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MADIBA: EL INQUEBRANTABLE
Oscar A. Fernández O.
Hombres y mujeres del pueblo, negros y blancos, líderes
mundiales, políticos e intelectuales evocan a un hombre que usó la política
para construir un mundo mejor, y no para crear una élite corrupta y ambiciosa.
“Mandela siempre será el sudafricano más significativo”
dice Frederik de Klerk, último presidente de la Sudáfrica del “apartheid” con
quien “Madiba” comparte un Nobel de la Paz, obtenido en 1993, por su lucha en
contra de la segregación racial en este país africano.
Desde joven, Nelson Mandela se interesó por la política y
la abogacía, además de que demostró su espíritu combativo, primero al rehusarse
a ser el líder de su clan en la tribu de los Tembu y después, al ser expulsado
del Consejo de Representantes Estudiantiles en el Colegio Universitario de Fort
Hare por participar en una huelga estudiantil.
Mandela descubrió
las realidades de la opresión blanca cuando se instaló en el barrio negro de
Alexandra: pobreza, cesantía y violencia eran pan de cada día en el township.
Se inscribió en la universidad de Witwatersrand y comenzó sus estudios
de derecho. Para financiarlos, se desempeñó en una serie de pequeños empleos y
fue finalmente contratado por un bufete de abogados blancos. La integración fue
difícil.
Estos años
reforzaron su odio profundo respecto del apartheid: en adelante, Mandela
pretendía luchar por la dignidad de la comunidad negra. Uno de sus amigos, Walter
Sisulu, lo hizo conocer el ANC, organización fundada en 1911 pero que
seguía siendo elitista y carecía de un programa de acción. Adhirió a ella en
1944 y fundó junto con Tambo y Sisulu la Liga de la juventud, cuyo
objetivo era reformar el ANC acercándolo a las masas. (Portal Planeta.com)
En 1956 fue juzgado por traición al régimen y permaneció
en prisión hasta 1961; en 1962 se le detuvo nuevamente, acusado de querer
derrocar al gobierno con violencia, fue condenado inicialmente a 5 años de
prisión. En 1962 fue condenado por el régimen blanco a cadena perpetua por
“sedición”.
En 1985 el presidente de Sudáfrica Pieter Botha ofreció
la libertad condicional de Mandela a cambio de que desistiera de la lucha
armada, ‘Madiba’ rechazó la oferta a través de un comunicado en donde
establecía: “¿Qué libertad se me ofrece, mientras sigue prohibida la
organización de la gente? Sólo los hombres libres pueden negociar”.
Podemos equivocarnos al creer que Nelson Mandela, el
gigante sudafricano, es una especie de pacifista religioso y respetuoso de la
legalidad burguesa imperialista, nada más alejado de la realidad. Mandela no
tiene nada de parecido con los íconos religiosos y pacifistas sin más. Él fue
quien una vez agotada la vía no violenta de lucha, creó y organizó la lucha
armada, liderada desde el Congreso Nacional Africano, contra una de las más
oprobiosas y criminales estructuras políticas de la historia, el apartheid, apoyado
por la decisiva ayuda de Fidel Castro, que dirigió la ofensiva de las Fuerzas
Armadas Cubanas, derrotando a los ejércitos de Sudáfrica, Zaire y a los mercenarios
angoleños financiados por la CIA, en la famosa “Batalla de Cuito-Cuanavale”, lo
cual Mandela agradeció siempre a su gran amigo.
Pero pese a todos estos graves acontecimientos,
que causaron muchas muertes, Mandela siempre abogó por reconciliar a los
enemigos, por pactar, por entender a quién lo adversaba, por no imponer su
criterio. “En el curso de mi vida me he dedicado a la lucha del pueblo
africano. He combatido la dominación blanca y he combatido la dominación negra.
He promovido el ideal de una sociedad democrática y libre en la cual todas las
personas puedan vivir en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal
por el que espero vivir, hasta lograrlo. Pero si es necesario, es un ideal por
el que estoy dispuesto a morir”
Y
vivió…y murió…y seguirá viviendo, porque para gigantes como él, la muerte es
pura ficción.
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