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“ESTADOS
FALLIDOS”: UN CONSTRUCTO IDEOLÓGICO-POLÍTICO
Oscar
A. Fernández O.
La
reflexión en torno a los "Estados Fallidos" (Failure
Sates) surgió en
el ámbito político académico y de inteligencia estadounidense y
europea, muy vinculada al caso de África, en el marco regional del
proceso de descolonización y en el contexto más amplio de la
bipolaridad Este-Oeste. Aquel incipiente tratamiento durante los
setenta, de lo que constituía el fracaso de los estados
recientemente independizados, estuvo limitado por varios
condicionantes intelectuales y políticos del momento.
En
efecto, en términos profesionales el análisis del "Estado
fallido" resultaba frustrante, por un lado, e irrelevante, por
el otro. La frustración provenía del hecho de que se observaba y
evaluaba el fracaso estatal africano a partir de la noción de Estado
predominante en Occidente. En ese sentido, la evolución de la
"estatalidad" africana no cumplía con los parámetros del
estilo de los países avanzados del Atlántico Norte.
Por
su parte, la irrelevancia se originaba en el poco interés de los
investigadores por fenómenos regresivos como el desplome parcial o
completo de un Estado; lo que prevalecía en la comunidad de
estudiosos sobre la periferia era la idea de transición hacia formas
superiores que conducirían, eventualmente, a su modernización.
(Tokatlian: 2008)
En
términos ideológicos, la competencia integral entre Estados Unidos
y la Unión Soviética llevaba a que la mayoría de los fenómenos
socio-políticos-desde los cambios de gobierno hasta las guerras
domésticas-fueran interpretadas en clave de Guerra Fría; con lo que
el desplome estatal (su alcance institucional, su nexo con la
economía política internacional, su relación con pugnas étnicas o
religiosas, su vínculo con la seguridad regional) no fue objeto de
un enfoque más detallado, matizado y particular
(Antoniadis, A:
2003)
A
su vez, la contención guiaba la política exterior y de defensa de
Washington y, en consecuencia, la limitación al poder de la Unión
Soviética y el freno a la expansión del comunismo eran las piedras
angulares de dicha estrategia. Ello tuvo para los países periféricos
sus efectos. Primero, independientemente del tamaño, ubicación y
recursos de cada país, todas las naciones resultaban importantes por
su valor e impacto respecto al conflicto bipolar (Dun, J.: 1978). En
este caso, la naturaleza del régimen importaba poco.
Segundo,
si bien era evidente una alta inestabilidad en el eje Este-Oeste la
nota elocuente de aquel período fue la alta confrontación
Norte-Sur. La conjetura acerca de una eventual guerra nuclear entre
los principales antagonistas producía la sensación de un holocausto
devastador. La realidad de intervenciones, invasiones, conflictos de
baja intensidad, operaciones armadas quirúrgicas, maniobras
militares encubiertas y disputas irregulares prolongadas, entre
otras, se concretizó en la periferia con la participación abierta o
clandestina de las grandes potencias. En ese caso, el grado de unidad
o fragmentación de una sociedad periférica resultaba un dato menor.
En resumen, bajo la lógica de la contención el statu
quo era
preferible a la transformación, era fácil convivir con el
autoritarismo sin alentar mucho a la democracia y el valor
instrumental de cada país era superior a su valoración intrínseca.
Por ello países como El Salvador, con Dictaduras militares
mantenidas desde Washington y Oligarquías ultraderechistas, tuvieron
un valor táctico relevante, para la estrategia de “contención”.
Ni siquiera en plena guerra los Estados Unidos, La Iglesia derechista
y la Oligarquía, consideraron por un momento al “Estado Fallido”.
Esto era un mensaje claro.
El
Consejo Nacional de Inteligencia Norteamericano (NIC en inglés) con
sede en Washington, en su informe “Tendencias Globales”
(Diciembre de 2012) “predice” que 15 países de África, Asia y
Medio Oriente, se convertirán en “Estados fallidos” (Failure
States) hacia el
año 2030 debido a su “conflictividad potencial y los problemas
medioambientales”. En su anterior informe de 2005, publicado en el
comienzo del segundo mandato de G. Bush h., el NIC predijo que
Pakistán se convertiría en un “Estado Fallido” hacia el año
2015 “al verse
afectado por la guerra civil, la completa talibanización y lucha por
el control de las armas nucleares”.
Cosa que no sucedió.
Caso
contrario sucede en Irak, pues el desmembramiento de la sociedad en
comunidades religiosas y raciales se ha producido a raíz de la
brutal ocupación de los norteamericanos a ese país, que significó
la destrucción del Estado y el asesinato de su Presidente Saddam
Hussein, y de cientos de miles de personas más. La pregunta es
entonces ¿Quién provoca “Estados fallidos”?
En
dicho informe se compara Pakistán con Yugoeslavia, país éste que
fue dividido en siete estados luego de una década de guerras civiles
auspiciadas por USA y la OTAN.
En
el último informe del NIC, mientras se asegura que los estados
fallidos “sirven
como refugio para grupos extremistas políticos y religiosos” (p.
143), el informe no
reconoce el hecho de que desde la década de 1970 los EE.UU. y sus
aliados proporcionaron apoyo encubierto a organizaciones extremistas
religiosas como una vía para desestabilizar los estados nación
soberanos y seculares, tal como lo eran Pakistán y Afganistán
en la década en ese entonces.
Los
“Estados fallidos” al estilo yugoslavo o somalí, no son el
resultado de divisiones sociales internas. Convertir los estados
soberanos en estados fallidos es un objetivo estratégico
implementado a través de operaciones encubiertas y acciones
militares.
Esta
idea de “Estado fallido” es una noción que implica mucho riesgo
en términos ideológicos, dado que conlleva una carga despectiva.
Es, en todo caso, antojadiza, discutible, poco seria en cuanto
“formulación” de ciencias sociales, asimilable, en todo caso, a
los listados de “transparencia y corrupción” con que Washington
evalúa al resto del mundo. O las igualmente discutibles mediciones
de cumplimiento de derechos humanos, o la certificación o
descertificación en el combate al narcotráfico. ¿Alguien se puede
tomar en serio, con criterio académico real, esas elucubraciones? ¿O
se hace demasiado evidente que lo que está en juego es una
manipulación tendenciosa, absolutamente ideológica?
Esto
de los “Estados fallidos” es una caracterización retomada
recientemente por los llamados “tanques de pensamiento”
neoconservadores de los Estados Unidos y de la cual se empezó a
hacer mayor uso a partir de los atentados del 11 de septiembre del
2001. Si hacemos un recorrido a lo largo de la historia política
moderna vemos que se han acuñado diferentes acepciones para
calificar a algunos Estados contrarios a las políticas de la Casa
Blanca, y así justificar el uso de la fuerza –léase invasión,
sin darle mucha vuelta–
Durante
la década de los años 70 del pasado siglo el término de moda era
“Estados
comunistas”; con
este pretexto Washington justificaba el mantenimiento de la Guerra
Fría, y por ende el de los conflictos armados internos que se
desarrollaban en buena parte de los países del por ese entonces
llamado Tercer Mundo (especialmente en África, Medio Oriente y
América Latina), donde realmente medían fuerzas las dos grandes
potencias de aquel período.
¿Será
este el llamado que hay detrás de las aseveraciones del vocero de la
Iglesia Católica, hoy más conservadora que nunca? ¿Por qué casi
de inmediato que el clérigo asegura que estamos perdidos por
completo, salen otras voces blasfemas a secundarlo, pontificando como
suelen hacerlo en los shows de televisión, sobre “Estados fallidos
y otros demonios”? ¿Sabrán de qué hablan? El concepto de Estado
fallido ha sido cuestionado en la literatura académica por ser
considerado epistemológicamente impreciso, con incapacidad de ser
útil para generar política pública, además de ser propagandístico
y políticamente motivado.
El
término “Estado fallido”, sin negar que los Estados a los que se
le aplica presentan insufribles carencias, no es una
conceptualización de carácter científico con argumentos y
fundamentos bien elaborados que pretende incidir positivamente para
cambiarles ese curso; el concepto de “Estado fallido” no es más
que una nueva “doctrina” del gobierno estadounidense para seguir
apropiándose de los recursos (naturales y humanos) de América
Latina, África y Medio Oriente.
Con
esta prédica constante que el neoliberalismo ya transformó en ley
en relación a que el Estado no funciona (el Estado es
intrínsecamente corrupto, ineficiente, inservible, etc., etc.), se
persiguen varios objetivos: la privatización de los servicios de
estos Estados a favor de capitales privados, en muchos casos
transnacionales, y que en buena medida son de origen estadounidense;
invasiones militares a supuestos “Estados fallidos” que, según
esa lógica en juego, atentan contra la seguridad o la democracia en
el mundo, tras lo cual se oculta el negocio de las armas (uno de los
principales ingresos del país norteamericano); y luego de la
destrucción, la reconstrucción de estos Estados por compañías de
capitales norteamericanos principalmente.
Designar
a un Estado como supuestamente “fallido” implicaría que
“alguien” acuda a su salvación –obviamente una fuerza externa
bien preparada y dispuesta a “ayudar”– o que regresen al poder
los trasnochados adalides de la democracia mafiosa del siglo pasado,
tal y como han hecho en Honduras e intentaron en Venezuela,
Nicaragua, Bolivia y Ecuador, entre otros. Esto nos llevaría a
preguntar: si un Estado es “fallido” ¿cómo salvarlo?
¿Privatizándolo? ¿Por medio de la intervención militar de una
fuerza extranjera que sea “capaz” de hacerse cargo de él? ¿Dando
un golpe de Estado? Obviamente no va por allí la salvación.
No
hay “Estados fallidos”, así como no los hay “Estados
forajidos”, ni “Estados terroristas” ni “Estados
narcotraficantes”; en todo caso son Estados débiles y mal
aprovisionados que reflejan las relaciones de la sociedad de acuerdo
al sistema socio-económico y político impuesto por las oligarquías.
El Salvador con los dos últimos gobiernos ha comenzado a zafarse de
esta vorágine destructora de sociedades y Estados, llamado
neoliberalismo y de la tutela absoluta de Estados Unidos. Los cambios
han comenzado, esto sin duda desvela a no pocos reaccionarios y
despabila a un enjambre de viejos y oscuros conspiradores que ya se
plantean volver a la palestra.
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