiado diseño institucional en cada país, lo que ha determinado un concepto institucional de gobernabilidad, matizado por la interacción entre gobernantes y gobernados, entre capacidades de gobierno y demandas políticas, incluyéndose necesariamente la adjetivización del “Buen Gobierno” (Nohlen, D.)

En estos tiempos de democracia capitalista y derechas en el poder, se pone el acento en lo democrático de los gobiernos, pero rara vez nos detenemos en el análisis de la cuantía de la democracia que se instala, y menos en la gobernabilidad, que desde hace un par de décadas se establece como la única dentro de la región. Hoy pretendemos presentar una mirada crítica de la hegemónica condición democrática que se desenvuelve, protegida y amparada por las fuerzas de la globalización capitalista y los organismos financieros internacionales. Debemos generar una apertura, examen y problematización acerca de la democracia en el siglo XXI, y los nuevos modelos contra-hegemónicos de gobernabilidad, que van dibujándose en la arquitectura regional latinoamericana. (Barberán:2011).

La gobernabilidad es la utopía capitalista de la democracia en América Latina. Se sos­tiene en la limitada idea de una democracia representativa, con base en un sistema de partidos políticos que gestiona el poder de un Estado formalmente constitucionalista burgués. La imagen de un achicamiento de funciones del Estado sirvió para minimizar la efectiva concentración elitista en decisiones políticas y así sustituir la democracia conquistada por las luchas populares a las dictaduras terroristas militares, por asesoramiento de profesionales,vendedores del modelo “democrático” diseñado en Washington por los organismos financieros y políticos de la globalización económica capitalista, las burguesías nacionales y la llamada clase política (sic!), concepto explícitamente subordinado de la teoría política de las élites (Boaventura Santos: 2004).

Desde el pensamiento liberal y neoconservador, la gobernabilidad estaría asegurada en tanto los gobiernos puedan mantener la legitimidad, la eficiencia de su gestión y promover el crecimiento económico, logrando con ello la estabilidad de la política, la economía y el orden social impuesto por el Estado y los poderes facticos económicos que lo sostienen.

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viernes, 14 de septiembre de 2012

Repensar el Estado

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Las negrillas, sangrías, separación de algunos párrafos y la letra grande del epígrafe son para efectos de estudio.
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REPENSAR EL ESTADO Y CONSTRUIR LA DEMOCRACIA AUTENTICA.
Oscar A. Fernández O.

«Que ningún ciudadano sea suficientemente opulento como para comprar a otro, ni ninguno tan pobre como para ser obligado a venderse». J. J. Rousseau  «El Contrato Social»

Es una necesidad histórica, por la crisis que expresa el régimen político salvadoreño, reflexionar científica y políticamente sobre este aspecto fundamental como lo es la cimentación del Estado en el contexto del neoliberalismo, que a través de las estrategias de ajuste estructural y mundialización de la economía, fue limitado en su naturaleza social, en su capacidad administradora de los intereses ciudadanos y en su soberanía, convirtiendo la democracia en un procedimiento formal que no abarca la garantía del bienestar humano, resultando en mero tramitador de los intereses de una exclusiva oligarquía económica transnacionalizada.
En este mismo sentido, la democracia se ha prestado a mucha confusión en el lenguaje político moderno, la variedad de definiciones (algunas de ellas a conveniencia de quienes dirigen el poder) provoca que se entienda y funcione de manera infortunada, pero para la explicación científica de lo político y la política, es fundamental, como el cuerpo humano para la medicina, o como la materia y la energía para la física. Saber, lo más objetivamente posible, su definición y sobretodo su funcionamiento en forma maximalista, nos llevará a entender sus posibilidades y límites. El ideal democrático, sostiene Sartori, no es totalmente la realidad democrática, ni la demostración real es totalmente ideal.
Hoy en día, parece ser que el concepto de democracia cada vez expresa menos. Para muchos no deja de ser solo una palabra, una expresión y un término que de vagar de boca en boca, se ha quedado afónico o simplemente es irreconocible, confuso. Al ciudadano común, de tanto percibir el uso y el abuso de la frase “democracia” en distintas arengas y visiones, a veces no le permite con claridad identificar políticamente a quién la utiliza, otras veces es empleada como un recurso demagógico para capturar la atención de las personas o para camuflar posturas ideológicas, que lejos de favorecer la participación del pueblo, limitan o condicionan esa posibilidad, conservando su ejercicio exclusivamente a los grupos de poder.
 
Una de las primeras reflexiones serias sobre la crisis de la democracia parlamentaria  decisionista yrepresentativa, es el texto de Kelsen Esencia y valor de la democracia, escrito al término de la primera guerra mundial, en un momento en que muchos europeos volvían a pensar que democracia puede decirse de varias maneras y que tal vez haya otras formas de democracia mejores que la que se conoce con el nombre de democracia liberal.
En ese texto se plantea ya la siguiente idea: salvar la democracia moderna obliga a profundizar la democracia representativa, o indirecta, realmente existente, en un sentido participativo.
 
De ahí propuestas como la del referéndum constitucional, el referéndum legislativo y la iniciativa popular, son medidas frecuentemente replanteadas desde entonces y discutidas casi siempre que se reproduce en nuestras sociedades el “malestar democrático”.

La crítica de Carl Schmitt al liberalismo, podría resumirse en un único concepto:decisionismo. En su visión, decisionismo significaba lo opuesto al pensamiento normativista y a una concepción de la política basada en el ideal de la discusión racional.

Como doctrina legal, el decisionismo sostiene que en circunstancias críticas la realización del derecho depende de una decisión política vacía de contenido normativo. Desde una perspectiva ético-política, sin embargo, la esencia del decisionismo no implica la ausencia de valores y normas en la vida política, sino la convicción de que éstos no pueden ser seleccionados por medio de un proceso de deliberación racional entre visiones alternativas del mundo. Valores y normas deben serinterpretados y decididos por quien detenta el poder. En su dimensión filosófica, el decisionismo de Schmitt es una reacción contra los principios de la crítica heredados del iluminismo.
 
En la era de la globalización capitalista, la interdependencia económica, la ampliación del “libre mercado” y los nuevos valores y estándares del “orden” mundial”, parece normal concebir al Estado y al gobierno sin ningún peso frente a la acción de los poderosos actores privados, los cuales han adquirido de manera exponencial, un peso desproporcionado en los últimos treinta años. Aquél ser humano que sedefiniera como el “animal político” es hoy el “animal económico”, al mismo tiempo que, toda cuestión política es vista como técnica. El aplastante peso del mercado global aparentemente marca el fin de las ideologías, donde un liberalismo “remozado” y su concepto de sociedad civil, trajeron el “fin de la historia” o como dicen algunos teóricos y políticos esotéricos e indescifrables: el más allá de izquierdas y derechas.
Marx por su parte, concibe a toda forma de Estado no democrático y no representativo de los reales intereses populares, como una enajenación de la justicia y de la verdadera libertad, como una negación sustancial de los intereses que debe representar y, por tanto, como una antítesis de la real y verdadera democracia. En tanto, poder para la mayoría y por la mayoría, dirigido esencialmente a satisfacer sus necesidades materiales y psíquicas, deviene en la máxima manifestación de la democracia, ya que se plantea como esencialidad de su accionar, luchar por la igualdad social, eliminar las diferencias de clases y del propio Estado y, el logro supremo de la desalienación del ser humano.
Mientras, el pensamiento capitalista neoliberal postula que las potencias creadoras del ser humano se realizan mediante la irrestricta libertad de acción del individuo, el pensamiento democrático participativo, entendido desde el punto de vista dialéctico histórico, apunta que tales potencias se generan en el seno del colectivo democrático. Este ve en el ser humano las posibilidades de una relación, no solamente de conflicto, sino también de cooperación y solidaridad, en un colectivo cuya adición de uno más uno es más que dos. El primero, en cambio, se inclina por el individualismo y la atomización del ser humano, como una especie de big-bang en un universo formado sólo por individuos, cuya única relación entre sí se da en el espacio del mercado competitivo. (Max Larraín).

El neoliberalismo ve con irrefutable horror, la posibilidad de que en una democracia participativa sea la voluntad de las mayorías la que decida sobre las minorías, algo que para un demócrata verdadero, constituye la esencia misma de la democracia. Para la ideología neoliberal el principio del gobierno de las mayorías, con respeto a las minorías, no es eficaz. No es funcional con el objetivo de concentración del poder económico -poder sobre los poderes en la sociedad posmoderna- en manos de elites transnacionalizadas.

La historia también demuestra, que la democracia capitalista ha servido como un mecanismo para legitimar el poder oligárquico económico, que además engendró al fascismo, una ideología autoritaria aún presente en la extrema derecha salvadoreña, que se expresa en la reorganización de la oligarquía para su lucha contra los cambios democráticos, la cual pretende hacernos retroceder al Estado de excepción, como resultado de su crisis orgánica. El fascismo, aparece entonces como una forma históricamente determinada, a partir de la cual, una oligarquía acorralada por sus contrarios, reorganiza su hegemonía sobre las demás clases de la sociedad e impone  nuevas condiciones de dominación (Gramsci: 1926).

A partir de los fundamentos teóricos, se argumenta que la democracia supone una idea del ser humano y de la construcción de ciudadanía; es una forma de organización del poder que implica la existencia y buen funcionamiento del Estado; implica una ciudadanía integral, esto es, el pleno reconocimiento de la ciudadanía política, la ciudadanía civil y la ciudadanía social. Es una experiencia histórica particular en la región (A.L.), que debe ser entendida y evaluada en su especificidad;tiene en el régimen electoral un elemento fundamental, pero no se reduce a las elecciones (PNUD: 2004).

Con Estados débiles y mínimos como el nuestro, sólo puede aspirarse a conservar democracias electorales. La democracia de  todos los ciudadanos, requiere de una estatalidad que asegure la universalidad de los derechos y el cumplimiento por igual de los deberes. Repensar el Estado en un contexto de desmontaje del neoliberalismo, es tener la visión de un cambio fundamental, que supere tanto la lógica neoliberal como la neo-institucional, en el sentido de que los problemas de nuestras sociedades, no son esencialmente orgánicos
o de la corrupción supuestamente consustancial al aparato público (se ha demostrado muchas  veces que hay aún más corrupción en las grandes empresas privadas)
El asunto del Estado en El Salvador, es promovido desde ésta visión reaccionaria por el discurso de la derecha recalcitrante, representada por ANEP y su partido ARENA, con el propósito de desacreditar a un gobierno que hoy no conducen, reduciendo el problema del Estado a una cuestión de instituciones y administración.

El verdadero problema es en realidad, cómo impulsar un nuevo sistema de desarrollo integral, que garantice permanencia en el tiempo, promueva la conciencia política y la participación de los ciudadanos y sea inclusivo, para lo cual se requiere re-conceptualizar y rediseñar el Estado, replantearnos la problemática del poder y radicalizar el proceso democrático hacia su máxima expresión, ya que ésta se construye y fortalece permanentemente, pues lo mejor para la democracia es más democracia.
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Principios políticos, dinero y vanidad

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Excelente artículo que retrata cómo personas que lograron que sus principios sobrevivieran balazos de plomo durante dictaduras militares, los hacen morir, se suicidan, con balazos de dinero y vanidad. CE.
 
Tomado de:
 
http://mujeresporlademocracia.blogspot.mx/2012/09/como-derechizar-un-izquierdista.html

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Las negrillas, sangrías, subrayados y separación de algunos párrafos se hacen pra efectos de estudio.

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Cómo derechizar a un izquierdista

insurgente.org

Ser de izquierda es, desde que esa clasificación surgió con la Revolución Francesa, optar por los pobres, indignarse ante la exclusión social,

inconformarse con toda forma de injusticia
o, como decía Bobbio, considerar una aberración la desigualdad social.

Ser de derechas es tolerar injusticias, considerar los imperativos del mercado por encima de los derechos humanos, encarar la pobreza como tacha incurable, creer que existen personas y pueblos intrínsecamente superiores a los demás.
 
Ser izquierdista -patología diagnosticada por Lenin como ‘enfermedad infantil del comunismo’- es quedar enfrentado al poder burgués hasta llegar a formar parte del mismo. El izquierdista es un fundamentalista en su propia causa. Encarna todos los esquemas religiosos propios de los fundamentalistas de la fe. Se llena la boca con dogmas y venera a un líder. Si el líder estornuda, él aplaude; si llora, él se entristece; si cambia de opinión, él rápidamente analiza la coyuntura para tratar de demostrar que en la actual correlación de fuerzas…
El izquierdista adora las categorías académicas de la izquierda, pero se iguala al general Figueiredo en un punto: no soporta el tufo del pueblo.


Para él, pueblo es ese sustantivo abstracto que sólo le parece concreto a la hora de acumular votos.
Entonces el izquierdista se acerca a los pobres,
no porque le preocupe su situación sino con el único propósito de acarrear votos para sí o/y para su camarilla.
Pasadas las elecciones, adiós que te vi y ¡hasta la contienda siguiente!

Como el izquierdista no tiene principios, sino intereses, nada hay más fácil que derechizarlo. Dele un buen empleo. Pero que no sea trabajo, eso que obliga al común de los mortales a ganar el pan con sangre, sudor y lágrimas. Tiene que ser uno de esos empleos donde pagan buen salario y otorgan más derechos que deberes exigen. Sobre todo si se trata del ámbito público. Aunque podría ser también en la iniciativa privada. Lo importante es que el izquierdista sienta que le corresponde un significativo aumento de su bolsa particular.

Así sucede cuando es elegido o nombrado para una función pública o asume un cargo de jefe en una empresa particular. De inmediato baja la guardia.
No hace autocrítica. Sencillamente el olor del dinero, combinado con la función del poder,
produce la irresistible alquimia capaz de hacer torcer el brazo al más retórico de los revolucionarios.

Buen salario, funciones de jefe, regalías, he ahí los ingredientes capaces de embriagar a un izquierdista en su itinerario rumbo a la derecha vergonzante, la que actúa como tal pero sin asumirla.
Después el izquierdista cambia de amistades y de caprichos.
Cambia el aguardiente por el vino importado, la cerveza por el güisqui escocés, el apartamento por el condominio cerrado, las rondas en el bar por las recepciones y las fiestas suntuosas.

Si lo busca un compañero de los viejos tiempos, despista, no atiende, delega el caso en la secretaria, y con disimulo se queja del ‘molestón’. Ahora todos sus pasos se mueven, con quirúrgica precisión, por la senda hacia el poder.
Le encanta alternar con gente importante: empresarios, riquillos, latifundistas.
Se hace querer con regalos y obsequios. Su mayor desgracia sería volver a lo que era, desprovisto de halagos y carantoñas, ciudadano común en lucha por la sobrevivencia.

¡Adiós ideales, utopías, sueños! Viva el pragmatismo, la política de resultados, la connivencia, las triquiñuelas realizadas con mano experta (aunque sobre la marcha sucedan percances. En este caso el izquierdista cuenta con la rápida ayuda de sus pares: el silencio obsequioso, el hacer como que no sucedió nada, hoy por ti, mañana por mí…).

Me acordé de esta caracterización porque, hace unos días, encontré en una reunión a un antiguo compañero de los movimientos populares, cómplice en la lucha contra la dictadura.
Me preguntó si yo todavía andaba con esa ‘gente de la periferia’.
Y pontificó: “Qué estupidez que te hayas salido del gobierno. Allí hubieras podido hacer más por ese pueblo”.
Me dieron ganas de reír delante de dicho compañero que, antes, hubiera hecho al Che Guevara sentirse un pequeño burgués, de tan grande como era su fervor revolucionario.

Me contuve para no ser indelicado con dicho ridículo personaje, de cabellos engominados, traje fino, zapatos como para calzar ángeles.
Sólo le respondí: “Me volví reaccionario, fiel a mis antiguos principios. Prefiero correr el riesgo de equivocarme con los pobres que tener la pretensión de acertar sin ellos”.

Fuente:
http://www.insurgente.org/index.php/articulos/item/1525-c%C3%B3mo-derechizar-a-un-izquierdista
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domingo, 2 de septiembre de 2012

Democracia y Seguridad Pública

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Las negrillas, sangrías y separación de algunos párrafos son nuestros para efectos de estudio.
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PROFUNDIZAR LA DEMOCRACIA Y REPENSAR LA SEGURIDAD PÚBLICA

La guerra de todos contra todos es el pilar fundamental
de la sociedad capitalista.
Alan Woods.

Oscar A. Fernández O.


La crisis en materia de seguridad pública representa uno de los desafíos más importantes a enfrentar por las democracias latinoamericanas, en tanto pone en cuestión la validez y legitimación de las instancias estatales como instrumentos de resolución de conflictos y consecuentemente la legitimidad de la institucionalidad democrática. El dramático aumento de la criminalidad y la violencia coincide con pírrico avance hacia la democracia capitalista, que ha cruzado la región durante los últimos 25 años. Y aquí es importante lo que analistas han venido señalando con insistencia: mientras que las democracias más consolidadas se basan en un pacto social orientado a generar bases, tanto para el aumento económico, como para la implantación y sostén de un escenario social de prosperidad, esta articulación ha estado ausente en la mayoría de los países latinoamericanos.

La intervención policial-militar frente al hecho delictivo, sigue ocupando el lugar central de las propuestas gubernamentales. Las variantes se limitan a proponer diferentes métodos en el uso de la fuerza –más o menos intenso- y permanecen en la lógica de gerenciar el poder coercitivo. Por tanto, el pensamiento del Estado clásico se restringe a una sola dimensión del problema, es una visión plana de la realidad. Vista desde un ángulo lógico, en esta simplificación tiene sentido la discusión maniquea entre “mano dura” y “garantismo”, tal suelen plantearla las concepciones conservadoras en el Estado, que defienden la vuelta al Régimen Policial del siglo XIX. Si se piensa la seguridad como la demanda de un orden fáctico (Establishment!), lo único que resta acordar es la intensidad en la que se debe imponer dicho orden.

Por el contrario, en nuestra región las transiciones a la democracia se produjeron junto con un incremento trágico de la pobreza y el desempleo (o el empleo precario) y una profundización de la inequidad social y la marginación. Esto parece una insistencia fastidiosa, pero la realidad actual todavía nos confirma que poco o nada se hace para cambiarla efectivamente.

El mundo discute hoy, más que nunca, sobre el significado de la seguridad y acerca de las políticas que pueden hacer un ámbito con sociedades más seguras, incluyendo los factores que causan inquietud, temor e inseguridad a la gente y a los países.

Considerar las diferentes violencias urbanas como abuso de poder nos permite, quizá, tener una mirada diferente de los protagonistas de la inseguridad urbana, y de las políticas de seguridad en la ciudad. El riesgo que se pone en juego cuando se habla de seguridad, es que se pueda confundir la democracia con sentimientos de peligro, de miedo y de urgencia.

Es necesario, substituir el punto de vista clásico para pensar en la seguridad de los ciudadanos y rechazar la lógica con la cual ha sido comprendida hasta el momento por amplios sectores. Un análisis del problema de la violencia delictiva e institucional desde la óptica de los derechos demanda el reconocimiento de que estas no sólo afectan el derecho de los ciudadanos a la no interferencia, sino que también involucran cuestiones básicas de la convivencia social y de la confianza de los ciudadanos en las instituciones. Es preciso que los objetivos y las propuestas sean consistentes con esta descripción y no la restrinjan a una mera declaración de principios. (Claudia Laub, Argentina)

El viraje en el enfoque de estas políticas de Estado, debería suponer la construcción de un liderazgo político eficiente sobre la seguridad pública y, muy particularmente, sobre las policías, y, al mismo tiempo, debería conllevar un profundo cambio en las formas tradicionales de funcionamiento y organización del sistema policial, especialmente, en lo referido al desempeño de sus labores preventivas e investigativas, así como estructurar instancias dinámicas de prevención social de la violencia y del delito
y de participación comunitaria en asuntos de la seguridad
en el marco de un proceso de descentralización del gobierno de la seguridad en el plano local, buscando lograr mayores niveles de eficiencia en el desempeño de la Justicia criminal y en la administración del sistema de ejecución penal (Marcelo Saín: 2008)

Una visión responsable, debe de tomar en consideración el proceso previo al aumento de la violencia en general y el delito en particular, además, de la forma en que cada uno de estos fenómenos afecta a distintos sectores sociales. Como ya hemos insistido, la separación de nuestra sociedad en grupos antagónicos y tremendamente desiguales, producto de una inmensa fractura entre incluidos y excluidos, no logra acabar con el anhelo de una sociedad más igualitaria que desigual.

Esta oportunidad, sumada a la centralidad que se le asigna en la discusión de la seguridad pública, exige puntos de vistas consistentes sobre la dificultad del problema. Es decir, implica comprometerse con la responsabilidad de actuar desde la noción de que las políticas públicas deben perseguir un efecto compensatorio de las desigualdades generadas por el sistema capitalista. No se trata solo de considerar las condiciones de exclusión económica, social y cultural para implementar políticas que “focalizan” la pobreza, fomentando su estigmatización y ocultando en la sombra la mayor parte de la realidad.

Implica además, tomar en cuenta las características de la interacción social y los vínculos entre los ciudadanos y las instituciones.
Esta visión exige la intervención rápida y contundente sobre los sectores delictivos más protegidos por su relación con el Estado y otros poderes de facto, que gozan de impunidad y presentan mayores dificultades para llevarlos ante la justicia para que sean sancionados.

Tal pensamiento, nos obligará a trasladar a las propuestas, la complejidad asumida en la descripción de los problemas y en el concepto de ciudadanía efectiva involucrado.
 Así, será de obligada prioridad, otorgar un lugar central a las políticas sociales, a las políticas institucionales y al desarrollo de acciones en materia de seguridad que no reproduzcan la exclusión y la estigmatización social. Desde este horizonte más amplio quedará claro que la seguridad pública cuyo único destinatario es el ciudadano, es en sí misma una forma de fortalecer sus garantías y no un límite de ellas. Que el respeto a los derechos es una condición de eficacia de estas políticas y no un obstáculo para que alcance su objetivo.

Finalmente, hay que reflexionar que un concepto de seguridad pública acorde con un juicio amplio sobre ciudadanía efectiva, no puede remitirse sólo ni fundamentalmente al derecho a la no interferencia, sino también a garantizar determinadas condiciones básicas para el ejercicio de los derechos individuales y colectivos.

Hoy más que nunca, la seguridad pública se legitima como un derecho cardinal. Los organismos policiales que respetan los derechos y las garantías, consiguen con ello promover los objetivos mismos de la aplicación de la ley y establecer al mismo tiempo una estructura de aplicación de la ley que no se basa en el miedo y en el poder, sino en el honor, la profesionalidad y la legalidad. Estamos hablando de seguridad de las personas y no de la seguridad del Estado, pues el Estado no está por encima de los ciudadanos que lo fundan.

Hasta ahora, la perspectiva dominante nos limita a una estrecha visión institucional que remite al crecimiento del delito y, como respuesta más jueces, más cárceles, más policías, militarización de la seguridad y en el otro extremo, menos derechos. Pero resulta que, este crecimiento del delito en una ciudad, no se calcula de la misma forma que el incremento de la impresión de inseguridad. Generalmente se asocia a los jóvenes y a los comportamientos agresivos. El terrorismo de Estado justificó sus acciones en nombre de la seguridad, y en Latinoamérica fueron los jóvenes sus principales víctimas. (Laub)

También debemos entender que, como producto de aquella larga historia de dictaduras brutales, el papel que la policía como institución hasta ahora continua representando frente a la sociedad, es una relación signada por el autoritarismo y el abuso de poder, en la medida en que, para la población, la Policía es más un símbolo de represión que un referente de garantía de derechos.

Por lo tanto, no se trata de reavivar viejas presunciones reaccionarias de que inmiscuyendo a las fuerzas militares se zanjará el problema, pues lejos de ello, la violación de derechos y el número de víctimas se incrementará, como se ha demostrado en ocasiones anteriores. Seguridad e inseguridad urbana, no es un problema de “guerra”, pues éstas se comprenden y explican a través del significado y las consecuencias que los procesos de exclusión y segregación social traen aparejados. Este es el punto de partida para la creación de mecanismos y estrategias de superación.

No hay posibilidad de plantear el problema de la seguridad en términos democráticos, si no se reconoce la existencia del conflicto social como parte de la dinámica de los grupos humanos. En función del proceso social, se deber relacionar el problema de la seguridad con la teoría del abuso de poder, y considerar que las demandas de seguridad constituyen llamados al cese de alguna forma de abuso de poder.

Este es el punto de partida de nuestra reflexión hoy, sabemos de lo que estamos hablando cuando enunciamos “Seguridad Pública”. Cuando nos dedicamos a abordar este tema, complejo y complicado a la vez, debemos comprender dos aspectos relevantes: en primer lugar, la Seguridad Pública es responsabilidad de profesionales y no de improvisados. 

En segundo lugar, la inseguridad no es solamente un problema de criminalidad. Los instrumentos jurídicos y subsistemas penales, no son los únicos que deben ocuparse del problema. La inseguridad que sienten los ciudadanos en su vida cotidiana es consecuencia, sobre todo, de un abandono social. Los ciudadanos se sienten desamparados por sus instituciones, por el personal policial, por su vecindario, por su familia. La sensación de desabrigo se incrementa por la incertidumbre laboral, las malas condiciones habitacionales, el barrio sin servicios públicos adecuados, las malas condiciones sanitarias, el aumento de enfermedades, de suicidios, de adicciones y la violencia en todas sus formas, ponen de manifiesto este estado de agobio.

El problema de la violencia social, la criminalidad organizada en los altos niveles de decisión nacional y la criminalidad callejera como su efecto inmediato, son problemas complejos que requieren soluciones diferenciadas igualmente complejas, no de soluciones populistas y grandilocuentes. Lo hemos reiterado en anteriores análisis de la problemática.

La seguridad es una construcción social y cultural, por ende, relativa y sujeta a los distintos actores sociales y el progreso de los pueblos. Esta exigencia y condición necesarias, representa hoy un desafío característico en la gestión pública y la responsabilidad de los gobiernos que van por la democracia efectiva y constituye, a la vez, uno de los iconos de la crisis en la sociedad posmoderna, consideración que surge desde la perspectiva sociológica de la sociedad del riesgo, característica del consumismo mercantilista y de un enfoque fundado en la seguridad de los seres humanos.

Entonces, luchar contra la inseguridad es manifestar la voluntad de poner fin a este desamparo de la gente; es pensar que todos los ciudadanos de una misma sociedad, de una misma ciudad, de un mismo país, pueden tener los mismos derechos y deberes, y tener acceso al bien común que representa la seguridad.
Es romper de raíz con el modelo neoliberal rampante y construir un modelo social propio, fundado en una nueva noción del progreso humano equitativo.*