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Las negrillas y separación de algunos párrafos son para efectos de estudio.
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LA ANTIPOLÍTICA Y EL NEOINSTITUCIONALISMO OLIGÁRQUICO
Epístola a los “Peregrinos”…
Oscar A. Fernández O.
Estaba
claro, para Gramsci que la clase dirigente refuerza su poder material con
formas muy diversas de dominación cultural e institucional, mucho más efectivas
– que la coerción o el recurso de medidas expeditas-, en la tarea de definir y
programar el cambio social exigido por los grupos sociales hegemónicos. De modo
que si se quiere cimentar una hegemonía alternativa a la dominante, es preciso
propiciar una batalla de posiciones cuyo objetivo es subvertir los valores
establecidos y encaminar a la gente hacia un nuevo modelo social.
El
concepto de hegemonía de Gramsci es de un indudable valor para rediseñar la
democracia. Pues ésta es también reflexionar desde las prácticas sociales, es
tomar partido en la tarea de responsabilizar socialmente a la filosofía. De ahí
el interés de Gramsci en acabar con la división entre los intelectuales y las
masas, entre dirigentes y dirigidos. Recuperar el concepto de hegemonía de
Gramsci puede ser la base de un proceso constituyente que presente alternativas
fiables para la izquierda en este siglo. Sobre todo, si entendemos la
democracia como un proceso abierto a prácticas concretas y a la deliberación
cívica, como una asociación capaz de transformar las relaciones de dominación
en formas de autogobierno, esto es, de poder por y para el pueblo (Prieto y Martínez:
Hegemonía y Democracia en el siglo XXI)
Es difícil hablar de
democracia liberal en los tiempos que corren, sin considerar a los partidos
políticos, pues ellos son los principales articuladores y aglutinadores de los
intereses sociales según la teoría del Estado burgués moderno. Para precisar su
origen podemos distinguir dos acepciones.
Una concepción amplia de partido nos
dice que éste es cualquier grupo de personas unidas por un mismo interés, y en
tal sentido el origen de los partidos se remonta a los comienzos de la sociedad
políticamente organizada.
Si, en cambio, admitimos
la expresión partido político en su concepción restringida, que lo define como
una agrupación con ánimo de permanencia temporal, que media entre los grupos de
la sociedad y el Estado y participa en la lucha por el poder político y en la
formación de la voluntad política del pueblo, principalmente a través de los
procesos electorales, entonces encontraremos su origen en un pasado más
reciente.
Se discute, así, si los partidos surgieron en el último tercio del
siglo XVIII o en la primera mitad del XIX en Inglaterra y los Estados Unidos de
Norteamérica.
En esta acepción, por tanto, el origen de los partidos políticos
tiene que ver con el perfeccionamiento de los mecanismos de la democracia
representativa, principalmente con la legislación parlamentaria o electoral,
algo en que la derecha salvadoreña y sus patronos siempre estuvieron de
acuerdo...
¿Por qué hoy reniegan de los partidos y la política, culpándolos de
todos los malos habidos y por haber? ¿Por qué hoy su discurso se funda en “no
politizar” la problemática social? ¿Por qué sostienen un furibundo discurso
(como el de la ANEP y sus adláteres) para que se borre a los partidos
políticos, especialmente a la izquierda, de la faz de la tierra?
Al respecto, Pablo
Dávalos, sostiene que “Entre el vaciamiento de la política y los orígenes de la
llamada biopolítica del homo economicus, se sitúa una reflexión a
la que los neoliberales de la Sociedad del Monte Peregrino le dan mucha
importancia, porque les otorga una proyección histórica y civilizatoria desde
la cual establecen un sentido de largo plazo para su proyecto político. En ese
horizonte civilizatorio los neoliberales encuentran también una justificación
ética para su proyecto. Esta reflexión establece las condiciones de posibilidad
para una comprensión de la historia y de la sociedad desde los marcos teóricos
básicos del neoliberalismo.
Se trata de la teoría liberal de las instituciones
que en el caso de la economía neoliberal se denomina neo institucionalismo
económico, y ahí constan nombres importantes de la sociedad del Monte
Peregrino como J. Buchanan, G. Tullock y G. Stigler. En la actualidad, los
teóricos más importantes del institucionalismo económico son Douglas North,
Oliver Williamson, Elinor Ostrom, entre otros” (Dávalos: 2013)
El neo institucionalismo
liberal ha creado el umbral histórico y la estructura social necesaria para el
despliegue de la racionalidad y la acción estratégica del homo economicus, ya no más el zóon politikon.
En este ofrecimiento, la condición de homo economicus es la base para
todo comportamiento humano independientemente de sus particularidades
identitarias, políticas o culturales.
Todo ser humano debe ser asumido, desde
el neoliberalismo, como “capital humano” y, en consecuencia, su “acción
humana” como la denominaba Von Mises, siempre es y será estratégica (L. Von
Mises: Remarks on the Fundamental Problem
of the Subjective Theory of Value)
A esta acción humana
estratégica e instrumental, la teoría liberal de las instituciones, cuando el homo
economicus actúa en ese comienzo histórico y social, la denomina “acción
colectiva”. En consecuencia, la “acción colectiva” no significa una
posición crítica de los individuos ante su propia historia y su capacidad de
interpretarla y transformarla, sino más bien la actualización de intereses
estratégicos individuales que convergen y que, de esta manera refuerzan la
visión del capital humano como capital social.
Esta sospecha se ve
avalada por la forma por la cual el neoliberalismo crea sus supuestos de base:
(a) la sociedad, como “auto-creación que se despliega como historia”, no
existe; lo que existe son seres humanos concretos con intereses
individualizados y que buscan maximizar su propio interés;
(b) esos seres
humanos concretos pueden ser comprendidos bajo el argumento teórico del homo
economicus, es decir, individuos racionales, autónomos y egoístas;
(c) los
comportamientos del homo economicus pueden ser identificados como
patrones conductuales que tienen una base neurobiológica específica
(Castoriadis: 2005)
En esta reflexión ya no
constan, ni siquiera como residuo, las preocupaciones fundamentales de los
liberales de mediados del siglo XX, es decir, aquella disputa acre y dura
contra los marxistas o contra los keynesianos que les obligaba a los
neoliberales a otorgar un sustento teórico y filosófico más acotado a la
realidad social e histórica. Recordemos a Hayek y al filósofo Popper,
desarrollando su idea de “lo social” como la reivindicación histórica de una
nueva forma de enfocar el liberalismo, ligada al pensamiento iluminista y en
contraposición del Estado keynesiano y el Estado socialista marxista (1947).
En la actual teoría
liberal de las instituciones, los neoliberales incluso se dan el lujo de
reconocer ciertos aportes de Marx a quien le admiten sus preocupaciones por la
historia. Pero, las referencias a Marx que hacen algunos de los neoliberales de
la escuela del neo institucionalismo económico, Douglas North entre ellos, no
debe llamar a engaño. Es una referencia hecha para legitimar sus propias
interpretaciones sobre la historia. En efecto, Louis Althusser decía que Marx
habría abierto, para las ciencias, el continente de la historia, así como Tales
de Mileto habría abierto el continente de las matemáticas. Para la teoría
institucional del neoliberalismo se trata de hacer precisamente lo contrario:
cerrar de forma definitiva la historia (Dávalos: up supra)
Durante mucho tiempo, al neoliberalismo
le ha interesado que la economía se separe del paradigma del Estado-nación y se
dé a sí misma reglas transnacionales de funcionamiento. Al mismo tiempo partía
del principio de que el Estado seguiría desempeñando el papel de costumbre y
conservaría sus fronteras nacionales. Pero, desde los atentados, los Estados
han descubierto a su vez la posibilidad y el poder de forjar alianzas
transnacionales, aunque, de momento, sólo en el sector de la seguridad
interior.
De pronto, el principio de
contradicción del neoliberalismo, la necesidad del Estado, reaparece por todas
partes, y en su variante hobbesiana más antigua: la garantía de la seguridad y
un soporte llamado Derecho. Lo que resultaba impensable hace poco –vulnerar las
soberanías nacionales se vuelve lo más normal. Y quizá asistamos pronto a
convergencias similares con ocasión de las posibles crisis de la economía
mundial. Una economía que debe prepararse para nuevas reglas y condiciones de
ejercicio. La época del cada uno en su
ámbito de excelencia y predilección está ciertamente superada (U. Beck: Le Monde 2010)
A
medida que se aproximan las elecciones presidenciales, aumenta el miedo de la
derecha arenera. Como expresión política de lo que aún queda del empresariado
oligárquico; se saben en minoría y temen el triunfo de una fuerza mayoritaria
indiscutible de la izquierda, en la cual ganan terreno demandas como cambios
más profundos hacia la refundación de un Estado de iguales y democracia
popular.
Lo
demuestra la guerra sucia que ha iniciado a propósito de los partidos políticos
que no le son afines, pero sobretodo contra la izquierda, el FMLN.
La derecha
necesita aferrarse a un poder que de ser impugnado abre la probabilidad del
término del modelo neoliberal y, por ende, de una institucionalidad que encarcela
la voluntad popular y congela esta situación en beneficio de los sectores
dominantes.
En
ese plano, la campaña del miedo apunta contra la Asamblea Legislativa y el
Órgano Ejecutivo, que se demonizan como expresión de populismo, sinónimo de
despilfarro y de contaminación política, en un ambiente en el que tiene que
privar la tecnocracia y el burocratismo del mercado (sic!). Lo notable es que
nada de lo que teme la derecha ha ocurrido en los países en que se han iniciado
procesos de cambio para mejorar, usando por ejemplo formas de participación directa
ciudadana. Esos países son hoy mucho más democráticos y participativos.
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